La bailarina, maestra de danza, coreógrafa e infatigable agitadora cultural Marisa Fanjul Argüelles falleció ayer por la mañana en Oviedo. Con ella se va una profesora con miles de alumnos y una entusiasta activista cultural que fundó ballets, grupos de danza y alentó tertulias en las que ejerció como gran anfitriona de la escena cultural asturiana. 

Nacida en Caborana (Aller) un 4 de julio –el mismo día en que ha fallecido– en un año que su coquetería mantuvo en secreto, descubrió el ballet a los tres años, cuando acompañó a su hermana Vicen a ver «Las zapatillas rojas» en el cine Olimpia. «Vi la película y me dije: ‘Quiero hacer esto en mi vida”. Empecé a andar en puntas y a romper zapatos y zapatillas», rememoraba hace tiempo en una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA. 

Marisa Fanjul comenzó su formación en Oviedo, en la escuela de la calle Magdalena de Salud Regina, una señora de «porte aristocrático» que le «imprimió carácter». En sus estudios musicales en Oviedo y Málaga descubrió una voz que le hubiera permitido ser soprano, hizo guitarra con Diego Salazar y cantó con Elena Rivero, pero con 16 se centró exclusivamente en la danza y completó y profundizó su formación en Cannes (Francia). Obtuvo el título de profesora de la Royal Academy of Dance, de la Escuela de Rosella Hightower en Cannes y se diplomó en la Escuela de Marika Besovrasova. Allí conoció nuevas modalidades como el aeróbic, el pilates o el método Vaganova para la enseñanza de la danza clásica que luego introduciría en Oviedo, y también entró en contacto con el gran Rudolf Nureyev, que le recomendó que no regresara a su tierra si quería desarrollarse como profesional. Pudo más la promesa que le había hecho a su padre de instalarse como profesora de danza, regresó a Asturias, y en 1969 empezó a dar clases y se adaptó a Oviedo «con pena y sacrificio».

El centro de danza Marisa Fanjul fue un gran éxito, abierto a mediados de los años setenta, primero en Uría, después en Melquíades Álvarez. Llegó a tener dos sedes (Oviedo y Gijón), hasta doce profesores y, en sus momentos más álgidos, 500 alumnos, entre los que se contó la Reina Letizia y sus hermanas.

Pero su vocación de coreógrafa y su innato activismo cultural le impulsó a crecer en otros espacios. Primero, en el grupo de ballet «Drama» de la Universidad de Oviedo, con montajes de «Carmina Burana», «Adán y Eva», «Cabaret», y «Jesucristo Superstar». Luis Antonio Suárez, uno de los integrantes de aquel proyecto la recuerda como «una persona moderna en aquellos años 70» en cuyo estudio encontraban «una libertad artística que no era fácil de conseguir de otros ambientes». El director de escena Emilio Sagi recuerda bien aquellas clases: «Lo poco que estudiamos en el laboratorio de danza fue con ella. Era una mujer con una curiosidad impresionante en todo y con una creatividad muy grande. muy simpática y muy divertida».

Tuvo en esos años contacto, también, con una serie de profesores universitarios que, a la postre, fueron sus amigos. Es el caso del profesor de Filosofía Lluis Xabel Álvarez, que ayer situaba a Fanjul «en el núcleo más creativo de la cultura asturiana como bailarina, pedagoga de la danza y promotora de tertulias críticas y estéticas». «Amelia (Valcárcel) y yo», contaba «la conocimos en los primeros años de la democracia y mantuvimos con ella una amistad constante, de esas de pararse en la calle a charlar, hasta hace pocas semanas. Su formación en ballet contemporáneo se notó mucho en varias generaciones de jóvenes, al igual que sus montajes de danza y sus enseñanzas. Tuve ocasión de participar en alguna de las tertulias divertidas y elegantes que se hacían en su domicilio. Moderna, activa, ciudadana de pro, nunca olvidaremos su arte y sus virtudes».

Marisa Fanjul fundó después el Joven Ballet Contemporáneo de Asturias, en 1978, con actuaciones nacionales e internacionales. De todos esos proyectos salieron montajes muy recordados como La noche de San Juan, Juegos Profanos, La lección, Rasputín, La Zarina o La Regenta. Destacan también, en los siguientes años, Invitación al vals, El Elogio del Horizonte y Asturias mitológica.

Cuando echó de menos la actividad cultural que giraba en torno al Joven Ballet, montó la tertulia «Círculo de curiosos», que acabó reuniendo en su casa a artistas plásticos, músicos, escritores, cineastas o actores. Eran sesiones en las que ella ejercía como la gran dama de la cultura que fue, inquieta, divertida y elegante. Ahí la quiso recordar ayer el poeta Javier Almuzara, «erguida con la gracia propia de una bailarina, abanderando todas las aventuras de la belleza, promoviendo el arte y el encuentro de los artistas, ofreciendo su casa a la tertulia ilustrada». «Diré una vulgaridad», añadió Almuzara, «pero Marisa rima con sonrisa y su evocación, incluso ahora, me hace sonreír con agradecida ternura».

La Asociación de Profesionales de la Danza de Asturias (APDA) destacó a la «profesora y compañera» que fue «un claro referente que trajo a su tierra técnicas, estilos y referencias escénicas innovadoras». «Vertebró un estilo, una forma de ver y hacer las cosas, pero, sobre todo, abrió en muchas de sus alumnas la vocación pedagógica y la inquietud por el desarrollo de proyectos de singularidad propia. Una verdadera decana». La asociación señaló «sus incansables ganas de trabajar y de dignificar, desde siempre, el papel de la mujer en el arte; además de querer dinamizar hasta el final de su vida la vida cultural e intelectual asturiana».

Hoy, a las 12, se celebrará su funeral en la iglesia de San Juan el Real.