El concejo, parroquia a parroquia
San Miguel, el pueblo que entraba en madreñes al Prerrománico
Los niños de Ules y alrededores preparaban el catecismo y hacían la primera comunión en San Miguel de Lillo, un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco junto con la iglesia de Santa María del Naranco

Oviedo, parroquia a parroquia | San Miguel / Miki López
No todo el mundo puede presumir de haber recibido la primera comunión en el altar de una de las joyas del prerrománico asturiano, pero es lo que tiene haberse criado prácticamente al lado de la iglesia de San Miguel de Lillo, un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco junto a su vecina Santa María del Naranco. "Íbamos al catecismo en madreñes por el camino del Arrollao, que es la actual carretera hacia el Centro Asturiano. El cura se apellidaba Norniella y era muy estricto, no nos pasaba una y andábamos derechos como velas", explica Rosario Rodríguez Flórez, que tiene 71 años y lleva viviendo en Ules desde que nació, a tiro de piedra de los dos tesoros construidos por el rey Ramiro I a mediados del siglo IX, en la falda sur del Naranco. "Cuando éramos guajes ni siquiera sabíamos el valor que tienen esas dos iglesias, jugábamos por los praos de alrededor sin darnos cuenta de que allí había mucha historia. Ahora que soy mayor me doy cuenta de que algo así es único en el mundo", sostiene la mujer.
Rosario Rodríguez, a la que todo el mundo conoce como Charo, nació en la Casa del Sastre. No sabe de dónde viene el nombre de la vivienda, "cosas de los pueblos", pero allí se crió con su madre, su abuela y sus tías. "Éramos nueve personas en una casa en la que había una cocina, una sala y tres habitaciones. También teníamos vacas y trabajábamos la huerta, como la mayoría de las familias de la zona, así que había que dar el callo", asegura. "Los hombres eran los que trabajaban fuera de casa. Da la casualidad de que en la parroquia siempre hubo muchos albañiles, pero también los había con otros empleos. También había mucha gente que repartía leche por las casas de Oviedo en burra, de aquello me acuerdo bien porque yo era una de ellas", dice Charo. "Primero tenía una yegua que se llamaba ‘Lola’ y bajaba con ella. Después ya repartía en coche. Lo hice por lo menos hasta principios de los setenta (del siglo pasado), hasta que empezaron a prohibirlo, supuestamente por motivos sanitarios, y aquello se acabó todo", afirma.
Las mujeres de la parroquia también se ganaban la vida lavando la ropa de los "señoritos de Oviedo" y haciendo la colada para algunos negocios de la ciudad. "Como no había lavadoras había que hacerlo a mano y eso aquí se convirtió en un negocio. Se iba a la fuente de La Reguera, a la de Pasera y a la de Ules. Era muy curioso porque cada mujer tenía una piedra propia en la que lavaba y las demás la respetaban", explica Charo. Después tendían "en un sitio soleyeru" y cuando la ropa estaba seca la bajaban a la ciudad para entregársela de nuevo a sus clientes. "Tengo grabada la imagen de la parte de arriba de la fuente de Ules llena de sábanas puestas al sol. Era todo ropa blanca, olía a limpio y me trae buenos recuerdos", recuerda con nostalgia.
Charo fue al colegio de La Pachuca, en San Lázaro de Paniceres, y tenía de profesora a Conchita, una "mujer mayor" a la que le gustaba que los alumnos le llevasen productos de casa el día de su Santo. "Todos le regalábamos huevos y mantecas porque si no lo hacías estaba unos días mirándote mal. Éramos un montón de guajes porque íbamos allí los de todos los pueblos de alrededor", afirma. Cuando salían del colegio jugaban en un castañal ubicado en la zona que hoy día ocupa el centro social de Ules, un edificio de corte moderno, construido con cargo al Plan E de Zapatero y con un ascensor panorámico que ofrece vistas de todo Oviedo. Charo recuerda que cuando era pequeña estaba "todo el día en la calle" jugando a la soga, al bote o a la zapatilla por detrás. "Los chavales siempre se la dejaban a la moza que les gustaba, era una forma de ligar", recuerda entre risas. Tampoco olvida a aquella señora, "La Pijarra", que se enfadaba tanto cuando los niños pasaban por delante de su casa. "Echaba a correr detrás de nosotros", asegura Charo.
Después llegó la época de "mozuca" y tocó ir un poco al baile. "Al principio íbamos a Las Delicias, que estaba aquí al lado, pero después ya bajábamos a Oviedo y llegábamos incluso hasta Lugones. Bajábamos en madreñes hasta casa de una mujer que se llamaba Asunción y que vivía cerca de lo que hoy son las Teresianas. Allí poníamos unos zapatos que nos dejaba guardar en su casa para ir guapas al baile y al regresar volvíamos a calzar les madreñes para ir a casa", dice Charo, que conoció a su marido, Eleuterio Merás, en la boda de su íntima amiga Juli. "Yo fui por parte de ella y él por la del novio, que se llama José. Empezamos a hablar, me sacó a bailar y al día siguiente ya quedamos para ir a comer a Candás", explica. La boda se celebró en 1978 en el convento de la Visitación de Santa María. "Fuimos los primeros en casarnos ahí. Ahora es el sitio donde se va a misa. La hay todos los días a las diez de la mañana y los domingos a las doce".
Charo muestra una pícara sonrisa cuando se acuerda de cómo se colaban los chavales de Ules en las instalaciones del Centro Asturiano. "Para nosotros aquello era lo máximo, pero no nos dejaban entrar y nos colábamos por la sebe. Andábamos por allí hasta que nos cazaban. Había un guardia que era del Naranco, que nos conocía y siempre nos pillaba, lo llamaban Adolfo el Chalán", relata. También se lo pasaban en grande durante las fiestas de San Isidoro Labrador, que se celebran en mayo y que este año no se organizaron por motivos económicos. Charo lleva 33 años en la sociedad de festejos y sabe de sobra lo difícil que es poner en marcha eventos de este tipo. "Cada vez hay más trabas por todos los sitios y resulta imposible. Aquí nunca es que viniesen grandes cantantes, pero siempre traíamos buenas orquestas y lo pasábamos como los indios", asegura.
Cuando Charo era más joven también había bares abiertos en todos los pueblos de la parroquia. En Ules estaba Casa La Cuca, que tenía bolera, el bar-tienda El Cabaret y el bar Alfredo, que hoy día es el que se mantiene, aunque con otro nombre, bar Nici", y otros dueños. También estaba el bar Ponga en Villarmosén, Los Cuatro Vientos en El Contriz o La Chabola, que estaba en Pevidal y era un sitio en el que también "se ferraben animales". Hoy en día en el Pevidal no vive nadie.
No obstante, en los últimos veinte años se han construido al menos dos decenas de casas y chalés en la parroquia de San Miguel, algunos de ellos "casoplones" con buenas fincas, lo que ha traído consigo la llegada de nuevas familias y ha vuelto a darle cierto colorido a la zona gracias a la presencia de algún que otro niño. "La gente todavía sigue preguntando para construir, pero cada vez queda menos terreno edificable. Si hubiese más vendrían más vecinos porque estamos al lado del centro de Oviedo y aquí se vive muy bien. Estamos a media hora caminando de la Losa", explica Charo, que también es la presidenta de la asociación de Amigos del centro Social de Ules, un espacio lleno de actividades. "Tenemos talleres y clases de todo tipo a diario y participamos como grupo en actos como el Carnaval, el Desarme o el Día de América en Asturias. No nos aburrimos", subraya la mujer.
Aunque el nombre oficial que figura en los registros del nomenclátor es San Miguel (en asturiano Samiguel), muchos vecinos siguen llamando a su parroquia por el apellido del santo: Lillo. Tiene una extensión de 5,97 kilómetros cuadrados y en el año 2022, según los datos de la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei), había un total de 318 habitantes censados en la parroquia, de los que 153 eran hombres y 165 mujeres. La joya de la parroquia es sin duda la iglesia de San Miguel de Lillo, una construcción dedicada a San Miguel Arcángel que se levantó por orden del rey Ramiro I. El paso de peregrinos del Camino de Santiago es más frecuente cada año que pasa.
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