Don Emilio, clásico eterno

El "año Alarcos" ha apuntalado la posición cimera del legado del profesor, un filólogo total con la gracia del vitalista entusiasta

Don Emilio, clásico eterno

Don Emilio, clásico eterno / Chus Neira

Chus Neira

Chus Neira

Despidió esta semana el centenario del nacimiento de Emilio Alarcos la cátedra que lleva su nombre en la Universidad de Oviedo después de un año de charlas y congreso y justo cuando se cumplía un cuarto de siglo de su prematura muerte. Desde que se fue el maestro su sombra ha seguido alargándose, y lo escuchado en Oviedo a largo de este curso no ha hecho más que apuntalar la posición cimera de su legado. Esa titánica figura que hoy proyecta el recuerdo y la obra de Don Emilio lo es, además, en tantos y tan diversos niveles que resulta difícil negarle ya la condición de clásico eterno.

En el fuero alarquiano están, al menos, y en confusión coherente, el lingüista, el literato, el poeta, el escritor, el hablante y el oyente, el académico de la lengua, el humorista y la figura pública cargada de vitalismo entusiasta.

Empezando por el final, la gracia de Alarcos era un patrimonio único que sus hipotéticos parecidos con Groucho o López Vázquez solo podían incrementar. Era, la suya, una coña marinera de castellano viejo en tierra, que trabajaba la perplejidad y evitaba la saña. Antonio Muñoz Molina lo contó muy bien cuando pasó por el año Alarcos: "no era el sarcasmo bilioso nacional, tenía ese humorismo cervantino, una concepción generosa de la vida y del ser humano". Él lo sabía por el trato en la RAE, donde siempre encontró un filólogo sagaz y con muchísimo sentido común y un compañero alegre y desencorsetado pese a la apariencia del cátedro adusto.

Quizá todos esos matices de su figura pública sean, al final, la expresión de una combinación muy repartida de genes patrios. En sus propias palabras, pronunciadas durante los actos del milenario de la lengua española en San Millán de la Cogolla, en 1977: "De nación salmantino y pación ovetense, soy un español híbrido que no renuncia a ninguno de sus orígenes conocidos: una mitad de catalán, un cuarto de manchego, un ochavo de asturiano y otro de vasco constituyen mi pedigrí, en cuyo cuarto de castellano nuevo imagino que habrá alguna onza y aún onzas de converso más o menos judaizante".

Ese pequeño párrafo conduce a otro Alarcos perenne, el Alarcos escritor, el hombre capaz de expresarse con un castellano pulcro y sintaxis eficaz. Salvo las pocas veces que se dejaba gustar en extremo, en el conocimiento profundo del idioma, sus textos tienen ese peso y esa densidad de la prosa mayor en lengua española. Pero, además, ese mismo estilo limpio, brillante y preciso, lo llevó a sus textos académicos, dotándoles del barniz de la obra clásica "avant la lettre". Ahora que con motivo del centenario se han reeditado obras como la "Fonología" se puede volver a decir. Lo explicó el catedrático Rafael Cano: "Ese libro sigue siendo un manual imprescindible donde dice cosas que nadie ha dicho mejor ni con mayor claridad expositiva". Se puede decir lo mismo de la "Gramática" que elaboró para la RAE. No es la oficial ni falta que le hace. Es la "Gramática de la lengua española" de Emilio Alarcos (1994) y hoy sigue siendo uno de los mejores manuales para entender nuestra lengua desde el principio hasta sus complementos atributivos más endiablados.

Y está también, claro, el contenido. La visión de Alarcos sobre la lingüística, la modernidad que trajo a los estudios en España, fue otra de las constantes en las aproximaciones que los especialistas han hecho durante este año sobre su legado. El profesor García-Molins lo resumió con la idea de que el maestro transformó los estudios "de arriba abajo" y que "hoy no se puede escribir de gramática sin tener en cuenta a Alarcos".

Hay otra pata, quizá más pequeña, pero que en la dimensión "glocal" importa bastante. La Universidad de Oviedo que le ha rendido este homenaje no habría llegado a ser, quizá, nunca lo que fue sin su magisterio y su forma de hacer cantera. Cuando Alarcos llegó aquí había poca vida más allá de Don Juan Uría. Él y otros profesores (Cachero, Caso, Ruiz de la Peña) fueron un motor de cambio generacional, de renovación, de fichaje, de producción de tesis doctorales, de escuela.

Del centenario, aparte de las reediciones, actas y actos, quedará también, dicen, un espacio en el edificio histórico con su nombre, el aula Alarcos, cerca de la biblioteca antigua, en el corazón de la institución que amó y de la ciudad donde pasó con luz y palabra.

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