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Pepina Álvarez tiene 100 años y es la cofrade más longeva del Silencio: "Me emociona ver cómo ha crecido desde que empecé"

De alma inquieta, le habría gustado ser pintora, algo que le resultó imposible: “En aquella época no era algo para mujeres”

Pepina en su casa. | Fernando Rodríguez

Pepina es todo sonrisa, un poco de sordera y mucha devoción. María Josefa Álvarez, su nombre de nacimiento, es la cofrade más longeva con la que cuenta la Hermandad del Silencio, cuya procesión sale hoy. Se puede decir que es “la hermana mayor”. Cumplió 100 años el 25 de febrero y pertenece a la cofradía desde su refundación, en el año 2001. Su amiga estaba casa con el abad y ella se animó a probar, ya que siempre estuvo muy activa en la parroquia de la Corte: “Me emociona mucho ver cómo ha crecido el Silencio desde que comencé”.

Por aquel entonces, la cofradía solo contaba con un paso y ahora tiene tres; también son cada vez más los fieles entre sus filas: “Antes éramos muy pocos y ahora subió mucho el nivel”. No se pierde ninguna procesión, antes de la pandemia fue la última vez que salió con el hábito, y hoy volverá en calidad de espectadora, pues el recorrido entero le fatiga mucho. Aún así, la vitalidad de Pepina se mide en los dos pisos de escaleras que sube a diario, porque “ella no es para nada de quedarse en casa”, ilustran sus sobrinas Josefina Colunga, Maite Álvarez y Mari Carmen Álvarez. También tiene memoria y habilidades intactas; recuerda qué llevaba puesto al vacunarse de la viruela con cuatro años y hace “croquetes” para la saga al completo.

Josefina Colunga y Maite Álvarez, junto a Pepina en su casa. | Fernando Rodríguez

No tiene hijos y enviudó hace 19 años, después de 57 casada con Manuel Fernández. Pero sí cuenta con gran cantidad de sobrinas, con las que hizo las veces de madre mientras sus progenitores trabajaban en la carnicería familiar. Siempre ha vivido en distintos puntos de la calle Azcárraga, en la que echa de menos a los conocidos y vecinos que “ha visto marchar”. Es aficionada al Real Oviedo y la lectura. Más de media vida de socia del equipo de fútbol, no se perdía un partido hasta que su marido cayó por las escaleras de la grada y “dejaron de ir”, pero el sentido de pertenencia no desapareció. De alma inquieta, le habría gustado ser pintora, algo que le resultó imposible: “En aquella época no era algo para mujeres”. Acabó ejerciendo de ama de casa y devota. Trabajaba en el ropero de la parroquia donde hizo alfombras y telares. Ahora, ya tiene reservado el restaurante para celebrar los 101, junto a sus seres queridos y su cofradía del alma.

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