Entrevista | Julio Ceballos Abogado y economista especializado en negociación comercial con China, presenta hoy, a las 19.30 horas, en el Club Prensa Asturiana su libro «Observar el arroz crecer»

"En los planes de China no está dominar el mundo, pero sí influir"

"Entrar en el mayor mercado de consumo del futuro conlleva una complejidad que exige mucha paciencia; no es para todos"

Julio Ceballos. | J. C.

Julio Ceballos. | J. C. / María José Iglesias

María José Iglesias

María José Iglesias

China va camino de convertirse en la primera potencia mundial y este será el mayor desafío geopolítico de los próximos años. A partir de ahora entender a los chinos resultará decisivo. De eso habla Julio Ceballos (Reinosa, 1979) en "Observar el arroz crecer" (Ariel), el libro de no-ficción más vendido actualmente en España. Ceballos estará hoy, a las 19.30 horas, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Le acompañará Esteban García-Canal, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad de Oviedo. Ceballos, abogado y economista, es experto en internacionalización, estrategia y negociación. Su carrera se ha desarrollado en varios países y desde 2006 dirige en China el negocio de marcas líderes y asesora a empresas en su implantación en el mercado asiático.

–¿Tras casi veinte años en China ha dejado ya de ser "laowai"?, (extranjero en el argot chino)?

–En China un no asiático nunca deja de ser un extranjero, pues lo lleva escrito en la cara, en sus rasgos faciales. Por mucho que uno se esfuerce en aprender el idioma, incorporar los hábitos locales, adaptarse a las normas que rigen allí la sociedad y aprender otros códigos, el extranjero sigue siendo extranjero sempiternamente. Eso es bueno, pues exime de exigencias sociales y protocolos, pero tiene también sus desventajas, ya que nunca llegas a integrarte completamente.

–¿De dónde le viene la fascinación por China?

–Hoy, como hace 20 años o hace siete siglos, cuando la visitó Marco Polo, China fascina a cualquier persona curiosa con espíritu emprendedor. Yo llegué a China con 25 años, cuando la economía china y su clase media despegaban, donde se demandaba talento internacional y la mayoría de las multinacionales europeas estaban en proceso de implantación y expansión. Venía de trabajar como jurista en Europa y nunca pensé que se abría para mí un capítulo de casi dos décadas de convivencia con esta cultura y su mercado. Las oportunidades laborales y profesionales no han dejado de multiplicarse desde 2006, no ha sido difícil apostar por mi especialidad.

–¿Y de dónde procede ese desprecio de Occidente por esa cultura, con expresiones como "trabajar como un chino"?

–China siempre ha generado en Occidente sentimientos encontrados: una mezcla de fascinación y temor, desconocimiento y atracción. En primer lugar, China es un lugar complejo y lleno de contrastes donde conviven realidades contradictorias: un país duro pero hospitalario, amable pero exigente, difícil pero entrañable. Solo se proyecta una imagen fea, adocenada, antipática y desagradable que no refleja la realidad que se vive a pie de calle. Es fácil descalificar y despreciar lo desconocido, pero así Occidente nunca comprenderá China ni logrará convivir o competir con ella.

–También se dice: "Ya veréis cuando despierte el gigante dormido; serán los amos del mundo". ¿Está de acuerdo?

–China ya ha despertado, es la primera potencia comercial global y está a las puertas de alcanzar a Estados Unidos como superpotencia económica, por eso reclama un papel acorde a su envergadura. En los planes de China no está dominar el mundo, pero sí que el mundo no funcione solo con reglas occidentales. Quieren un mundo que Occidente no lidere en solitario.

–¿Los chinos son felices en su país?

–Sí, son mayoritariamente felices y tienen aspiraciones muy parecidas a las nuestras. Los últimos cuarenta años han sacado a China de la irrelevancia internacional y han generado una abundancia material que la población no había disfrutado nunca en toda su historia. La imagen de "olla a presión a punto de estallar" que se proyecta a menudo de China y de una ciudadanía oprimida dista mucho con lo que se percibe en cualquier ciudad. En 2019, 150 millones de chinos viajaron al exterior y volvieron otros tantos. Por algo será.

–¿Tenemos una imagen muy distorsionada marcada por el cine y la literatura?

–Tenemos una imagen muy distorsionada con clichés que, si alguna vez fueron ciertos, han quedado obsoletos tras décadas de transformación acelerada. Los medios de comunicación solo ponen el foco en una parte de la realidad.

–¿Cuál será ese gran salto económico de China?

–El gran salto es el de lograr la autonomía tecnológica, que les permita evolucionar el modelo de crecimiento económico y lograr evitar la llamada "trampa de las rentas medias".

–Muchos empresarios españoles han intentado hacer negocios y no lo han logrado...

–China es el mayor mercado de consumo del futuro, pero su complejidad y dinamismo exigen paciencia, estrategia largoplacista, mucha perseverancia y gestión de la incertidumbre. A la larga, salen los números y merece la pena aprovechar esa enorme oportunidad, pero el mercado chino no es para todo el mundo.

–¿Tan difícil es el código de conducta chino?

–No lo es, al contrario. Los chinos se comportan de manera bastante relajada y no es difícil confraternizar con ellos. Se parecen bastante a los españoles en su forma de disfrutar de la vida y también en ciertas dinámicas a la hora de hacer negocios. La sociedad no se rige por reglas robóticas ni ultraestrictas como la japonesa.

–Confucio alentaba a copiar a los maestros. ¿Por qué en Occidente no cala?

–Es difícil querer aprender de nada ni nadie, cuando se observa desde una posición de autoridad moral. A menudo Occidente mira con demasiado paternalismo y condescendencia a China.

–¿Por qué ha escrito "Observar el arroz crecer"?

–Porque habitar el siglo XXI significa aprender a convivir y competir con una China en ascenso que ha venido para quedarse.

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