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La mujer muerta de forma violenta en Oviedo, una moldava de 44 años compradora compulsiva de pelucas

La Policía refuerza la vigilancia en el barrio, donde pasaba desapercibida salvo por sus compras compulsivas de pelucas en un establecimiento cercano

Dos agentes haciendo ronda, ayer, por el patio interior del edificio donde vivía la víctima. L. B.

Tatiana Coinac tenía 44 años, medía un metro sesenta y cinco, era delgada, gastaba zapato bajo y ropa cómoda e informal. Llevaba viviendo en Teatinos varios años aunque pocos habían reparado en ella. Algún vecino de horarios nocturnos se la cruzaba paseando a su gato por la manzana, aunque en la peluquería del barrio la conocían bien. En los últimos meses, desde que empezaron a vender pelucas, se convirtió en clienta habitual. Compraba de forma compulsiva la misma, fuera de cabello rubio, oscuro o ceniza, sin estridencias. El 19 de febrero le vendieron la última. Tatiana Coinac es la mujer que la Policía encontró sin vida el domingo por la mañana en el baño de su piso, en la calle Amsterdam. Fue, confirmaron ayer los investigadores, pasadas las dudas del primer día, una muerte violenta y se está investigando la participación de terceras personas.

Que alguien pudiera haber asesinado a Tatiana Coinac o que estuviera envuelta en negocios turbios, una hipótesis que llegaron a apuntar algunas fuentes, es algo que no cabe en la cabeza de las pocas personas que trataban con ella de forma habitual. En el salón de peluquería que frecuentaba, la noticia de la muerte, comunicada ayer por la mañana por agentes de la policía, dejó heladas a las trabajadoras.

Allí, bajo un cartel que invita al optimismo –"nuevos días, nuevos pensamientos, nuevas esperanzas, nuevos oportunidades"– aquella mujer moldava de 44 años fue contando algunas cosas, no muchas, de lo que, supuestamente, era su vida a lo largo de los meses que fue clienta habitual.

El gato recogido por el albergue de animales. | L. B.

Era una mujer normal, muy reservada, sí, y también desconfiada, pero nada en ella apuntaba a una doble vida. Contaba que llevaba años en Asturias. Por temporadas su madre y el novio de su madre le acompañaban en el domicilio de la calle Amsterdam, un piso que, decía, se había comprado.

No se le conocían amistades aunque a veces salía por la noche. Por Gijón. Pero no le gustaba demasiado. "Hay mucha competencia entre las chicas". Tampoco le interesaban los hombres. Malas experiencias. En Oviedo se había formado para cuidar ancianos y según los rastros que fue dejando en sus conversaciones ese era su trabajo, en una residencia de Oviedo. Hablaba de sus turnos. De si entraba por la mañana, si por la tarde, cuando pedía hora para pasar por la peluquería.

La normalidad de Tatiana, una mujer delgada y sin un físico llamativo, solo albergaba una rareza. Tenía una obsesión casi enfermiza con las pelucas que fue lo que le llevó al negocio del barrio cuando empezaron a trabajar ese material. Pero no cualquier peluca. Para desesperación de las trabajadoras del salón, no había forma de venderle modelos distintos. Siempre tenían que ser pelucas rubias, un rubio discreto. Su fijación llegaba al punto de que cuando llegaba un modelo nuevo de esas características, nada más verlo en el escaparate acudía corriendo a comprarlo. Llegó a hacerse con cuatro en un solo mes, y en el establecimiento, por cuidar a la clienta y temiendo una adicción un poco enfermiza, incluso le escondían las novedades.

Tatiana Coinac tenía sus cosas para el pelo. No quería que se lo tocasen y hace pocos meses pidió que la raparan. Decía que con la peluca le daba mucho calor. ¿Para qué quería tantas pelucas y tan parecidas? "Son mis niñas, las tengo todas ahí puestas en casa", reía divertida. La obsesión con las melenas postizas no parecía agradar a su familia. Aquella última que compró el 19 de febrero, la que precisamente le habían ocultado al fondo de la tienda pero que ella descubrió mirando a través del escaparate, pidió que se la metieran en una bolsa un poco tapada. "Que si ve mi madre que me compré otra me monta un pollo", se excusaba sin apenas acento del Este.

Dos coches de la Policía Nacional, ayer, en el barrio.

La madre. Ella fue quien dio la voz de alarma. Estaba en Benicarló, indican fuentes de la investigación, cuando empezó a echar en falta a su hija. "Mi madre está muy pendiente de mí, se preocupa mucho", había dicho Tatiana Coinac en alguna ocasión.

Esta vez los temores se confirmaron de la peor forma posible. El coche llevaba días en el garaje y su hija yacía muerta en el baño de su piso en la calle Amsterdam. Las investigaciones son secretas pero fuentes conocedoras del caso indican que había varios signos de violencia en el cuerpo, un golpe muy fuerte en la nuca, una lesión que no era compatible con una caída fortuita.

Ayer por la tarde, pasados casi dos días desde el hallazgo del cadáver, la policía seguía aparcada junto al piso. Las conclusiones preliminares de la autopsia han concluido que la muerte fue violenta y que hay indicios de la participación de terceras personas. Quién y por qué pudo acabar con la vida de Tatiana Coinac sigue siendo, por ahora, una incógnita, un misterio inconcebible para las peluqueras que conocieron a una chica amable que cuidaba ancianos, una mujer reservada y absolutamente normal.

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