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La lluvia da al traste con la procesión del Silencio en Oviedo, pero no ahoga el fervor cofrade

Lágrimas y escenas conmovedoras en la iglesia de La Corte, en cuyo interior, abarrotado de gente, se celebró una emocionante ceremonia

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Paloma Frechilla arrasada en lágrimas se abraza a José Manuel Flórez, en La Corte. Luisma Murias

Cuando Armando Arias, el abad de la Real Cofradía del Silencio y la Santa Cruz, tomó la palabra desde el altar mayor de la iglesia de Santa María la Real de la Corte para anunciar que la procesión se suspendía ya llevaban tiempo corriendo las lágrimas. El trabajo de todo el año, los ensayos de las pasadas semanas y el afanarse de las últimas horas quedaron desbaratados por la lluvia, pero el esfuerzo no fue en balde. Ayer, en el interior de la iglesia de La Corte, se desbordó la emoción.

El gentío esperaba en la plaza de Feijoo, a la intemperie y aguantando el chaparrón; frente a él, los hermanos del Silencio, a las puertas del templo, alzaban la mirada al cielo. Javimo, el meteorólogo de referencia de la Semana Santa de Oviedo, no atinó ayer en su pronóstico. Había cofrades que se resistían a dar la procesión por perdida e insistían en que sus predicciones daban por seguro que el cielo estaría despejado a partir de las nueve. Se retrasó la salida y durante unos minutos se desplegó un asombroso arco iris, pero el milagro que esperaban no llegó. Al poco tiempo, la lluvia arreció.

La plaza Feijoo repleta de gente.

Paloma Frechilla, la capataz del paso titular de la procesión, el del Fragelado, lo tuvo claro muy pronto. Arrasada en lágrimas, en el pórtico de la iglesia, asumió la renuncia en beneficio de los braceros a su cargo. “Lo primero son ellos”, dejó bien claro desde que intuyó que aquello no iba a mejorar. “El tiempo no acompaña, la calle está muy resbaladiza y no quiero arriesgar a los braceros ni que alguna imagen se nos venga abajo, así que se suspende la estación de penitencia”, anunció poco después el abad, tras haber evaluado la situación con la junta de seises –la directiva de la cofradía–. Para ellos tuvo palabras de agradecimiento, por “haber luchado esta temporada como nunca antes lo habían hecho”, y también para los braceros, para los que pidió un aplauso que resonó en toda la iglesia.

Toda la piedad que la procesión del Silencio iba a llevar por las calles del casco antiguo de Oviedo quedó recogida y reconcentrada en la iglesia donde la cofradía tiene su sede. Hasta Oviedo, para participar en la procesión, habían viajado los hermanos de la Real Cofradía Minerva y Veracruz de León. Uno de sus veteranos, muy querido por los cofrades ovetenses, José Manuel Flórez, repartió abrazos y consuelo, como el resto de sus compañeros y como lo hicieron también los hermanos de la Soledad de Avilés, que con sus tambores acompañaron la ceremonia que reemplazó la procesión en el interior de la iglesia parroquial de La Corte.

El interior de la iglesia.

Los cofrades del Silencio, los de la Minerva y los de la Soledad, y con ellos una multitud de fieles, se acomodaron en los bancos y se abrieron hueco en los laterales, rodeando los tres tronos de la procesión del Silencio: el titular, que es el del Flagelado, y los de la Virgen de la Amargura y el Cristo de la Piedad. Los braceros no pudieron cargarlos por las calles del Antiguo, tal y como esperaban con ansía tras los últimos años sin haber podido pasearlos por las restricciones de la epidemia, pero los hicieron bailar al son de la música procesional y las saetas. El Silencio no salió en procesión pero ayer dejó algunas de las escenas más conmovedoras de la historia de la Semana Santa ovetense.

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