Ana Botas: «Los misioneros tenemos que ver, oír, callar y adaptarnos al lugar»

«Me llamaban loca, pero había un mundo por descubrir», cuenta la ovetense, que inició su periplo americano en misiones a los 60 años

Ana Botas, con una revista de Manos Unidas, ONG con la que colabora. | IRMA COLLÍN

Ana Botas, con una revista de Manos Unidas, ONG con la que colabora. | IRMA COLLÍN / L. Landázuri

Dejar atrás la prisa de su Oviedo natal y también las comodidades a cambio de vivir una experiencia que le cambió la vida. Ana Botas, miembro de la familia fundadora de los conocidos Almacenes Botas, aún no se explica cómo con 60 años decidió coger un avión rumbo a Bolivia para embarcarse como misionera. «Colaboraba con temas de misiones en el Corazón de María y con grupos de jóvenes en campamentos y fueron ellos los que me convencieron para hacer el viaje. Por mi edad tuve dudas, pero decidí probar», cuenta Botas.

Acompañada de un enfermero y dos estudiantes de Arquitectura, la misionera tomó un avión de Madrid hasta Brasil, pasando por Paraguay. Miles de kilómetros sin saber cuándo alcanzarían su destino: Bermejo, Bolivia, localidad a la que llegaron a través de caminos sin asfaltar y muchos precipicios. Una vez instalada, comenzó el aprendizaje. «La primera lección que me enseñaron los misioneros españoles que estaban allí fue muy clara: ver, oír y callar. Porque vamos pensando que haremos muchísimas cosas y antes hay que conocer a la gente sin prejuicios y adaptarte a su vida».

Con ese principio por bandera, Botas se adentró en un mundo de contrastes. «Tuve la oportunidad de conocer a las comunidades indígenas, a quienes les sorprendía mi tono de voz. Decían que hablaba muy fuerte, que era como si les estuviera retando. Al final llegamos a un acuerdo: yo moderaría mi entonación y ellos hablarían más alto, porque no les oía», dice Botas, quien regresó de su primera experiencia en Latinoamérica con una idea marcada: «Lo estamos haciendo muy mal porque si no nos unimos todos no podemos conseguir nada. ¿Cómo le dices a una persona que coma si no tiene nada?».

A pesar de las dificultades que conoció de primera mano, el hermanamiento entre los miembros de la comunidad es uno de los valores que destaca Botas. «Se ayudaban unos a otros. Era algo muy emocionante. Sin embargo, el machismo era lo más difícil de llevar. Sobre las mujeres recae gran parte del trabajo y, a cambio, reciben un trato injusto», confiesa la misionera, quien comparte uno de los aspectos más duros que se trajo de la experiencia. «Las madres no inscriben a sus hijos en el registro porque saben que los niños no vivirán muchos años. Piensan que no merece la pena inscribirlos si van a tener que borrarlos, porque la esperanza de vida es muy baja».

Un relato crudo que Botas se emociona al recordar, pero que no empaña todo el aprendizaje que le dejó una vivencia que acabó prolongándose 10 años, una primera etapa de nuevo en Bolivia y la segunda en Panamá. «Todos pensaban que estaba loca. Decían que no se me había perdido nada allí, pero yo sabía que había otro mundo y que había que verlo», señala orgullosa.

Con una vocación innata por ayudar, su andadura en Latinoamérica no se entiende sin el apoyo de Manos Unidas, ONG a la que Botas debe mucho. «Gracias a ellos compramos máquinas de coser para confeccionar camisetas que luego se vendían y así podían pagar medicamentos; impartimos formación a campesinos para mejorar sus cultivos y también les enseñamos a leer y escribir», dice Botas, convencida a sus 90 años de que «repetiría sin dudarlo».

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