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Ángel González, las cartas de un "profundo pesimista"

El libro "Querido Antonio" reúne la correspondencia que el poeta ovetense mantuvo con su amigo Antonio Navas, en Caracas, donde se reflejan sus preocupaciones personales y políticas contra la dictadura franquista

Ángel González

Detrás de su ironía y su escepticismo, y salvo los grandes momentos de celebración, Ángel González (Oviedo, 1925) fue gran parte de su tiempo un hombre serio y casi distante, recogido detrás de una especie de dolor vital, de desasosiego cenizo. Por eso ayuda, completa y casi alivia a la hora de seguir construyendo su figura, pasados ya 13 años de su fallecimiento, el libro que Papeles Íntimos ha editado este año con lujo y cariño. "Querido Antonio: aquí, como siempre" está llamado a ser un volumen raro en la bibliografía del poeta ovetense. Compuesto en exclusiva por textos suyos, reproduce las 33 cartas, 16 postales y siete dibujos que Ángel González envió, primero desde España, después desde Estados Unidos, ya convertido en profesor de literatura española, a su amigo Antonio Navas Jiménez, un emigrado español en Caracas, entre 1967 y 2004.

Ángel González, las cartas de un "profundo pesimista"

En esa correspondencia no se han podido localizar las respuestas de Antonio, así que la única voz es la de Ángel González, que, progresivamente, a medida que avanza la amistad entre los dos, gana en confianza, pasa del "usted" al "tú" y va dibujando su lado más personal, el de las preocupaciones domésticas y el de las políticas.

A pesar de este otro Ángel González tan preocupado por consolidar su futuro profesional en las universidades del sur de Estados Unidos, por los problemas con el pago de impuestos, atravesado por el dolor cuando muere su madre o interesado en recibir buenos discos de jazz y libros que no podía conseguir, también se cuela ese profundo pesimista algo sui generis, siempre con un fondo burlón, que llevaba dentro.

Dibujo de Ángel González con los versos: «Por piernas entreabiertas, descuidadas, se escapan, descubiertas, mis miradas». 3. Una de las cartas de Ángel González reproducidas en el libro. 4. Ángel González, fotografiado en Venezuela en los años 70. 5. Antonio Navas, en la cuesta de Moyano, en Madrid, en 1963. | Fotografías reproducidas del libro «Querido Antonio», herederos de Antonio Navas

El mismo Ángel González hace esa reflexión cuando anuncia, en una carta del 25 de octubre de 1973, que después de dos buenas noticias laborales le han venido a buscar los del fisco y los de inmigración para que aporte todo tipo de papeles a la administración estadounidense. "Estos días estuve bastante ocupado", comienza la carta. "Comenzaron a ocurrir cosas, no todas buenas, como verás (Pero el que no todas las cosas sean buenas, para los que somos profundamente pesimistas o escépticos, tiene casi un signo favorable: significa que no todas son malas)".

Ángel González (a la izquierda) y Antonio Navas, en Río Chico, Venezuela, en los años 70. | Fotografías reproducidas del libro «Querido Antonio», herederos de Antonio Navas

Estas cartas que ahora se publican son el resultado del legado que Antonio Navas Jiménez dejó a su hijo Antonio Navas Cabrera. El padre, hombre dedicado a los seguros pero con una gran preocupación y afición intelectual, cultivó amistad con artistas como González, pero también con Buero Vallejo, Miguel Delibes o Gabriel Celaya.

Ángel González le pide libros que no llegaban a España (Cortázar, Carlos Fuentes...), revistas y discos de jazz. Y le transmite también otras preocupaciones, no personales, sino políticas. El poeta ovetense habla mucho aquí de la dictadura, y del asco y la asfixia que le provoca Franco. Aunque a veces muestra ilusión, como cuando en una carta de 1968 y refiriéndose a la revuelta en Francia dice que "en mayo pasado se demostró que aún pueden ocurrir las cosas más inesperadas", en general domina la desesperanza: "

Ángel González, las cartas de un "profundo pesimista"

"El país sigue como siempre, o mejor dicho; peor que nunca. Lo malo es que tantos años de paciencia se transforman en escepticismo y bajísima moral", escribe el 5 de julio. Unos meses más tardes, al día siguiente de un homenaje al dictador en la plaza de Oriente, cuenta en otra carta: "Ayer fue un día terrible. Aunque no salí de casa, la televisión se encargó de meterme en ella al enemigo. Fue impresionante".

De todas estas líneas llama la atención la que habla del asesinato de Carrero Blanco: "¡Eso sí que fue una bomba, u hostia con efecto retardado!", celebra el poeta. Y concluye: "No sé lo que saldrá de todo eso. Por una parte me da mucho miedo, por otra parte pienso que puede ser positivo. Pero lo que nadie puede quitarme es un intenso sentimiento de alegría".

Ángel González, las cartas de un "profundo pesimista"

Ya en Albuquerque, Ángel González espera la muerte del dictador, que no llega. "Cuando estuve allí parecía que iba a presenciar el entierro del anciano general, pero el hijo de puta se recuperó, según parece, y otra vez está al frente de los destinos patrios. Increíble", se lamenta en 1974.

Al año siguiente, el 25 de noviembre de 1975 sí le llega la hora y Ángel, fiel a intercambiar estos pareceres con su amigo Antonio, también de una familia represaliada por el franquismo, le escribe: "Al fin fallecieron los restos del general. Parecía que no iba a suceder nunca, pero ocurrió lo increíble. Una pesadilla se ha desvanecido; quedan otras, En cualquier caso, tan siniestro y odioso como el pasado que se fue a la tumba con el enano sangriento, no creo que sea el futuro. Franco ya se murió, y lo demás son menudencias. Aquí no tuve con quien brindar por su estancia en los infiernos, aunque levanté varias veces la copa en solitario".

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