Entrevista | Elisabeth Valls Klein Artista y viajera
"A los 19 años conocí a Antonio Cores y me conquistó con la idea de ir a Vietnam"
"No conocí a mi padre, lo mató un loco cuando yo tenía 2 años, y mi madre quedó viuda muy joven, muy activa y artista y tres hijas que eran una piña"
La nómada que goza la energía de la Asturias despoblada
Elisabeth Valls Klein (Barcelona, 1947) ha usado la libertad que permite el dinero para hacer la vida según sus gustos. Ha sido artista sin necesidad de depender de la venta de su obra para alimentarse, por el impulso de crear. Descubrió que era nómada cuando, después de soñarse misionera en el ambiente cerrado del colegio de monjas, de viajar y estudiar por Europa y Estados Unidos, se encontró a bordo de un barco, dando la vuelta al mundo y haciendo reportajes gráficos, sin estar demasiado tiempo en ninguna parte.
Lo que une a esta viajera con Asturias empieza con el fotógrafo Antonio Cores, de quien fue la primera mujer y con el que tuvo a su único hijo, Iván Cores Valls, que le ha dado dos nietos. El fotógrafo Cores era un asturiano nacido en Cádiz y arraigado en Oviedo y Meres.
"Babette" prosigue su relación con Asturias en El Escamplero (Las Regueras) desde hace once años, cerca de su hijo, su nuera y sus nietos, con una independencia de la que es celosa y un gusto por la soledad que aprendió de niña en retiros católicos, degustó de mayor en el océano y en el desierto y paladea ahora en una tierra donde siente la energía de la despoblación.
Ha trabajado con su hermano Mariano llevando el castillo de Sant Mori y ha obtenido dinero de algunas de sus actividades, pero agradece la suerte "de haber tenido una familia que ha sido muy generosa conmigo y me ha dejado suficiente dinero para vivir cómodamente y poder realizar y hacer cosas: montar negocios, trabajar, viajar".
–Nací en la calle Amigó de Barcelona, el 7 de marzo de 1947. Tengo dos hermanas: Helena, mayor, y Toni, menor, que murió. Nos llevamos un año cada una. Lo hicimos todo juntas hasta que nos casamos.
–¿A qué se dedicaban en su casa?
–Mi padre era de una familia industrial textil que tenía Manufacturas Valls y Tolrá. Se llamaba José María Valls Rusiñol.
–¿Cómo era?
–Sé que era alegre, querido, deportista..., pero no lo conocí. Lo mataron cuando yo tenía 2 años. Un fin de semana entró en la fábrica, en Castellar del Vallès, y un loco al que habían despedido estaba pegando tiros. A mi padre lo respetó, pero disparó al director de la fábrica, padre de Basora, el futbolista del Barça. Mi padre fue a auxiliarlo, lo metió en el coche y lo llevó a la clínica. El loco tomó un atajo, disparó con posta, le dio en la nuca y lo dejó seco en el sitio. Tenía 27 años.
–¿Y su madre?
–Helena Klein García de Araoz, era hija de un industrial procedente de Alsacia-Lorena y de una valenciana. Se educó en la guerra en Francia y Alsacia-Lorena y hablaba francés tan bien como español. Era muy hermosa, con mucho estilo, muy artista. Aunque nunca ejerció como tal, era una gran decoradora, escritora, poeta, lectora, culta. Quedó viuda con 23 años. Volvió a casarse a los 35 con Mariano Sanz-Briz, diplomático, hermano de Ángel Sanz-Briz, el ángel de Budapest que salvó a 5.000 judíos del Holocausto.
–¿Cómo afectó la muerte de su padre a la familia?
–Mi madre quiso quedar en la casa matrimonial, pero mi abuelo pedía que se acercara más para tenerla controlada. Ella se negó y el abuelo consiguió quitarle la patria potestad de sus tres hijas. Al final fuimos al edificio de mis abuelos en la Diagonal, ellos en el tercero; nosotras, en el principal. Fue mejor para ella, muy joven, muy activa, con amigos artistas, pintores, cineastas. Viajaba mucho, aparecía de pronto y era la sorpresa cuando llegábamos del colegio. Era muy moderna, de las primeras que conducía, Buick, descapotables, motos. Era muy original. Era bastante estricta y nos castigaba a distancia desde París.
–El abuelo Klein también era industrial bien situado.
–Sí, montó Destilerías Adrián y Klein, una fábrica de perfumes, lacas y pinturas con un socio en Benicarló (Valencia).
–¿Qué edad tenía usted cuando fue a vivir junto a los abuelos?
–Unos 4 años. El abuelo era más distante y hablaba poco, pero mi abuela, María Josefa Rusiñol, sobrina del pintor Santiago Rusiñol, fue importante. Era humanista y cercana, cariñosa y se dejaba enredar. En la infancia casi tuve más relación con ella que con mi madre. Tuve plena confianza con ella hasta que murió porque se le podía hablar de todo. Bajaba a la cena, nos acompañaba hasta que íbamos a la cama y no era de rezar, pero hacíamos peticiones a los muertos...
–¿Quién las cuidaba?
–De muy pequeñas, niñeras alemanas y después institutrices inglesas porque querían que habláramos inglés. En casa se hablaba castellano. Entiendo el catalán perfectamente, pero no lo hablo delante de catalanes porque creen que soy de fuera. A los 6 años enfermé del pulmón y me mandaron al Montseny con una institutriz alemana muy estricta, malísima, que me pegaba con el puño en la cabeza cada vez que me olvidaba de poner la servilleta.
–¿Cuánto estuvo enferma?
–Menos de un curso. Leía a Salgari y tebeos de "El capitán Trueno". Conocí la tristeza, sí, pero era nerviosa, activa, delgada... me daban cerveza para engordar, puagg.
–¿Qué ambiente ideológico había en casa?
–Abierto, humanista, domingos a misa, pero sin moral de castigo ni pecado: más gracia que infierno.
–¿Escolarización normal?
–Sí, en el colegio Betania, laico, en párvulos, y cuando cumplí 7 u 8 años, en La Asunción, de monjas, y al segundo año pasamos a internas.
–¿Cómo lo vivió?
–Estar las tres hermanas juntas amortiguó el internado. Fue interesante: era tremenda la represión, pero me gustaban muchísimo los retiros espirituales porque no se hablaba y paseabas por jardines fantásticos. Siempre estaba castigada. En solitario, en una clase... Aprender a estar con uno mismo desarrolla mucho la imaginación. No fueron los momentos más felices. Aquello tan moral era tremendo: no te podías duchar desnuda y, a la vez, como los chicos eran pecado mortal había muchos amores entre las chicas, con cartas de amor. Cuando mi madre se enteró de que las monjas dijeron algo de su manera de vivir más libre nos sacó del colegio inmediatamente. Volvimos al Betania, donde hice primero y segundo de Bachiller. Después mi madre se casó y fuimos a San Francisco (California, Estados Unidos) e hice High School. De pequeña me gustaba mucho escribir y en mis novelas siempre estaba en el Oeste. Fue una desilusión que no hubiera indios en San Francisco.
–¿Cómo fue ese cambio?
–La adolescencia en los años sesenta. Íbamos a un colegio, el Sagrado Corazón, donde las monjas eran graduadas universitarias y liberales, había todas las religiones y no se trataba de repetir de memoria sino de aprender de profesoras que enseñaban continuamente. Había una biblioteca maravillosa. No había trampa, ni mentira, ni copiar. Los sábados y domingos eran diferentes. No habíamos estado nunca con un señor en casa. Tengo dos hermanos más del segundo matrimonio de mi madre: Patricia y Mariano. Yo era muy deportista y me gustaba la música. Mi hermana Helena bailaba, tocábamos la guitarra y cantábamos rancheras y temas de Peter, Paul & Mary.
–Fue deportista.
–El último año me dieron el trofeo a la mayor deportista. Hacía baloncesto, nadaba, equitación y esquí. El esquí, sobre todo en Suiza, cuando mi madre y su marido volvieron a Madrid y a nosotras nos metieron en un internado en Lutry, al lado de Lausanne.
–¿Qué recuerda de esos años?
–La emoción de comerse el mundo y la emoción de que podía hacer todo porque habíamos nacido en una comunidad burguesa, sin tener que ganarse la vida. A los 16 años acordé con mi hermana Helena que estudiaríamos algo de arte, mano a mano, en Roma, París y Londres. Volvimos a Madrid. Me matriculé en la Escuela de Arte Dramático y en Publicidad. Íbamos para actrices, pero duró poco porque a los 19 años conocí a Antonio Cores y me conquistó con la idea de ir a Vietnam a hacer un reportaje.
–¿Cómo lo conoció?
–Por el bailarín Antonio Gades con el que coincidí en la fiesta de una familia que vivía justo debajo, en la calle Velázquez. Nos invitaron a Helena y a mí porque Toni ya se había casado, a los 18 años, con Javier Godó. Me fijé en Gades, pero fui al baño y cuando volví me lo había pisado mi hermana. Quedamos al día siguiente para ir a una exposición del escultor Javier Corberó y allí conocí a Cores, que tenía 11 años más.
–A Gades y Cores los confundían.
–Y a Corberó. Los tres amigos se parecían mucho. Antes de un año ya nos habíamos casado. Yo quería casarme con casas separadas. Es mejor tener una distancia o, al final, con el que más confianza tienes acabas vertiendo el cubo de basura. Cuando le dije a mi abuelo que me casaba con Cores me dijo: "¡Ni hablar!". Le repliqué: "O me caso o me voy con él", y dijo: "Cásate, cásate". La boda fue en Madrid. Por el lado de Antonio todo eran artistas y por mi lado, el conde de Villapadierna, el de Godó... Muy divertido. Iván nació un año después.
–¿Ya no quería ser artista?
–Antonio era fotógrafo y fue mi maestro en la fotografía.
–¿Y se fueron de viaje?
–No. Me separé dos veces de Cores y la primera vez fue a los dos o tres años. Antonio era un padrazo y una persona estupenda, pero muy suya y con un carácter difícil. Había mucha bronca. Emocionalmente la separación fue muy dura. Antonio marchó a África y yo a Haití, con mi madre y su marido, destinado en el Puerto Príncipe de los 70. Tenía mucha independencia y fue muy interesante.
–¿Por qué se reconciliaron?
–Por el niño. Antonio me dijo "vamos a probar de nuevo" y le respondí "pero nos vamos de viaje". Hicimos nuestra base Marruecos. África, que conocía de una cacería en Mozambique y me encantó, era peligrosa para un niño de tres años por las enfermedades. Yo tenía el barco en la cabeza.
–¿Por qué?
–De niña, había estado embarcada con mi madre. Antonio era de secano y no sabía si se mareaba. Sacamos el patrón de yate e iniciamos los viajes que duraron 8 años.
–Para dar la vuelta al mundo.
–No llegamos a darla. La navegación más larga fueron 15 días para cruzar el Atlántico, volando con los alisios y un navegante bonísimo, Marc Ratier. Éramos de 7 nacionalidades y llevábamos autoestopistas del mar que coges en los muelles, te ayudan a cruzar y cuando llegan allá a tierra, se van.
–¿Primer destino?
–Las islas Granadinas para filmar la caza de la ballena como en el siglo anterior, como cuenta "Moby Dick". El "Ocean Spirit", una maravilla de regateo con dos mástiles, era nuestra casa. Parábamos como mucho tres meses. Me di cuenta de que era nómada. Hicimos toda la costa norte de Sudamérica con la idea de acercarnos a Panamá y cruzar el canal, pero que encontramos con una cola enorme y subimos a Florida.
–¿Cómo era la vida en barco con un niño tan pequeño?
–No lo pasó muy bien. En mala mar no lo dejábamos subir a cubierta y cuando salía, siempre iba con un arnés.
–¿Lo mejor de sus viajes?
–Cruzar el Atlántico y el desierto, los sitios más vacíos, donde ves la bóveda celeste completa y te sientes en el centro de ese plano. En el espectáculo del cielo, sin contaminación, las estrellas son de colores: amarillas, rojas, azules. Te da conciencia de existencia. Vas descubriendo cosas. En Sudán un hombre enorme que se acercaba muy expresivo y no entendía, no sabía si me iba a pegar o abrazar. He vivido situaciones difíciles. El viaje implica muchísimo rigor, muchísima disciplina, no estás en casa, nadie te conoce. Volver a España era como entrar en casa.
–¿Cómo fue el naufragio?
–Ocurrió a los dos años, en Puerto Plata, zona de piratas de tierra, en Santo Domingo. El barco era nuestra casa. Tenía pinturas de Claudio Bravo y la cubertería de plata de la boda que nos robaron tirándola al mar. No estábamos ni el niño ni yo porque Iván tenía una hernia testicular, me daba miedo operarlo en Estados Unidos y vine a España con la idea era encontrarnos en Bequia.
–¿Perdieron todo?
–No. El barco quedó recostado sobre los arrecifes y se pudieron sacar bastantes cosas, que se guardaban en un hangar del que cada día también desaparecía algo.
–Entre el naufragio y África, ¿cuánto tiempo pasó?
–Un año, para resolver lo del barco en Panamá -donde estaba abanderado- e ir a Nueva York.
–¿A qué?
–Yo estaba editando una película de cuando estuvimos en Florida, alquilamos unos camiones y cruzamos Arizona y Nuevo México para encontrarnos con Frick Sholder, un pintor expresionista fantástico, del que hicimos un documental. Nos reunimos con unos amigos de "National Geographic" que habíamos conocido en Bequia (Islas Granadinas), les contamos nuestra historia y empezaron a escurrirse. Antonio estaba muy tocado. Les pedimos que nos dijeran en qué parte del mundo tenían interés para ir allí por cuenta nuestra y hacerles reportajes. Nos aconsejaron ir a su biblioteca y estudiar lo que habían hecho. Eso hizo Antonio, tenaz en la idea de otro barco, que un día llegó con un mapa de África, Iván ya tenía 6 años y dije "ahí vamos". Vinimos a España, compramos camiones en Fráncfort, organizamos el equipo y en navidades pisábamos tierra africana.
–¿Cuánto estuvieron en África, de Egipto al sur de Sudán?
–Tres años. Volvimos para escolarizar a Iván. Yo tenía mucho trabajo para editar y Antonio no quería parar. Nos separamos. Al curso siguiente, Iván fue a África con su padre, un año más, hasta que Antonio regresó a Meres.
–¿Qué hizo usted?
–Como era autodidacta, entré en una escuela de cine y de fotografía de Barcelona para ver qué me faltaba aprender. Colaboré en el corto "Deseo de Invierno", que tuvo un premio en Granada, y fui cámara en una película de Lindsay Kemp, que estaba en Barcelona. Fui a Florencia para encontrarme con José Antonio Bertrand, pintor, a quien conozco desde la infancia, crecimos juntos, las tres hermanas jugando con los tres hermanos en la casa en Puigcerdá. Nos casamos cuando yo tenía 53 años o así.
–¿Cuánto pasó en Florencia?
–Tres años. No había industria de cine, pero entré en la escuela Formans Studio, interesante, con un centro de cámara oscura. Con mis diapositivas empecé a hacer conferencias de la experiencia de África, que interesó mucho e inicié mi otra vertiente artística, la escultura, que hago por puro placer. Trabajo con barro, terracota, estilo figurativo, últimamente más abstracto. Volví a Barcelona con mi pareja. Iván vino a Barcelona con 16 años, en 1994. Mi nomadismo pasó a tener plazos de 7 años.
–Aún viajó más.
–Fuimos a Tucson, Arizona, ¡por fin con los indios! José Antonio fue a hacer un máster en educación del arte. Volví a España cuando enfermó mi hermana Tony de un cáncer... y murió.
–¿Sus hermanas también fueron viajeras?
–Tony fue hacia Asia, India y Helena estuvo por México, montó escuela de baile y entró en la parte esotérica -es chamán- en Brasil.
–¿Cuándo viene a Asturias?
–Hace 11 años. En aquel momento compartía con mi hermana Helena en Crespiá (Gerona) una casa estupenda, grande, y estaba a punto de comprar una tierra en el delta del Ebro cuando mi hijo Iván me dijo: "ven a Asturias y aprovecha que los nietos son pequeños". En tres meses me planté en El Escamplero, un sitio maravilloso a ocho kilómetros de Oviedo, en plena zona rural que es lo que me gusta. Hasta hoy. José Antonio viene y va: casas separadas.
–Ya conocía Asturias.
–Veníamos los veranos y al acabar los viajes el primer sitio donde asentamos fue el Palacio de Meres. Me ha costado aclimatarme porque soy mediterránea, pero me encanta el carácter del asturiano y no soporto el del catalán.
–¿Fue una madre presente?
–Creo que sí. En carne y hueso y todo el tiempo no -es lo difícil por las separaciones- pero mi hijo ha sido lo más importante que ha pasado, una prioridad, y siempre he estado atenta a su vida y a lo que necesita, sobre todo en su parte educativa, para que tuviera una continuidad en su conocimiento.
–¿Qué tal que le trató la vida?
–Muy bien y yo a ella, también. Estoy agradecida, también a los muchos momentos de dolor, duros, porque todo ha sido para aprender. He tenido una buena estrella, un buen ángel guardián.
Suscríbete para seguir leyendo
- Furor adolescente para elegir ropa usada en media hora: largas colas en un mercadillo muy especial en La Florida (Oviedo)
- Condenados dos amigos por abusar de una mujer drogada en un bar cerrado del Rosal (Oviedo)
- Las dos torres que completarán el Vasco (Oviedo): arrancan unas obras en las que esta empresa ha invertido 4,6 millones
- Oviedo tendrá toda mi entrega para crear un gran proyecto e imaginar la ciudad del futuro
- Adiós a la gasolinera de Prado de la Vega: las razones por las que no dan licencia para construirla
- La puñalada en el corazón que acabó con el 'Viejo Leo' en La Corredoria: un pelo hallado en el cuchillo de cocina puede ser clave
- Adiós, Bailén: en la luz de Oviedo se ve el cambio de época municipal
- La Corredoria y los alrededores del HUCA, las zonas donde más aumenta el precio de venta de la vivienda