McLorin viaja a través de su magia vocal ante un Campoamor rendido

La cantante abrió y cerró con música hispanoamericana, y cantó con valentía y riesgo a dúo con el pianista Sullivan Fortner

Cecile McLorin, ayer, en pleno mano a mano con el pianista Sullivan Fortner. | David Cabo

Cecile McLorin, ayer, en pleno mano a mano con el pianista Sullivan Fortner. | David Cabo / Chus Neira

Chus Neira

Chus Neira

La valentía, riesgo y profundidad con la que cantó ayer en el teatro Campoamor de Oviedo Cecile McLorin Salvant resultó casi más impresionante que las cualidades camaleónicas y mágicas de sus cuerdas vocales, capaces de caer en picado desde un falsete imposible a una caverna de graves profundos en la misma nota y salir viva. La cantante de jazz, tres veces premio Grammy con solo 33 años, vino a dúo con el pianista Sullivan Fortner, un músico de Nueva Orleans de tocar fácil y alegre, y abrió y cerró su sesión cantando en español, de "Siete lágrimas", una composición de la artista catalana afincada en Nueva York Lau Noah, al "Dos gardenias" de Machín y la inmensa "Gracias a la vida", primer bis cantado desde el proscenio abrazando a todo el auditorio.

Por el medio McLorin recreó un puñado de "standards" no tan conocidos, como suele hacer, otros tan famosos como "My favorite things" y alguna composición propia como "Tell me what they’re saying can’t be true" o "Gohst song", segundo y último bis cantado a dúo con Fortner. Especialmente emocionantes resultaron algunas interpretaciones, como "The legend of John Henry’s Hammer" de Johnny Cash pasada por el barrio francés, la coplilla en occitano recuperada de la tierra de su madre (Francia) o el clásico de jazz "Lush Life".

En todo momento alegre y luminosa, con una agradecimiento explícito para la gastronomía local y la fartura habitual, McLorin cantó metiéndose dentro de las canciones como si entrara en ese "ascensor de tiempo" del que hablaba Cortázar, muy concentrada y expresiva pero llevando la melodía y las letras a una nueva dimensión y una especie de plasticidad vocal única. McLorin cantó de puntillas para encaramarse a algunos versos, haciéndose gigante, y también agitó sus brazos como si rapeara para dentro, pero sin rap, como si estuviera lanzando las notas a una fosa para enterrarlas. En todo ese juego, dejando respirar el piano de Fortner, balanceándose también a su compás, Cecile McLorin Salvant fue también un poco actriz y una artista irrepetible que dejó al público que acudió a verla al ciclo "Vetusta Jazz" con la sensación de estar presenciando un milagro.

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