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Alma de Oviedo

Una campeona a cámara lenta en Oviedo

La galerista Guillermina Caicoya encontró su lugar y su sosiego cuando empezó a virar del esquí de competición al arte contemporáneo, donde sigue

Guillermina Caicoya posa junto a algunos de los esquís de la familia -los de su padre, Elías Caicoya Masaveu, de madera oscuros, y con los que ella compitió en la selección nacional, los blancos- en el edificio de la calle Principado en cuya portería tiene ahora la sede de su galería. FERNANDO RODRIGUEZ

Más alta, más lejos, más fuerte, Guillermina Caicoya siempre quiso ser la primera. Si su hermana mayor Pilar ya iba al colegio a las Teresianas, ella también, aunque tuviera dos años. Si para los cursillos de esquí había que tener nueve, ella se empeñó en empezar con siete. E incluso ahora, dentro del mundo de las galerías de arte de aquí, la suya anda multiplicando por ferias internacionales el pequeño espacio que ocupa habitualmente en la portería de un edificio familiar de la calle Principado. «Nunca llegas donde quieres, siempre aspiras a más», concluye, sin lamento ni rendición, con cierto deje entre enigmático y burlón, de los años que fue la campeona nacional en el equipo femenino.

Al principio fue esa idea fija. Campeona de esquí. Otras niñas querían ser azafatas o enfermeras. A ella le habían alimentado con deporte y con arte, y aunque entonces no conocía esas fotos de su padre en la portada del ABC lleno de medallas –«era un atleta, lo ganaba todo»–, sí había disfrutado desde pequeña, junto a sus hermanos, en los plintons, espalderas y cuerdas de escalar que Elías Caicoya Masaveu había mandado instalar en el piso de Muñoz Degrain. Desde allí y por aquellos prados, Guillermina ya se deslizaba en interminable batalla campal con los otros Caicoya Gómez-Morán, en especial con Félix, con el que solo se lleva doce meses, a veces con los patinetes que construía su hermano Elías, otras perseguida por los dueños de algún prao. El colegio no era tan divertido como subir a Pajares, miércoles y sábados, todos metidos en «la rubia», un Fiat ranchera, ni un esquí más en la baca y los niños a jugar con bastones y nieve delante del coche mientras los padres se iban a la Picarota.

Alguna de aquellas equipaciones están todavía hoy en el almacén de su galería. Los esquís de su padre, los más pequeños, muy toscos, que avergonzaban a los niños, los que calzaba cuando disputaba el campeonato de España... La primera vez que lo ganó fue en 1972. Con nueve años había empezado a competir y a ganar. La federación les había fichado a ella y a su hermano Santiago y aquel año, en Panticosa, se sacudió los complejos de paleta de pueblo y ganó a todas aquellas catalanas y aragonesas tan equipadas y modernas con las que luego compartiría juventud y rivalidad y, hoy, chat de whatsapp.

Formar parte del equipo de promesas de la selección nacional le cambió la vida: planes de preparación física, concentraciones en los Alpes, varios meses fuera de casa en invierno. «¿Qué haces cuando toda tu jornada está planificada y vuelves a la vida normal?». Cuando caía por Oviedo, en las Ursulinas, le parecía «que todo iba a cámara lenta».

En 1974 fue una de las primeras esquiadoras españolas en participar en un campeonato del mundo. En 1978 lo dejó. No fue fácil volver a arraigarse en una ciudad de la que había estado siempre marchándose. Probó varias carreras y acabó encontrando en la galería familiar Nogal (calle Asturias, 69), montada por su padre a imagen de Biosca, en Madrid, donde había participado su tío José Antonio, una agarradera. También en regresar a la competición dentro del equipo de «ciudadanos», volver a ganar y acabar siendo entrenadora, desde Asturias, de un equipo nacional. «Todos querían venir conmigo».

Todavía ensayó una vida en Boston, Estados Unidos, a principios de los noventa, pero desde finales de años ochenta y comienzos de los noventa ya había empezado a quitar tapices de las paredes de la galería, a retirar muebles y a meter arte contemporáneo. En Oviedo empezaron a mirar el local desde fuera, algo cohibidos. En 2008 reinauguró como «Guillermina Caicoya» y en 2014 se hizo pequeña, modelo show-room, para seguir siendo grande y orgullosa.

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