El concejo, parroquia a parroquia
Brañes, el pueblo que paga el precio de los cuidados al Naranco
Los vecinos de Brañes se quejan de las estrictas medidas de protección del monte: "Si no dejan edificar esto morirá"

EN IMÁGENES: Así es la parroquia ovetense de Brañes /
La relación de los habitantes de Brañes con el Naranco es la de uno de esos amores que matan. El monte totémico de todos los ovetenses es la seña de identidad de un pueblo que se ha criado alimentándose de todos los buenos frutos que ofrece la naturaleza, que presume de los paisajes que se dibujan en torno a sus casas gracias a la montaña y que vive a los pies de su ladera norte orgulloso de la sierra. Pero esa cercanía, esa estrecha unión que siempre ha generado vida en Brañes, es ahora uno de los motivos de su decadencia. La mayoría de las parcelas de la parroquia están sujetas a la estricta normativa de protección del monte Naranco y no son urbanizables, es decir, en Brañes solo pueden vivir aquellos que ya tienen casa o quienes se hagan con una para reformarla, una situación que está haciendo disminuir su población a pasos agigantados. "Si esto sigue así toda esta zona de Oviedo va a acabar muriendo", asegura José Ramón Fernández, que tiene 74 años y lleva toda la vida en Brañes.

Un caballo junto a una panera en Brañes. / Irma Collín
Los habitantes de esta parroquia de Oviedo calculan que hace solo unas décadas había más del triple de la población actual, que oficialmente se establece en 87 personas censadas. "Está lleno de fincas, pero vacías o plagadas de maleza. Los propietarios se van haciendo mayores y muchos de ellos ya no pueden limpiarlas. Si pudiesen venderse para construir se irían renovando y los pueblos de la parroquia seguirían con vida, pero no es así", explica José Ramón. El hombre dice además que los bosques del Naranco "se están comiendo el pueblo" y que, "como no se puede tocar ni un solo matorral" por la celosa normativa, la naturaleza se está apropiando de lo que antes era terreno de los humanos. "Los jabalíes son una auténtica plaga. En otras partes del Naranco hay muchas menos restricciones. No hay más que ir a Ules y ver que se están construyendo casas modernas a tiro de piedra de los monumentos del Prerrománico", afirma. "Es una pena porque aquí se disfruta de la naturaleza. Hay un montón de rutas de montaña, a caballo y otros muchos atractivos, pero las viviendas son las que ha habido siempre, ni siquiera hay una casa rural, por ejemplo", añade.

El edificio de la antigua escuela, el actual centro social. / Irma Collín
También resulta chocante que no haya terrenos urbanizables en Ules cuando lo primero que se encuentra el visitante a la entrada del pueblo es una cantera funcionando a plena actividad. Aunque los ecologistas llevan años luchando contra este tipo de explotaciones, los vecinos ya se han acostumbrado y no tienen mucha queja, al menos eso es lo que sostiene José Ramón Fernández. "Al principio te asustabas cuando una voladura te abría la puerta de casa, parecía un terremoto, pero ahora todo ha ido mejorando y todo está mucho más controlado. Yo soy de los que más cerca vivo de la cantera y la verdad es que no me dan ningún problema", dice José Ramón, que sigue residiendo en la casería familiar, conocida como Ca’ Pin de Andrés, una vivienda que tiene más de 200 años y ha pasado de generación en generación. "Además, aunque no fueron muchos, algunos vecinos del pueblo encontraron trabajo en la cantera, así que también ha traído cosas buenas".
Pero la mayoría del pueblo, según recuerda José Ramón, siempre vivió de la ganadería y de la huerta, como sus padres. "Vivían como podían de lo que daba el campo. De aquella no tenían ni luz ni agua en el pueblo. No me atrevo a decir que hayan pasado fame, pero evidentemente no podían permitirse lujos, eso está claro", señala el hombre, que es el más pequeño de tres hermanos. "Me acuerdo que mi madre y otras personas del pueblo iban a vender los productos de casa a Oviedo en burro o en caballo, casi siempre los jueves. Yo ayudaba algo, pero ellos se preocupaban de que fuese a la escuela".

Una de las vistas desde la zona de El Violeo. / Irma Collín
El colegio al que acudía José Ramón estaba en el edificio que ahora hace de centro social del pueblo. En la planta de arriba vivía Josefina, que era la maestra y tía suya. "De aquella iríamos más de veinte guajes, pero la escuela cerró hace más de cuarenta años", explica. Por el verano el pueblo se llenaba de gente y los niños jugaban cerca de la iglesia de Santa María de Brañes, compraban chucherías en la tienda Casa Olivo o iban a pescar al río Nora, donde todavía se conserva un puente romano construido hace 1.500 años. "Había muchas anguilas, cangrejos y truchas. Hoy hay muchos vertidos y se ha acabado con todo", dice José Ramón Fernández.
En Brañes todo ha cambiado. Hace al menos dos décadas que no se celebran las fiestas de San Juan, que llegaron a durar tres días, ni la feria de ganado del día 8 de septiembre, que llegó a ser muy importante. En la parroquia solo quedan "cinco o seis niños", el único bar de la zona solo abre los fines de semana, los vecinos tienen que utilizar el coche "para todo" y no tienen transporte urbano para llegar a la ciudad. También tienen un problema que es común en casi toda la zona rural del concejo, la ausencia de fibra óptica. "Si hubiese buenas conexiones y se rebajasen esos niveles de protección que impiden construir habría mucha más gente viviendo aquí porque estoy seguro de que es una de las zonas más bonitas del concejo", subraya orgulloso José Ramón Fernández.
La parroquia de Brañes tiene una extensión de 9,11 kilómetros cuadrados y cuenta con un total de 84 habitantes distribuidos por los barrios de Castiello, Axuyán, Escontriella, Les Cabañes, El Violeo y La Venta, según los últimos datos de la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales. Es la cuarta menos poblada del concejo. La localidad de Brañes se encuentra a 7,7 kilómetros del núcleo urbano de Oviedo. La iglesia parroquial es la de Santa María de Brañes.
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