El concejo, parroquia a parroquia

El Naranco, donde el "total abandono" quema aún más que el fuego

Los vecinos rechazan proyectos como la Ronda Norte o el teleférico al Sagrado Corazón y exigen actuaciones básicas, como la limpieza del monte, arreglos de caminos o desbroces

Félix Vallina

Félix Vallina

El Naranco todavía echa humo tras los incendios registrados a finales de marzo del año pasado, que arrasaron buena parte del monte totémico de Oviedo y pusieron en peligro a los habitantes de las zonas habitadas de esta parroquia del municipio. Pero los vecinos del entorno de los monumentos prerrománicos llevan bastante más tiempo quemados con las administraciones y se quejan del "abandono" que sufre un espacio natural en el que actualmente viven muchas familias. "Todo el mundo se llena la boca con el Naranco y en la práctica nadie hace nada. A raíz de los últimos incendios se recuperaron dos tomas de agua y poco más. No es la primera vez que se quema el Naranco ni será la última. En cuanto llegue la primavera volverá el peligro", explica Herminio García, que tiene 52 años y lleva viviendo en el núcleo de Costante, a tiro de piedra de Santa María del Naranco, desde que nació.

Los incendios no son lo único que les preocupa a los vecinos que pueblan la ladera del monte. "El verdadero problema del Naranco es la propia ciudad de Oviedo. Los núcleos de población de esta zona son más antiguos que la propia ciudad, que antes era Cimadevilla y estaba a cinco kilómetros del monte, separada de lo que era la zona rural. Con el crecimiento y la expansión de Oviedo se ha ido invadiendo el monte poco a poco y cada vez se respeta menos", asegura Herminio. A su lado, un veterano de la zona, Jesús Cabada Aller, escucha atento el argumento y le entra la risa floja cuando aparecen en la conversación proyectos y posibles actuaciones que afectan al sitio que le vio nacer hace ya 84 inviernos. La Ronda Norte, las ideas que contemplan el uso de hormigón para desviar el tráfico del Prerrománico o el teleférico que anunció Canteli durante su última campaña electoral para unir el núcleo urbano con la zona del monumento del Sagrado Corazón le ponen los pelos de punta a él y a todos sus vecinos. "Mira que no hay cosas en las que gastar antes el dinero", dice Jesús, que presume de mantener la casa familiar en la que creció. "Siempre viví junto a los tres hórreos más fotografiados de Asturias, al lado de lo que hoy es el cruce para ir hacia Ules. Todos los turistas que suben al Prerrománico echan una foto junto a mi casa", dice el hombre.

Entonces vuelve a entrar al trapo Herminio García y entre los dos enumeran una lista de actuaciones urgentes que necesita el Naranco. "Llevamos años pidiendo que se prolongue la acera para peatones hasta San Miguel de Lillo, se necesitan unos aseos para todos los turistas que suben a visitar el Prerrománico, hay que hacer desbroces, arreglar caminos, limpiar el monte…", solicitan. María del Rosario Fernández, conocida por Charo, que tiene 70 años y también lleva en el Naranco toda su vida, tiene algo que añadir. "Y que mejoren el tema del agua. Hay días que a mi casa y a otras muchas de esta zona llega casi sin presión", denuncia dando lugar a que los tres vuelvan a sacar a colación los incendios. "Ese fue uno de los problemas durante los últimos fuegos, que los bomberos tenían que bajar a cargar a Oviedo porque aquí no hay presión. Se necesita un plan de emergencias en condiciones", dice Herminio, que está seguro de que los incendios son provocados porque "ya no hay quemas como había antes".

Antiguamente sí las había porque en el Naranco todos los vecinos vivían de la ganadería y el fuego era un buen aliado para regenerar pastos, pero todo eso pasó a la historia. Una historia que Jesús Cabada todavía guarda en su memoria. "Soy el más pequeño de cuatro hermanos y el único que queda. Mi padre trabajaba en la construcción, pero en mi casa, como en todas, también había que atender las vacas y la huerta", explica Jesús, que fue a la escuela en lo que hoy es el Centro de Interpretación del Prerrománico. "El profesor era don José, un hombre muy estricto. Andábamos como velas. De aquella seríamos unos 60 niños y niñas. Venía gente de La Cabaña, Ules, Llampaya, El Contriz, Casares y de todos los pueblos de alrededor", dice el hombre. Por aquel entonces, según cuenta Jesús, los cuidados al Prerrománico eran prácticamente inexistentes. "Antes jugábamos al fútbol junto a la iglesia de Santa María y pegábamos con la pelota en las paredes sin que nadie nos dijese nada. Para nosotros los monumentos siempre formaron parte del pueblo y no los veíamos como algo que es único en el mundo. Todos los domingos íbamos allí a misa y había dos personas de la zona que se encargaban de limpiar, como se hace en muchas otras iglesias de los pueblos de Oviedo", afirma Jesús Cabada. "Ahora hay tres administraciones pegándose por los monumentos: el Ministerio de Cultura, el Principado y el Ayuntamiento", apuntilla Herminio García.

A continuación, Jesús Cabada vuelve a trasladarse al pasado. Recuerda que la mayoría de las familias que todavía viven en el Naranco son descendientes de aquellos que en su día trabajaron para grandes terratenientes –como Julián Rodríguez, Sabina Calleja o el marqués de Vistalegre– y que después fueron adquiriendo terrenos y viviendas. También cuenta que se bautizó en San Miguel de Lillo, "como la mayoría de los guajes de la zona" o que las mujeres de los pueblos de alrededor de los monumentos prerrománicos "bajaban a Oviedo para vender los productos de la huerta y subían con ropa para lavar de la gente pudiente". De hecho, en el entorno de la Fuente de los Pastores, "cada una tenía su puesto para lavar que no usaba nadie más", dice el hombre. Lo de los pozos de nieve ya no le tocó vivirlo a Jesús, pero Herminio sabe de sobra cómo era aquella actividad. "Cuando nevaba se pisaba la nieve en unos sitios preparados para ello y la convertían en hielo. Después la cortaban en grandes bloques y la bajaban en carros de madrugada tapados con felechos para que no se derritiese. Leí documentos que indican que ese hielo se llevaba incluso hasta el hospital de Caridad de Avilés, aunque también se usaba en comercios de todo tipo. Estamos hablando de finales del siglo XIX, de aquella no había neveras", explica Herminio con gracia.

Aquella actividad la desarrollaban principalmente los vecinos de las zonas de El Pevidal o de El Contriz, los mismos que bastantes años después bajaban a las fiestas y a los bailes de la zona en caballo, "como si fuesen una banda del Oeste". Porque ellos eran los habitantes de la zona alta, los que viven a unos 500 metros de altitud, un poco por debajo del Picu Paisano. "Aquí había tres partes bien diferenciadas de habitantes: los que vivían arriba, los que estaban más pegados a la ciudad y la gran mayoría de casas, que está situadas en torno a los 300 metros de altitud, más o menos a la altura de la actual Pista Finlandesa, donde están la mayoría de los hórreos y quintanas más antiguas", explica Herminio. Tiene sentido. "Arriba hacía mucho frío y más abajo también. Aquí estamos protegidos de los vientos del Norte, que son los más fríos. A veces, cuando en Oviedo hay cero grados aquí estamos en mangas de camisa. En cuanto amanece ya da el sol y no hay nada que nos dé sombra", añade el hombre, que no entiende que la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei) distinga dos parroquias diferentes en la zona: Naranco y San Miguel. "Siempre hemos sido la misma parroquia. De hecho, siempre se llamó Santa María la Real del Naranco", dice.

Tanto Jesús como Charo recuerdan también los bailes que se hacían en Las Delicias –que era un bar con tienda regentado por Antonino–, el carro de chucherías que instalaban a la salida Benigno y María, las tiendas de Sara Benigna y Visi, la panadería de Queta o los "cuatro o cinco días" de fiesta que se celebraban en julio coincidiendo con Santiago. "Se siguen haciendo, pero solo un día. Hay una procesión, una misa fuera de Santa María del Naranco y la entrega del bollo", relatan. Aunque no hay mucho terreno disponible para edificar, en los últimos años se han construido viviendas en el Naranco. "Son gente con perres y casas muy bonitas porque el suelo está muy caro. También se están rehabilitando algunas, pero aunque venga gente no hay ni la mitad que antes, y aquella unión que había entre los vecinos ya no es la misma", subraya Herminio en un golpe de sincera nostalgia.

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La parroquia del Naranco, según los límites geográficos que se recogen en la Sociedad Asturiana de Estudios Económicos e Industriales (Sadei), la base de datos utilizada para realizar esta serie de reportajes sobre las parroquias de Oviedo, tiene una extensión de 5,36 kilómetros cuadrados y en ella se integran las siguientes entidades de población: Costante, Casares, el Pevidal (con "v" para los vecinos de la zona), Naranco (lugar) y la Peña el Fuelle. En el Sadei se distingue otra parroquia vecina, San Miguel, en la que se integran pueblos como Ules o Llampaya, pero esa división no convence a los habitantes de la zona. "Siempre fue todo lo mismo. De hecho, nuestra parroquia siempre se llamó Santa María la Real del Naranco y en ella estábamos incluidos todos los pueblos de la zona", explica Herminio García.

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