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Alfonso II, el instituto ovetense atrapado en el tiempo

El centro educativo ha sido conmemorado por su centenario recorrido del que antiguos profesores y alumnos hablan con orgullo: "Se mantiene igual que en los años 70"

Estudiantes en el laboratorio de química del Alfonso II en los años 40 LNE

Cruzar las puertas del Alfonso II es como parar el reloj. De los 177 años que suma el instituto, 83 los ha visto pasar coronando la esquina de la calle Calvo Sotelo con Santa Susana, en un edificio que parece haberse congelado junto a las historias de las promociones que se formaron allí. Miguel Ángel Suárez, profesor de Historia, volvió en 2021 tras su jubilación y lo hizo en calidad de maestro veterano, pero también de aquel alumno de 10 años, que en los 70 llegó de un pueblo en busca del, por aquel entonces, futuro prometedor: “Para mí fue una redención, venía de estar con las vacas y lo vi como una gran oportunidad”.

El año pasado, Suárez recorrió los mismos pasillos por donde escapaba de joven de los bedeles de la época, que eran guardias civiles jubilados y si te cogían, “prepárate”. El mismo pasillo por el que transitó Yanira Iglesias, alumna de FP recién egresada y agradecida por la capacidad de los docentes para ajustarse de manera individual a sus proyectos. Un pasillo que hoy también recorre el director, Julio César Rueda, con la placa de honor de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio en homenaje a la emblemática trayectoria del centro: “El instituto permanece igual”, con solera, pero entrañable.

El director del Alfonso II, Julio César Rueda con la placa de honor de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio VALENTINA CIUCA

Lo mantienen los cimientos y lo alimentan valores que, avances sociales aparte, permanecen inquebrantables desde su construcción: hacer comunidad y motivar al estudiante. “Los cafés que tomé en la sala de profesores no he vuelto a vivirlos en ninguna otra parte. Éramos un gran equipo”, cuenta la que fue pedagoga terapéutica del centro durante 14 años, Mabel Sierra. Llegó de un colegio de primaria algo asustada por esa “aureola” de responsabilidad que rodeaba el instituto. Entró siendo la más joven, aprendió de los veteranos y fue creciendo hasta ser ella el soporte de maestros recién llegados: “El ambiente es maravilloso. Con la jubilación tuve que desvincularme totalmente porque en otro caso sabía que jamás podría marchar”, reconoce.

El modelo del docente cambió, tuvo que adaptarse a la llegada de la multiculturalidad y la mezcla de géneros. Al principio era el Instituto Masculino y la mezcolanza fue entre clases sociales. “Me sentaba en el pupitre y a la izquierda tenía al hijo de un reputado juez, a la derecha un chaval que venía en bus desde Olloniego y su padre era obrero. Eso nos enseñó a respetarnos entre todos y alejarnos del pijerío de otros colegios”, recuerda el periodista David Serna, que estudió allí del 65 al 73.

Por aquel entonces, recuerda Serna, se congregaban multitud de colegios en la zona: Teresianas, Maristas, Dominicas, Auseva… Chicos y chicas coincidían comprando caramelos o palomitas en “Carmen”, entre un baile de hormonas y emoción: “Éramos muy inocentes en todos los aspectos, la única heroína que conocíamos era Agustina de Aragón”. Jugaban a fútbol en San Francisco, corrían por La Gesta y el campo de maniobras, un momento de sus vidas que la mayoría recuerda con felicidad y una punzada de nostalgia.

De ahí salieron pupilos brillantes, con diversidad de características pero todos con un futuro prometedor. Médicos, abogados, periodistas, escritores, ingenieros, pintores: “De una manera u otra triunfabas gracias al sentido de trabajo y responsabilidad que se inculcaba en el centro”. Willy Pola no era buen estudiante, pero fue en el Alfonso II donde descubrió su camino a seguir: “En lo que era Bachiller me hicieron responsable de la caseta de Coca Cola para recaudar fondos de cara a la excursión de fin de curso. Ahí nació mi afición por la gastronomía”.

Fotografía que guarda el centro de uno de los primeros claustros de profesores del instituto VALENTINA CIUCA

Esas promociones, en las que muchos aún se reúnen de manera periódica para cenar y acumular tantas vivencias como batallitas, salieron adelante gracias al tesón de quienes fueron sus guías, muchos de ellos vinculados a la universidad. “Era gente maravillosa, acababan sus carreras, opositaban y te daban clase a ti, te nutrían de conocimientos”, afirma Serna. En sus memorias desfilan nombres como el filósofo Pedro Caravia, con sus criterios y moral que hoy aplican, el catedrático Tomás Recio o el que fue rector de la Universidad, Julio Rodríguez, impartieron conocimientos en sus aulas. También hubo algún que otro “hueso”, cuenta Pola, pero queda como algo anecdótico.

“Tuvimos que adaptarnos al cambio de tiempos y no fue tarea fácil”, asegura el jubilado Federico Pérez, que a lo largo de 40 años dio clases de Física, Química y Tecnología. Del 1976 al 2016 vio la llegada de la democracia con la consecuente globalización: “Al principio el alumnado era homogéneo, cuando me jubilé llegué a tener 12 nacionalidades distintas en una clase”. Un cambio que también se encontró Sierra: “Con el paso del tiempo atendía a gente procedente de todos los lugares y con situaciones familiares de lo más diversas”.

Aún así, ese ecosistema comunitario del Alfonso II se adaptó a los tiempos, los profesores comprendieron las nuevas necesidades del estudiante, al igual que los alumnos dejaron de ponerse en pie a la llegada del profesor. “Estamos comprometidos con la mejora pedagógica y la innovación, pero sin perder esa tradición de buenos resultados”, dice Pilar Fernández, que desde que entró en el centro supo que su salida de la docencia sería cruzando ese mismo umbral: “Fue un flechazo total”.

Llegó el itinerario bilingüe, la EBAU, el aprendizaje por proyectos, el enorme grafiti en el patio que proclama: “Choose love”; la modernidad. “Comecé a la universidad con mucha autonomía, porque me ayudaron en todo momento, pero dejándome libertad”, cuenta la exalumna Belén García. Detalle con el que coincide Diego Mendoza, ambos pioneros en el bilingüismo: “Abandoné el instituto preparado para la vida adulta; el Alfonso se pueden apropiar de ese mérito sin duda”.

No importa el paso del tiempo, ni el concepto de respeto de cada siglo. Tampoco si compartían clase solo con varones o con personas de diversos puntos del planeta; si había que rezar antes del comienzo de la lección o existía el concepto “sonoridad”. Todos cargan con recuerdos, en su mayoría gratos, que forman parte del camino que escogieron y con un puñado de nombres en la memoria colectiva que fueron los que ayudaron a muchos a preparar el camino de la vida.

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