Un siglo de educación jesuita en Oviedo: de la Quinta Roel a Fuentesila
Recorrido por las principales vicisitudes del primer centenario del colegio San Ignacio, que dispuso de varias sedes

Los alumnos del San Ignacio en 2022 posan con motivo de los 100 años del centro / Irma Collin
Luis Ordóñez Fernández
Una escuela jesuita debe fundamentarse en “el mejoramiento de la convivencia y del aprendizaje par la mayor gloria de Dios y del bien común”. Son palabras de San Ignacio de Loyola, primer Padre General de la Compañía de Jesús, quien también escribiría que los discípulos deberían volver “de las lecciones a sus casas, no solo más doctos, sino mejores”.
Aunque la presencia educativa de los jesuitas en Oviedo es lejana –en octubre de 1576 se hacen las primeras gestiones para fundar el colegio de San Matías, bajo la protección de Magdalena de Ulloa, señora de Villagarcía, esposa del mayordomo del emperador Carlos V–, en el actual curso escolar se conmemora el primer centenario de la fundación del colegio San Ignacio en la Quinta Roel, actual ubicación del instituto Alfonso II. La escritura de compra de la propiedad se realiza en junio de 1921 y la firma el Rector de la Inmaculada de Gijón. El equipamiento educativo, que reúne en la actualidad a 1.200 alumnos, se ubica desde 1973 en Fuentesila, donde está próximo ya a cumplir cinco décadas.
Haciendo un recorrido histórico, conviene reseñar que el colegio inicial se construye en los terrenos que ocupaba una vivienda unifamiliar cuyo propietario es el médico Faustino García Roel, nacido en Ceceda (Nava) en 1821. El facultativo se instala en Oviedo, donde va a ejercer su profesión en puestos oficiales como médico de Prisiones, inspector de la Beneficencia Provincial, y director del Hospital Militar. Para ir acomodando el edificio de la finca Roel a los usos educativos y ejercitar los ministerios, la Compañía de Jesús destina a Oviedo a los padres Santa Anna y Lombo y a los hermanos Martínez, Ocerín y López Sevillano. De los arreglos de la casa se ocupa el hermano Eguíluz.
Los comienzos del colegio son complicados por la falta de espacios y por la dificultad de la transformación de un edificio de vivienda a usos educativos. En 1923 se oferta ya 1º de Bachillerato y Preparatoria y se llega un año después a la cifra de 130 alumnos. La formación combina lo académico y lo deportivo con la formación cultural y pastoral en el más puro estilo de la educación integral jesuítica. El centro se cierre en 1932 por la orden de disolución de la Compañía de Jesús en España durante la II República.
Un grupo de padres intentan suplir la ausencia de los jesuitas, creando la Mutua Escolar y Cultural en la Calle Shultz, detrás de la actual Audiencia Provincial actual. El colegio contaba con la asistencia del padre Galán, que permanecía en Oviedo simulando ser seglar, pero no pudo consolidarse por las dificultades de ese período convulso y con una guerra civil en ciernes.

Aniversario de los Jesuitas: un paseo en imágenes por su historia /
Después de los sangrientos sucesos de la Revolución de 1934, los jesuitas destinados a Oviedo habitan en la casa del capellán de las Salesas. Allí convive con ellos durante algún tiempo el obispo. En octubre de 1935 se han dejado ya las parroquias y se concentran nuevos ministerios en la iglesia de Salesas. Aún así, se cuenta con una academia de preparatoria para el ingreso en institutos.
Entre 1933 y 1936 la Comunidad se dispersa tras la disolución. Parte de ella se quedará mientras otros sacerdotes se dirigen a Estremoz (Portugal), donde algunos alumnos ovetenses continuaron sus estudios.
En los sucesos revolucionarios de octubre del 34 el edificio que ocupaba el colegio fue dinamitado, y sustituido por el actualmente existente, con proyecto del arquitecto José Avelino Díaz Fernandez-Omaña. El edificio fue construido con rapidez y ya estaba prácticamente terminado en el momento de comenzar la guerra al menos en su volumen y fachadas. Terminada la guerra, en 1940 la Compañía apuesta por Gijón y los hijos de las familias ovetenses que optan por la educación jesuítica tienen que hacerlo en internados de la villa asturiana, León, Valladolid, Coruña, Madrid, Vigo o Villafranca. Durante la década de los, cuarenta, la presencia de los jesuitas en Oviedo se limita al apostolado penitenciario y a la labor social.
En 1948 se fundan las Escuelas de San Ignacio y justo una década después el hermano Merino abre una escuela preparatoria en Doctor Casal, 5. Al año siguiente, Enrique Fanjul, un joven retornado de Venezuela y otros profesores se empeñan en promover un centro educativo en Oviedo y cuentan con la ayuda del padre Ferrero. Tras presentar su proyecto al Provincial, se acepta el proyecto. El colegio se ubica en la Calle Cervantes, en la sede de la Academia Ojanguren. Los primeros tiempos de ejecución son complicados económicamente, y se llegan a emitir bonos de 10.000 pesetas adquiridos por los promotores y padres entusiastas escriturando la propiedad del colegio a nombre de la Compañía. El coste de la obra de acondicionamiento de Cervantes ascendió a 5 millones de pesetas.
Eran tiempos difíciles. Se irá completando la oferta educativa desde Preparatoria, Ínfima, Media, Suprema e Ingreso, Bachillerato Elemental de primero a cuarto, y la Reválida que era un examen de estado donde el colegio destacaba por sus excelentes resultados. Llegará el Bachillerato Superior con quinto, sexto y Reválida, y el Preuniversitario al final. De la Academia Ojanguren procede la Virgen de Covadonga entronizada que se conserva actualmente en el colegio San Ignacio.

Los primeros profesores del colegio. / Colegio San Ignacio
Nuevos tiempos reclaman equipamientos mejor dotados. Así, el proyecto de construcción de un nuevo colegio se encarga al arquitecto Ignacio Álvarez Castelao, nacido en Cangas del Narcea en 1910 y fallecido en Oviedo en 1984, a los 74 años de edad. A Álvarez Castelao se le incluye en la denominada “generación de 1939”, grupo de arquitectos asturianos de la primera mitad del siglo XX, a los que caracterizaba su estilo modernista. A este profesional se le considera “el arquitecto mejor dotado de su generación y uno de los mejores de todo el siglo XX que ha trabajado en Asturias”.
En el tiempo transcurrido hasta el traslado a Fuentesila, el colegio se ubica en el edificio antiguo del Colegio de la Milagrosa, situado entonces en la calle Gil de Jaz, y constreñido por edificios circundantes, como medida provisional.
En 1973 se inaugura el actual edificio del colegio San Ignacio. Un año después abre la primera aula de Infantil y con ella comienza la coeducación. Se inaugura entonces el pabellón polideportivo, que se completa en 1980 con la instalación de las pistas. En 1986 se firma el primer concierto para todas las unidades de EGB.
El rectorado del padre Fernando de la Puente marca el inicio de un proceso de transformación educativa e innovación liderando un equipo de jóvenes y competentes profesores con la coeducación, las aulas especializadas, la innovadora programación docente, con la colaboración de Enrique Soler y el deporte como un pilar básico.
Durante estos años se ha cumplido la apuesta de integrar a los padres en la vida del centro. Hoy, el Colegio está sumido en un proceso de transformación educativa, al igual que el resto de escuelas jesuitas, apostando por las nuevas tecnologías en el trabajo del aula, la mejora de la competencia en idiomas extranjeros, el deporte y el servicio social de voluntariado. Se colabora con instituciones de la ciudad como Aspace y Galban; se presta apoyo escolar a niños con necesidades educativas en el CEP Buenavista; y se hace labor de voluntariado obligatorio para el alumnado de Bachillerato en el Asilo del Naranco de las Hermanas de los Pobres y en Cruz de los Ángeles. Recientemente se ha publicado el ránking de los cien mejores colegios y ocupa el puesto 23 en los de España.
Concluyendo, la presencia de la Compañía de Jesús en la ciudad ha sido muy fecunda, no solo en el campo educativo, sino en el acompañamiento espiritual a las personas a través de los ejercicios espirituales, la labor pastoral y también la social.
El futuro de su presencia en Oviedo, a pesar de la falta de vocaciones y efectivos, es esperanzador, y se suple en algunos campos con una efectiva y eficaz colaboración de los seglares como compañeros de misión, siguiendo el lema jesuítico de “en todo amar y servir”.
En 1568, un tal Andrés de Prada escribió a San Francisco de Borja para fundar un colegio en Oviedo. El personaje en cuestión consideraba que el Principado necesitaba ayuda espiritual, y decía que “son unas Indias que tenemos dentro de España… La tierra es montuosa; la gente, aunque tiene un buen metal de entendimiento y es dócil, pero hay muchos monasterios de frailes y clérigos y curas de ordinario idiotas, porque los beneficios son muy tenues”. La petición fue denegada por la falta de efectivos. Sin embargo, en 1569 se presentan dos jesuitas en Oviedo con la intención de fundar un colegio en tiempos del obispo Diego de Ayora, devoto de la Compañía. En 1573, tras un intento fallido de fundar un colegio, Magdalena de Ulloa, benefactora de los jesuitas, encarga a uno de ellos, el licenciado Llanos, el reparto de limosnas en Oviedo. Sobre ese germen, en octubre de 1576 se hacen las primeras gestiones para fundar el colegio de San Matías bajo la protección de esta piadosa mujer, casada con el mayordomo del emperador Carlos V. El 4 de agosto de 1578 comienza la instalación de los jesuitas en Oviedo para la fundación, en un proceso en el que las dificultades no estuvieron ausentes, especialmente por la oposición de los canónigos ovetenses. Hubo que elegir entonces el lugar para la construcción, si intramuros o extramuros. La iglesia local era partidaria de sacarlo fuera. Las disputas y gestiones por la ubicación y las cortapisas de algunos sectores del clero hicieron que el Provincial se personara en la ciudad para agilizar la ubicación. La llegada de los jesuitas suponía una “competencia” para otras órdenes religiosas arraigadas en Oviedo y la pérdida de influencia. Los jesuitas adquieren los prados del rey extramuros, que subastaba el Ayuntamiento, pero las dificultades continúan hasta que se consigue un espacio en la calle de la “carnezeria” y cediendo la Compañía terrenos para una ampliación de la plaza pública. A partir de 1582 comienza la obra de construcción y en el diseño y trazas intervienen el padre Bustamante, más desde la distancia, y el hermano Juan de Tolosa que aparece como ensamblador y arquitecto. La construcción tiene problemas con el abastecimiento de piedras de una cantera, la cimentación y los desagües. También con la traída de agua, que se consigue con una real facultad para imponer sisas sobre el vino para financiar el enganche desde la fuente de La Granda. En 1580 el colegio tenía 14 miembros, de los que siete eran padres y otros tantos, hermanos. En 1604 había ya 22, de los que ocho eran novicios y seis sacerdotes. El centro de enseñanza desarrollaba una pastoral externa y ya tenía lección de casos y una exitosa escuela de primeras letras. En 1587, Magdalena de Ulloa impulsa la creación de una escuela de Primera enseñanza para letras y virtudes y posteriormente, de estudios de Latinidad y Humanidades. Hay constancia de la importante labor realizada en el colegio por los sacerdotes que enseñaron teología moral. En el siglo XVIII el colegio tuvo enseñanza de filosofía y de teología moral, y también de teología escolástica. La Compañía también prestó docencia en la Universidad en el campo de la filosofía, alternando con otras órdenes religiosas como los dominicos. La fecha del 2 de abril de 1767 marca el final de la vida de este colegio, al ponerse en ejecución la Pragmática de Carlos III de expulsión de los jesuitas de todos sus dominios. Había 17 jesuitas en la ciudad: el regente de Oviedo los arrestó y al amanecer los obligó a marchar en barco desde el puerto de Gijón.
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