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Alma de Oviedo

Mirlo blanco, oveja negra

Luisa Navia-Osorio prepara su segundo desembarco editorial mientras se despide del palacio familiar de Santa Cruz, en Las Caldas

Luisa Navia-Osorio | Irma Collín

Ni el bisabuelo, José María Navia-Osorio Campomanes, debió de llegar a jugarse y perder todas las casas –salvo los palacios de Las Caldas y La Rúa– ni el abuelo a recuperarlas todas; ni la bisabuela a dejar de leer para siempre desde el día en que lo dijo, después de que le robaran en su farmacia, García-Braga, en la calle de la Rúa, delante de sus narices, sumergidas como estaban en aquel momento en un libro. Tampoco la historia de Luisa Navia-Osorio García-Braga es tal y como ella la cuenta. “Hay mucha leyenda”. Lo dice sentada en la antojana de una casa que fue palacio en el siglo XV, que el Marqués de Santa Cruz amplió en el XVIII cuando escribía sus “Reflexiones militares”, antes de morir decapitado en Orán, que acogió fiestas en el XX y que hoy la familia ha puesto en venta. También allí, y sin fábula, cuando tenía once años, su hermana abrió la puerta del dormitorio, en la noche de Reyes, y le dijo que padre acababa de morir. “Me esforcé en que no me pesara, y fue muy educativo. Darte cuenta de que te puede pasar cualquier cosa mala en cualquier momento te quita mucho miedo”.

Luisa no lo tuvo cuando, hermanos mayores, vidas fuera de Oviedo, se quedó sola con su madre Maruja y la mujer que les ayudaba, Teresa, en aquel palacio. Su madre sí. Eran los años del tardofranquismo y María Encarnación García-Braga dormía con un rifle debajo de la cama. Luisa Navia-Osorio vivió ese tiempo con ganas y gozo, fiestas en la adolescencia, matrícula en Artes y Oficios, un año en Derecho para contentar a la familia y mudanza a Madrid. Hoy Luisa no lleva armas cuando recorre las estancias del palacio de Santa Cruz, pero reclama a “Zar”, el mastín de la hacienda, para que pose junto a ella en las fotos y uno se la imagina capaz de desenfundar al verla tan artillera y gobernanta, señora de casa grande, acción y maravilla.

De la vida en Madrid, 17 años, sacó una reputación ocasional de oveja negra que es disfraz de un mirlo blanco. “Mis expectativas de entrar en la pandilla de Almodóvar de mi primo Nacho Martínez menguaron en el momento en que me alojé en el colegio mayor de las damas catequistas. Cerraban a las once”. En la calle de la Palma estaba todo: los pubs y los estudios de dibujos animados. Acabó doctorándose en Ciencias de la Información y a punto estuvo de quedarse en la Universidad. Hizo realidad virtual con Rafael Lozano-Hemmer cuando casi no había ordenadores, trabajó en agencias de publicidad, invirtió en propiedades inmobiliarias y cuando su madre la necesitó, en 2000, cerró Madrid y reapareció en Oviedo.

Hoy Luisa Navia-Osorio está casada con el abogado Eloy Caso de los Cobos, tienen un hijo, Miguel, 14 años, y antes de la pandemia cambió los pinceles y el caballete por la escritura, inspirada por los personajes que pululaban por las redes sociales y animada por los bodrios con los que la gente se descolgaba en Facebook. “Yo lo puedo hacer mejor”. De “Los agujeros de gusano”, thriller loco asturianista, su primera novela, saltó a un “noir” violento y terrible que ahora anda atemperando y que espera dar a la imprenta en breve. Continuará.

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