Guillermo Martínez es a día de hoy organista de la Catedral de Oviedo y compositor de música respetado en la escena nacional. Su carrera, confiesa, comenzó siendo muy joven, al iniciar sus estudios como niño cantor en la Escolanía de Covadonga: “A los 10 años sentía y componía melodías como parte de un inocente juego”. Así lo recordó ayer en el Real Instituto de Estudios Asturianos, en la segunda de las conferencias del ciclo “De la Ilustración a la actualidad: 260 años de lírica en España”, organizado por La Castalia.

En su charla “De niño cantor a compositor” rememoró cómo la pasión por la música le abordó a tan corta edad: “Con solo 11 años ya contaba con una agenda apretada entre coro, estudio de lenguaje musical, misas vespertinas, audiciones e instrumentos”. El ponente hizo un repaso por los cinco años en la escuela de la basílica, en los que fue formándose, rodeado de grandes maestros y eventos, hasta encontrar su verdadera llamada: órgano y composición. “Covadonga fue el inicio de mi vocación”, aseguró Martínez.

A lo largo de la ponencia aliñó la historia con piezas musicales que de algún modo le trasladaban a aquella infancia, la etapa que recuerda “con más cariño”. Desde “No llores, paloma mía”, de “El León de Oro”, hasta un fragmento de su ópera “Bodas de sangre”, que está en el cajón a la espera de un estreno muy próximo, regresó a la época de “voces blancas” y recitales en la iglesia Santa María de la Oliva, en Villaviciosa.

“Jamás olvidaré la primera vez que vi a los Niños Cantores de Viena en el Campoamor”, aseguró de otra formación que acrecentó su vocación.

La tercera y última conferencia del ciclo, “La ópera española en el siglo XX. El final del camino”, se impartirá el 24 de mayo.