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Álvaro Urquijo Líder de «Los Secretos», que actúan mañana en La Ería

«Nosotros apostamos por la música, no por el negocio»

«No entiendo que un joven vaya a ver a su ídolo cantando en playback y salga del concierto encantado con lo que ha visto»

«Los Secretos» en una imagen promocional, con Álvaro Urquijo sentado en el centro. | LNE

Dice Álvaro Urquijo que «Los secretos» nunca han sido un grupo de éxito. La realidad se empeña en negarlo. Solo tienen que sonar «Déjame», «Ojos de perdida», «Sobre un vidrio mojado» o «Por el bulevar de los sueños rotos» para llevarle la contraria. Esos y otros clásicos sonarán mañana jueves en el recinto de La Ería donde «Los Secretos» (20.30 horas) compartirán noche con «Hombres G» (22.20 horas). Urquijo, voz y guitarra, argumenta su tesis.

–¿Cómo están «Los Secretos» después de cuatro décadas?

–Estamos celebrando una segunda juventud. Vamos a acabar este año con casi 90 conciertos y eso no nos pasa desde 1981 cuando sacamos «Déjame» y dimos 120 recitales.

–¿Y qué paso luego?

–Que desaparecimos de las listas. Nunca hemos sido objetivo de las discográficas ni hemos tenido apoyo de las multinacionales, todo lo contrario. Hemos ido renunciando a muchas cosas al no tener ese apoyo, hemos aguantado gracias al público.

–Pero sus canciones sí han sobrevivido.

–Sí, han sobrevivido a malas épocas y al paso de varias generaciones. En su día apostamos por la música y no por el negocio. En el 83 nos echaron de nuestra discográfica, Universal, porque éramos todo lo contrario a lo que se esperaba de un grupo, no vendíamos nuestro producto y no éramos animales de escenario. Grabamos un disco («Algo más») y metimos un banjo. Uno de los directivos nos dijo que aquello olía a vaca, y es posible que tuviese razón. Era la época de las hombreras, de «Mecano» y «Spandau Ballet» y nosotros olíamos a vaca.

–La Movida y esas cosas.

–Yo viví la época anterior. Del 77 al 79 fue glorioso Elvis Costello o «Blondie» y grupos que ya de aquella hacían power-pop. Los 80 fueron más estética que música, fue la sublimación del glitter (brillantina) y nosotros estábamos fuera de juego.

–Estará harto de que le pregunten por el secreto de «Los Secretos».

–Lo estaba, pensábamos que era una pregunta estúpida pero ahora me he dado cuenta de que es la pregunta clave. Nosotros no somos producto de un número 1 brutal, no entendíamos que a otros grupos les hiciesen unos videoclips maravillosos y a nosotros nada. Por eso ahora entiendo que el secreto es que las canciones que hagas coincidan con el gusto del público. En el 95 sacamos un disco que fue un fracaso, vendimos solo 18.000 copias, era «Pero a tu lado» y en los dos últimos años ha sumado 55 millones de escuchas en «spoty». Aunque no te llene la cuenta corriente te das cuenta de que el público es nuestro secreto.

–Canciones de hace 40 años sumando seguidores en plataformas digitales. ¿Cómo lleva eso de que ahora los éxitos duren una semana?

–Pido el comodín del público. Soy viejo, pero entiendo que si hay algo que a mí no me gusta pero sí gusta a otros debo respetarlo. Hace unos años compré un disco de Duft Punk en primavera y en Navidad se lo puse a mi hija, mi sobrina y unas vecinas. Me dieron que era viejo. El disco había sido un éxito tremendo y en unos meses ya era viejo. Son cosas que yo no entiendo pero tengo que respetarlo. En la furgoneta de «Los Secretos» hemos intentado analizar la música de ahora como profesionales, como compositores, como productores, y no hay manera. O nosotros estamos fuera de onda o la música es otra cosa. No puedo opinar pero no entiendo como un chaval puede ir a ver a su ídolo en playback y salir contento del concierto.

–Aprovechó el confinamiento para poner en orden sus cosas y publicar el libro «Siempre hay un precio».

–En el 18 aniversario de la muerte de mi hermano Enrique me di cuenta de que había mucha desinformación. Empecé a reunir recuerdos. No tenía intención de hacer un libro pero sí quería tenerlo ordenado y el covid me impulsó porque vi que se estaba muriendo gente y me entró miedo. Me podía tocar y no quería irme sin dejar un relato que se ajustase a mi historia. Le mandé unos audios a un amigo escritor, Gonzalo Abadía, y vieron que de ahí podía salir un libro. No era mi intención, yo no soy escritor pero sí era el más indicado para contar mi historia.

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