El concejo, parroquia a parroquia

El pueblo de Oviedo que lo tuvo todo gracias a un chiringuito de San Mateo

Las recaudaciones de la asociación vecinal de Sograndio en las grandes fiestas de la ciudad servían para hacer sus propios festejos e invertir en la parroquia

Félix Vallina

Félix Vallina

La asociación de vecinos de San Esteban de Sograndio montó su primer chiringuito en las fiestas de San Mateo en el año 1983, con el socialista Antonio Masip como alcalde. Se instalaron en la plazuela que une Porlier con la Plaza Juan XXIII y allí mantuvieron durante algunos años una caseta con un escenario sobre la barra en el que se hacían conciertos en directo mientras todos los miembros del colectivo vecinal arrimaban el hombro y servían mojitos, cervezas y bocadillos como si no hubiese un mañana. Después se pasaron a Porlier, donde compartían música y terraza con el Rincón Cubano, y más tarde a La Escandalera. Aquel chiringuito era la gallina de los huevos de oro. Con las cajas que se recaudaban la asociación podía organizar las fiestas del pueblo, el concurso internacional de cuentos "Bilordos de Pinón", carreras ciclistas, un certamen de fotografía y todavía sobraba para invertir en la mejora de la calidad de vida de los vecinos. "Se puso dinero para el alumbrado público, se arreglaron caminos y se hicieron otras muchas cosas para el pueblo. Anda que no puse yo copas en aquel chiringuito. Estábamos allí día y noche, los directivos de la asociación no cobrábamos un duro, pero lo pasábamos como los indios y sabíamos que aquello iba a arreglarnos el año", explica Marcelino González Fernández, que hoy día tiene 82 años y llegó a Sograndio cuando era "un chaval" de 25.

El modelo de San Mateo cambió, los chiringuitos tradicionales se convirtieron en casetas gestionadas por los hosteleros de la ciudad y Sograndio se quedó con una mano delante y otra detrás. "Las fiestas del pueblo ya no se organizan y todo aquel movimiento que se generaba gracias al dinero que se recaudaba en San Mateo está parado. Para nosotros fue un golpe duro", afirma Marcelo, que se integró en la asociación vecinal el mismo año que nació el colectivo, en 1979. "Antes ya organizaba las fiestas del Carmen con un señor que se llamaba Joaquín Llano de la Fuente. Pedíamos por las casas, atendíamos el bar e íbamos por todos los pueblos de la zona vendiendo papeletas para una rifa en la que te tocaban mil pesetas, seis euros de hoy en día", recuerda el hombre, más conocido como Marcelo en toda la parroquia. "Una vez que se puso en marcha la asociación vecinal y tuvimos opción a gestionar el chiringuito de San Mateo todo mejoró un montón. Siempre hicimos las fiestas del pueblo coincidiendo con el último domingo del mes de julio y en el campo de la iglesia. Duraban tres días y traíamos orquestas de lo mejorcito. Venía gente de todos los sitios", afirma. "Los paisanos dormíamos en el suelo con una manta para vigilar el bar durante toda la noche. Hacíamos una fabada para 450 personas y las sesiones vermú se alargaban hasta la noche", dice Marcelo, que el día del bollo tenía por costumbre cantar "Solo te pido", de Manolo Escobar, subido al escenario de la orquesta. "Aquello ya era casi como una tradición", sonríe.

No en vano, Marcelo ya se ha ganado con creces pasar a formar parte de la historia de Sograndio, donde llegó a ser alcalde pedáneo, a regentar un bar con tienda y a trabajar sin descanso por un pueblo que lo acogió desde el principio "con los brazos abiertos". Aunque nació en Loriana y vivió durante un tiempo en San Claudio, lleva residiendo en la parroquia desde poco después de casarse con Teresa Miranda, que es natural de Trubia. "Ella trabajaba en la fábrica de loza de San Claudio y yo justo enfrente, en una empresa de fundición que se llamaba Fuente Trubia y que cerró en el año 1992. Nos veíamos cuando los dos salíamos a comer", explica. "Vinimos a vivir a Sograndio porque mi empresa nos facilitó una casa por la que pagábamos 60 pesetas de renta (unos 36 céntimos de euro). Eran seis viviendas y allí nos instalamos seis compañeros de la fábrica. Cuando las cosas empezaron a ir mal en la empresa nos dieron la oportunidad de comprar las casas y lo hicimos", añade.

Cuando Marcelo llegó a Sograndio las cosas no eran como ahora, para lo bueno y para lo malo. "Tenía que venir una cuba municipal a traernos el agua y no había tantas comodidades, pero los vecinos nos llevábamos muy bien, todas las casas estaban abiertas y entre todos nos ayudábamos. Ahora toda esa gente ya va faltando y algunas casas se han arreglado para acoger a gente nueva, pero no hay tanta convivencia", explica. "Antes funcionaba el colegio en el edificio que ahora hace de centro social y el pueblo estaba lleno de guajes jugando. Dos de mis tres hijos todavía fueron allí a la escuela", dice. "Había dos bares con tienda, el de Paco el Ferreru y el de Milia. La mayoría de la gente trabajaba en las fábricas de Trubia o en San Claudio, pero en las casas también había huerta y ganado. No se bajaba a Oviedo para nada porque teníamos de todo. Ahora ya queda muy poco de aquello".

Marcelo también tuvo el único bar que queda ahora en el pueblo. Lo cogió con su mujer en el año 1992, cuando cerró la empresa en la que trabajaba. Antes de tenerlo él se llamaba "Bar el Polvorín" y Marcelo le cambió el nombre para bautizarlo como "Bar Sograndio". "Servíamos cuarenta comidas al día y había mucho ambiente. Lo dejamos cuando entró el euro", explica. De ese bar guarda muchas anécdotas, como aquella con Gabino de Lorenzo, el exalcalde de Oviedo. "Estaba de visita en el pueblo y le dije que se necesitaba un aparcamiento en la zona del centro social. Era un viernes. Se dio la vuelta y dijo: ‘Palmero (en referencia a Manuel Palmero, ya fallecido y entonces concejal delegado del Área Rural), el lunes la pala aquí. Y así fue", recuerda. Marcelo se llevaba bien con De Lorenzo, pero también con otros políticos que pasaron por el Ayuntamiento. "En la asociación de Sograndio nos daba igual que fuesen de izquierdas o de derechas, durante las fiestas había bollo preñao para todos".

Actualmente, Marcelo sigue trabajando por Sograndio. Entre otras cosas, hace de sacristán de la iglesia de San Esteban, que es una construcción románica que data del siglo XII. "Abro media hora antes de la misa todos los domingos y vengo si hay algún funeral o si el cura me avisa de que hay alguien que ha venido a ver la iglesia. Cada vez se ven menos bodas y bautizos. Eso sí, hay rachas en las que no paramos de tener funerales", lamenta el hombre, que aprovecha para pedir que se arregle la capilla de Sograndio de Abajo, que tiene dañada la techumbre y lleva sin abrirse más de cuatro años. Marcelino González presume además de contar con la medalla de oro que se otorgaba cada año el día de San Silvestre a aquellas entidades o personas que habían hecho algo positivo para Sograndio. "Eso es un orgullo porque me la dio mi gente", asegura Marcelo.

Antiguamente, el médico de San Claudio iba los jueves a Sograndio a pasar consulta a los vecinos del pueblo y los alrededores; ahora, algunos van al ambulatorio de San Claudio y otros a La Ería. "Estamos bastante contentos. Nos atienden bien", dice Marcelo. En Sograndio también están a gusto con los servicios de transporte público. "El autobús urbano pasa cada media hora y te deja en Oviedo en un momento", añade. "En definitiva, estamos encantados en Sograndio. Yo no lo cambiaría por nada", dice Marcelo para despedirse.

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Sograndio recibió en el año 1996 el premio "Pueblo ejemplar de Oviedo" del Ayuntamiento. Según se recoge en los últimos registros de la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei), que se corresponden con el año 2022, en la parroquia viven un total de 371 personas, de las que 173 son hombres y 198 mujeres. Entre su patrimonio destaca la iglesia románica de San Esteban, construida en el siglo XII. Su planta tiene una sola nave terminada en una capilla absidal y semicircular. Son de destacar su portada y el arco triunfal que une nave y capilla. "Ye preciosa", asegura Marcelino González.

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