"El Altar del holocausto" son un grupo peculiar. Sus miembros van vestidos con túnicas blancas hasta los pies y unos grandes crucifijos al cuello jugando, muy probablemente, con la ambigüedad religiosa. De esa guisa el cuarteto salmantino consiguió meterse ayer en el bolsillo al público ovetense en un concierto en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo dentro del ciclo Tiempos Nuevos. Más poblado que en otras actuaciones. Tan especiales son que, pese a ser un grupo que toca un estilo musical muy cercano al heavy metal, no dicen ni mu. Todas sus canciones son instrumentales y, de hecho, durante sus conciertos –muy precavidos respecto a su identidad– no suelen hablar con su público. Pero eso no les quita mérito. En Oviedo hicieron un esfuerzo notable por acercarse a la concurrencia. Tanto que, en una de las últimas canciones, uno de los guitarristas –como no tienen una identidad definida es complicado ponerles nombre– se bajó del escenario –solo tenía que saltar un escalón– y se puso a dar botes como uno más. Durante la actuación solo una vez en la que uno de los miembros de "El Altar del holocausto" se dirigió al público de viva voz y, aun así, lo hizo ayudándose de un distorsionador. Fue el bajista. "Gracias hermanos por tener fe en la música. Os podéis dar por bendecidos", dijo. Jugando, evidentemente, con la ambigüedad de lo religioso.

En lo musical la actuación fue impoluta. Con un volumen no demasiado alto que permitía distinguir con nitidez cada una de las notas. Al ser música instrumental, podría pensarse que, llegado el momento, el público podría caer en la monotonía. Nada más lejos de la realidad. Los propios miembros del grupo se encargaban de levantar los ánimos constantemente. Pidiéndoles que se acercaran constantemente al escenario. Querían tenerlos cerca. Otra vez con la ambigüedad. "Te puede gustar más o menos el estilo, pero son muy buenos", decía uno de los asistentes. Antes de ellos, Grima había calentado el escenario con un notable "punk".