El relevo del histórico negocio de La Mallorquina en Oviedo: "Nunca cambiaré la esencia"

El fallecimiento del hostelero Federico Álvarez deja el histórico negocio definitivamente en manos de su hijo Javier

Federico Álvarez y su hijo Javier Álvarez, en el interior del negocio. En el recuadro, el histórico hostelero (centro), con sus hijos Carlos (izquierda) y Javier, hace treinta años.

Federico Álvarez y su hijo Javier Álvarez, en el interior del negocio. En el recuadro, el histórico hostelero (centro), con sus hijos Carlos (izquierda) y Javier, hace treinta años.

Javier Álvarez tiene grabada en su recuerdo una imagen que es el sueño de cualquier niño: el escaparate de La Mallorquina engalanado y hasta arriba de caramelos los días previos a la llegada de los Reyes Magos. Desde que era muy pequeño, correteaba por la confitería de sus padres, se colaba en el obrador y hacía que trabajaba detrás de la barra arrancando más de una sonrisa entre los clientes de un negocio que fue creciendo al mismo ritmo que aquel niño. Ahora, tras el reciente fallecimiento de su padre, Federico Álvarez, alma de La Mallorquina y un hostelero emblemático en Oviedo, Javier Álvarez ha tomado definitivamente las riendas de un establecimiento al que le queda poco para cumplir los cien años. "La verdad es que ya llevo 14 años al frente, pero siempre con mi padre al lado. Con su pérdida aumenta aún más la responsabilidad. Este no es un negocio como otro cualquiera. Empezó con mi abuelo y fue la gran pasión de mis padres. Aquí dentro está la historia de nuestra familia", asegura Javier Álvarez.

El abuelo de Javier, que se llamaba igual que su padre, Federico Álvarez, puso en marcha el negocio, situado en la calle Milicias Nacionales, en el año 1929. "Al principio era un salón de té con confitería. Mi padre nació en 1938 y cuando era muy joven mi abuelo lo mandó a formarse con los confiteros de la familia Pardo, de Avilés, que eran amigos". No fue hasta 1956 cuando Federico Álvarez, fallecido hace mes y medio, regresó a La Mallorquina. "Desde aquel momento ya no volvió a salir de aquí. Cuando murió mi abuelo, mis padres ya tomaron el mando y se compraron un horno que de aquella era muy moderno, me acuerdo que decía que costaba lo mismo que un coche. A partir de ahí le dieron una vuelta al negocio, empezaron con elaboraciones más modernas en pastelería y lo convirtieron en lo que es hoy en día a base de muchísimo trabajo", afirma Javier Álvarez.

El histórico hostelero Federico Álvarez (centro), con sus hijos Carlos (izquierda) y Javier, hace treinta años.

El histórico hostelero Federico Álvarez (centro), con sus hijos Carlos (izquierda) y Javier, hace treinta años.

La ausencia de Federico Álvarez en La Mallorquina deja un hueco que no va a ser fácil de llenar. Los clientes habituales de este histórico establecimiento de Oviedo echan de menos su presencia "en la mesa 12" del interior de la confitería, muy cerca de la barra, siempre con una silla con reposabrazos (no le valían las que no lo tienen) y pendiente de la gente que entraba en su negocio. "Era un gran relaciones públicas. Lo conocía todo el mundo y él respetaba a todos por igual. Lo mismo daba que entrase un obrero con el mono de trabajo que un ingeniero aeronáutico ‘entrajetado’. Siempre nos inculcó que hay que tener respeto por el cliente y tratarle como se merece porque es el que nos da de comer", señala Javier Álvarez. Uno de esos clientes habituales era el que fue jefe de la Casa del Rey Juan Carlos I, Sabino Fernández Campo, que vivía justo enfrente de La Mallorquina y además era el tutor legal de Federico Álvarez. "Mi abuela murió muy pronto y mi abuelo lo nombró su tutor. Un día, cuando volví de la mili, le dije que era cabo primero y él, que era General de División, me contestó sonriendo: ‘A este ritmo me va a alcanzar’. Era todo un caballero", asegura Javier Álvarez.

Esfuerzo

Después de todos los años de trabajo de sus padres, La Mallorquina se convirtió en uno de los negocios más prósperos y reconocidos de Oviedo. "Por aquí pasa gente de todo tipo. Tenemos clientela de toda la vida, pero también hay gente joven, turistas o personas que cada vez que vienen a la ciudad se pasan por aquí", explica Javier Álvarez, que actualmente dirige una plantilla de 17 personas y ofrece una carta de más de medio centenar de referencias entre pasteles, bombones y tartas. Su producto estrella siguen siendo las Mallorquinas, elaboradas a base de un crocanti de almendras y bañadas en diferentes chocolates. "Se venden en todas las tiendas gourmet y hay gente que viene a por ellas desde todos los puntos de Asturias".

Javier Álvarez echa "muchísimo" de menos a su padre en todos los aspectos, pero le queda el gran apoyo de su madre, Angelita Arrieta, que a pesar de estar jubilada es raro el día que no se pase por La Mallorquina para echar un cable y para aportar su experiencia. "Mi padre fue sin duda muy importante, pero mi madre es una de las claves del éxito de La Mallorquina. Entre los dos tenían tanto amor por este negocio que fueron capaces de convertirlo en todo un histórico", afirma el responsable de La Mallorquina. "Nosotros tenemos que tener una evolución constante para ofrecerles mejores productos a los clientes, como pasa en todos lo sectores de la vida, pero lo único que no haré nunca es cambiar la verdadera esencia del negocio. Sé de sobra que eso sería un gran disgusto para mi padre", subraya.

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