Elvira Lindo: «La inspiración es una estrella fugaz; si no te pones a trabajar, se pierde»

La autora recrea sus años de infancia y juventud y su conversión de «niña salvaje» a escritora disciplinada en una abarrotada Cátedra Alarcos

De izquierda a derecha, el vicerrector de Gestión Académica, José Miguel Arias Blanco, Elvira Lindo, Josefina Martínez y Carmen Alfonso, ayer, antes del comienzo de la charla en el aula magna del edificio histórico de la Universidad de Oviedo.

De izquierda a derecha, el vicerrector de Gestión Académica, José Miguel Arias Blanco, Elvira Lindo, Josefina Martínez y Carmen Alfonso, ayer, antes del comienzo de la charla en el aula magna del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. / Fernando Rodríguez

Chus Neira

Chus Neira

Elvira Lindo volvió hace tres años al Rincón de Ademuz, comarca enclavada entre Valencia y Teruel, donde de niña soñaba que una gran nevada la retenía, feliz, a orillas del Turia y le salvaba de regresar a la ciudad, al colegio. Volvió allí y subió a la aldea más alta –diez vecinos– donde pensaba que podría ambientar una novela de fantasmas. Descubrió en sus calles a los personajes que acabarían dando vida a su último libro, «En la boca del lobo», pero también confirmó su teoría de que vamos abandonando a los que fuimos: la niña, el adolescente. Esa idea de que los fantasmas de los vivos y los muertos siguen poblando los escenarios de nuestras vidas la corroboró el día que en una de aquellas visitas una mujer corrió a enseñarle una fotografía donde, cincuenta años atrás, salía ella cogida de la mano de esa señora junto a sus hermanos.

La anécdota de la tarde de agosto en que Elvira Lindo se reencontró con la chica que había cuidado de ella y sus hermanos cuando la escritora tenía dos años coronó la charla «Inspiración y disciplina» que la novelista ofreció ayer en la Cátedra Alarcos, en una abarrotada aula magna.

Ademuz ilustró cómo la inspiración es «una estrella fugaz, que parece muy sólida», pero cuyo brillo «se pierde si no te pones pronto a trabajar». En este caso hubo disciplina y escritura arrebatada hasta que «En la boca del lobo» estuvo terminado. Pero no siempre fue así.

Lindo, presentada por la profesora de Literatura Carmen Alfonso, evocó una infancia donde cultivó una personalidad escapista para huir del autoritarismo. Entrenó la astucia para darle esquinazo al orden y le quedó la condición de pilla. No fue, confesó, buena estudiante o, más bien, nadie le inculcó el amor al estudio. Su mente volaba lejos, en las comidas, en misa, en el colegio, y todavía se ve volando por la ventana y arrancada de golpe de esa «melancolía machadiana» por aquella profesora que le cruzó la cara. «Me acuerdo de cada una de las tortas, todas injustas». Elvira Lindo era una niña que con nueve años «sabía escribir cuentos», escuchar historias de miedo de sus tías, «creerme la ficción de sus relatos, creer al mago», sabía organizar juegos, pero sin resultados: «Ninguna de mis habilidades tuvo reconocimiento en el expediente escolar, jamás se aplaude a la niña experta en juegos».

Todo eso que le faltó como estudiante se lo encontró en el trabajo. «La radio me lo enseñó todo, te enseña a vivir, a tener una medida del tiempo, a escuchar, a pronunciar bien, a no ser oscuro ni pedante», celebró la escritora, que en aquellos años vio cómo «la niña salvaje se fue disciplinando por decisión propia». Luego, un día, lo dejó todo y se puso a escribir.

Elvira Lindo dio algunas claves del tiempo y la decisión que se requiere para escribir. «Empezar un libro y acabarlo significa muchas tardes sentado en tu cuarto adivinando el sendero». Y precisamente esa escritura es la que le ha enseñado a ser disciplinada en «casi todos» los aspectos de su vida. Además del orden necesario para dejarse tres horas libres por la tarde para escribir reveló que cuando comienza una historia establece «un compromiso» con ella y se lo hace saber tanto a su editora como a la persona con la que comparte la vida. «Y así voy rodeándome de vigilantes para que no me despiste y que quieren leerme, que es el mayor estímulo». La clave, concluyó no es solo eso. «Creo en la inspiración, en coger algo al vuelo, en una voz, una imagen o un paisaje». Como los fantasmas de Ademuz.

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