Alma de Oviedo

En la rueda del pionero: el ovetense que se trajo a su tierra lo que descubrió en Estados Unidos

Quique Casares descubrió deporte y empresa en Estados Unidos, pasiones que acabó cultivando en su tierra natal

Quique Casares, en la calle Ventura Rodríguez.

Quique Casares, en la calle Ventura Rodríguez. / Chus Neira Foto: Fernando Rodríguez

Chus Neira Foto: Fernando Rodríguez

Enrique Casares Candebat (Oviedo, 53 años) es empresario dedicado al turismo activo, en la junta directiva de la asociación del sector, Ataya. Fue pionero en la disciplina del paintball con un campo de juego en Candamo que atiende desde 1992 y que diversificó en otros equipamientos. En el mismo concejo puso en marcha, en 2008, el Hotel Casona Cuervo, en un palacio rural rehabilitado. Con abuelo abogado en Pravia, hijo del arquitecto Enrique Casares y de la doctora Fedora Candebat, tiene tres hermanas y un hijo, Quiquín, de 10 años. 

Esta semana viene de estrenar la temporada de nieve, y al subir al piso de arriba de la cafetería de Gil de Jaz donde nos hemos citado lo hace con zancada algo aparatosa. Una rotura de fibras sin importancia pretende hacer tambalear una constitución rotunda en la que sigue anidando el adolescente veloz que salta, pasa y saluda. Es el niño que se asoma también a la mirada juguetona, cuando entorna los ojos, mira a lo lejos y regresa a aquella misma calle, verano de 1986. Fue el año que estudió BUP en Carolina del Sur y trajo a Oviedo los primeros patines en línea.

1. De pequeño, vestido de asturiano, en una fiesta del colegio Meres. 2. Esquiando en Francia. 3. Practicando el paintball en su campo de Candamo.
4. Con su padre, Enrique Casares, en los años universitarios en Missouri, Estados Unidos.

De pequeño, vestido de asturiano, en una fiesta del colegio Meres. / LNE

Eran unos Rollerblade con los que bajaba como un loco delante del Reconquista, se metía al Campo San Francisco, se agarraba a un autobús y dejaba el asombro a su paso. "La gente me aplaudía"". No patinaba en equipo, pero su afición le juntó a la comunidad del "skate" local, a los que pidieron la primera U. El patín le llevó muchas horas de cambiar el eje roto, armar y desarmar, montar aquellos rodamientos SKF.

La experiencia americana había sido una constante en la cabeza de su madre, Fedora Candebat, ginecóloga y obstetra cubana, formada en Madrid y Liberia, establecida en Oviedo con su marido, Enrique Casares, arquitecto, y nostálgica de aquel mundo de televisión en color y grandes autopistas por las que resultaría fácil imaginarla circulando con su Dodge 3700 y sus cuatro hijos.

En la rueda del pionero

2. Esquiando en Francia. / LNE

Así que Quique pasó muchos veranos en Estados Unidos, tras aquel primer viaje iniciático en el que celebró su noveno cumpleaños en Disney World y recibió su bautismo de velocidad y vértigo en el Wet’n Wild de Orlando, entonces el mayor parque de olas y toboganes acuáticos del mundo.

Años después, cuando ya había vuelto a España, pasado por el Cisneros en Madrid, jugado al rugby y regresado a USA para continuar sus estudios en Business, descubrió allí, no muy lejos de St. Louis, Missouri, donde estaba afincado, pero ya metido en el estado de Illinois, un campo de paintball, una disciplina que había florecido en la América de los ochenta y estaba empezando a colonizar el viejo continente. Así que no le resultó extraño cuando un amigo en Oviedo le volvió a hablar de ese deporte de dispararse proyectiles con pintura del que otro conocido había abierto un campo en Irlanda. El servicio militar interrumpió su trayectoria empresarial al otro lado del Atlántico, pero aquella coincidencia le abrió otro terreno de juego. Fue él quien acabó quedándose con la finca de Candamo y con la tercera empresa dedicada al paintball en España.

En la rueda del pionero

Practicando el paintball en su campo de Candamo / LNE

Emboscado en esos planes y en esos territorios sigue, con un hotel rural que restauró y puso en marcha en plena crisis en el mismo concejo y en el que cultiva un acusado gen hospitalario asturcubano. Desde allí dice que siente el Nalón y el Narcea como si fuesen el Tigris y el Éufrates, un caudal de posibilidades y riqueza, por más que le duela la Asturias de las oportunidades perdidas. A veces vuelve a calzarse los patines para salir con su hijo, Quique, y, aunque sus padres, Enrique y Fedora, fallecieron hace una década, no los extraña: "Ahora están todo el rato conmigo".

En la rueda del pionero

Con su padre, Enrique Casares, en los años universitarios en Missouri, Estados Unidos. / LNE

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