Aguacero musical en un Auditorio de Oviedo entregado

Los chelos de Alban Gerhardt y Wolfgang Emanuel Schmidt deslumbran en su concierto con la Metamorphosen Berlín

Miembros de Metamorphosen Berlin, con los dos chelistas en primer término.

Miembros de Metamorphosen Berlin, con los dos chelistas en primer término. / Luisma Murias

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

La jornada fría y desapacible de ayer no fue un obstáculo para un público ovetense, siempre ávido de disfrutar de la música clásica, refugiándose de las inclemencias meteorológicas en el Príncipe Felipe, ante una nueva cita del ciclo "Conciertos del Auditorio", organizado por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo. Sin embargo, la tempestad musical que se vivió sobre las tablas del coliseo no distó mucho del temporal que parece haberse instalado en el Principado.

Abría fuego el "Concierto para dos violonchelos en sol menor" de Vivaldi, obra compleja y exigente donde Alban Gerhardt (solista de la velada) y la orquesta Metamorphosen Berlín (bien bajo la batuta de Wolfgang Emanuel Schmidt, bien arropando sus intervenciones al cello) demostraron que la juventud no está reñida con la calidad. Y es que, a pesar de la poco más de una década de vida de la formación germana, el nivel técnico de sus intérpretes, su intensidad y la extraordinaria facilidad para adaptarse a diferentes repertorios los han situado en un lugar de privilegio entre los grupos camerísticos de la actualidad.

Público en el auditorio, al inicio del concierto. | Luisma Murias

Público en el auditorio, al inicio del concierto. | Luisma Murias / J. Mallada

Gerhard y Emanuel Schmidt lucieron un gran entendimiento y se compenetraron a las mil maravillas, dejando momentos de una expresividad más que notable. El violonchelista alemán (Gerhardt) repetiría protagonismo como solista en el "Concierto para violonchelo en do mayor" de Haydn. Rubricando la primera mitad, ambos chelistas volvieron a unirse, esta vez en solitario, para ejecutar, a modo de propina, el allegro prestissimo de la "Sonata en sol menor", de Jean-Baptiste Barrière.

El aguacero de la segunda parte llegaría en forma de obras de Janácek y Karayev, para completar un programa ambicioso que abarcó desde el barroco hasta el siglo XX. La "suite para cuerdas", de Janácek, evidenció la brillantez de los violines de la agrupación berlinesa y destapó todo un repertorio de tímidas muecas y gestos cómplices entre los disciplinados intérpretes. Una estela similar siguió la ejecución de "Tres miniaturas", de Kara Karayev, compositor azerbaiyano escasamente programado que se deshizo en un cierto eclecticismo bajo la dirección de Wolfgang Emanuel Schmidt. El que fue alumno de Rostropovich, convenció a un auditorio bien poblado a través de su gesto pasional y cercanía que encontraría su momento culminante mediante la interpretación, fuera de programa, de "Palladio" (de Karl Jenkins) y el Scherzo de la "Serenata para cuerdas" de Dvorák, ante los insistentes aplausos de la concurrencia, que agradeció incluso con algunos gritos de "¡Bravo!" el chaparrón musical.

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