Hay más Toño Velasco por la ciudad

Tras el éxito de público de "In itinere", su visión de la ciudad, el pintor quiere profundizar en el "agujero" en el que se verá la crónica de su tiempo

Toño Velasco. | I. Collín

Toño Velasco. | I. Collín / IRMA COLLIN

Javier Cuervo

La exposición "In itinere", 100 dibujos y pinturas de Toño Velasco (Valladolid, 1970) metió en Trascorrales a casi 6.000 ovetenses a lo largo de 12 días. Fue una exposición lenta, hablada y atiborrada de obra y de visitantes de un Oviedo que es más tiempo que espacio, una crónica abocetada con la zurda y pintada a velocidad de impulso por un moreno expansivo, con vozarrón y dentadura allá arriba.

–Antonio López me dijo "pinta lo que te rodea" y he seguido su consejo. Un pintor cuando muere tiene que dejar un agujero y cuando te asomes a él veas el momento y el lugar en que vivió. Quiero ampliar el agujero, ir a los extrarradios de Oviedo, no lugares, escondidos.

De momento están las 13 plazas en las 13 plantas del antiguo edificio de los Alsa, que expuso en fotografías en "In itinere". También el mural "Oviedo en pandemia" que decora el fondo del restaurante Pagos Viejos, en la calle del Águila. Hay obra suya colgada en El Ovetense y en la sala de composición del Conservatorio.

–Nací en Valladolid porque mi padre era un delineante que salió de la Fábrica de Armas de la Vega y fue a Pegaso. Se prejubiló inesperadamente y volvimos a Oviedo, donde mis abuelos tenían casa en la avenida de los Monumentos, pegada al bar Naranco, donde empieza la pista finlandesa. A los 10 años me escapé y llegué hasta la pasarela y miré Independencia.

El Oviedo hacia la adolescencia transcurrió por Montes del Sueve, donde vivía otra abuela; el edificio Alsa, adonde se mudó la familia; Trascorrales, donde su abuelo tenía una tiendina de afilador y él iba...

–A ver chispas. En el instituto Naranco me especialicé en primero de BUP, porque lo hice 3 veces. Anduve por la discoteca Vanitas, la cervecería Prost y maté marcianos en las salas de electrónicos de la Luna y Rosal, que estaban bajo el imperio del Evaristo. Mis padres querían que hiciera carrera, pero solo pensaba en entrar en la Escuela de Arte.

Entre 1986 y 1992 acabó Grabado y Diseño.

–Era la escuela de "Fama", la libertad total y la inconsciencia: fumabas en el taller al lado de bidones de gasolina, el bar vendía alcohol y el miércoles de Carnaval se iba disfrazado y de doblete.

Vendió los primeros cuadros en tiendas de decoración, paisajes de chimeneas industriales, a mil duros la lámina (30 euros), puso copas y entró en sociedad en "La reserva", un pub en la calle Carpio de jueves a domingo que duró 11 años.

–Nada más abrirlo marché a París para un año. Regresé a los dos meses de ser pintor ilegal en Montmartre y de aguantar la presión de la dura policía.

Hizo murales en su pub y en el Nunca Jamás (plaza del Paraguas), y el Planeta Tierra (Carta Puebla). Estuvo en cooperativa en Langreo, hicieron los primeros CD-ROM, creó animaciones para Europa Seguridad Minera, tuvo el estudio de diseño Istmo Comunicación con Valentín Cores, colaboró en La Gran Manzana de Tele Asturias con un club de la comedia que se llamaba "El casting", fue jefe de comunicación de Ikea en Asturias, profesor en la Escuela de Arte de Avilés...

–A los 40 años cobré unos meses el paro y pasé a dedicarme plenamente a la pintura desde mi taller en una casa de La Fresneda para hacer la serie de "La burla" (retratos de celebridades con la lengua fuera) y dar clases particulares. Vivo de la pintura con alguna holgura y cada vez mejor.

Pinta personas y figuras (tiene retratos de vecinos célebres como Fina, la de los ultramarinos; el pintor Enrique Pinín y dos alcohólicos públicos: Chelo la rusa y Andresín el Cuqui). En la galería permanente de Oviedo tiene el mural de la Corrada de la Poesía, en la avenida de Santander, y en el salón de actos de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación está recogido el de cien retratos ovetenses trazados con rotuladores negros y rojos una Noche Blanca.

–Soy mi mercader sin complejos. Trabajo con las redes sociales porque vivo de ellas. Pinto, lo fotografío, lo subo y, a veces, vendo sobre la marcha, recibo encargos, conecto con los alumnos. Ahora quiero dignificar el Calatrava con un personaje, Calatravo, una especie de Transformer que anda por Oviedo. El Calatrava es un horror que ni gusta ni encaja, pero no lo van a demoler. Mejor acostumbrarse con una mirada simpática.

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