Ciudad secreta 

Cuarenta años en pie dentro del kiosko de la plaza de América, en Oviedo: "Esta época tan tecnológica me descoloca bastante"

José Manuel Sánchez del Valle regenta la última concesión municipal de despacho de prensa abierta de la ciudad

José Manuel Sánchez del Valle, delante de su kiosco, en la plaza de América.

José Manuel Sánchez del Valle, delante de su kiosco, en la plaza de América. / Luisma Murias

Chus Neira

Chus Neira

En los días de más calor de julio del año pasado, los dos tilos que flanquean el kiosco de la plaza de América volvieron a aliviar las jornadas de despacho de prensa y revistas en los cinco metros cuadrados por donde su propietario lleva navegando en el oficio durante más de cuarenta años. El follaje de los árboles en verano, un calefactor en invierno y una pequeña escalera para acceder al pequeño altillo que hace las veces de almacén le bastan para desempeñarse en un puesto al que este maestro ovetense, andariego y lector voraz, llegó casi de carambola recién salido de Magisterio y de la mili.

–¿Hay el "¡Hola!" nuevo? –pregunta una clienta aproximándose al pequeño ventanuco parcialmente protegido desde el covid con un plástico transparente–. ¿Cuánto es? Que así cuando llegue a casa ya tengo lectura.

–Dos noventa.

–Pues voy a darte los dos noventa, José Manuel, que me acuerdo siempre de que mi marido se llamaba como tú. José Manuel. ¡Ay, Señor!

José Manuel Sánchez del Valle (Oviedo, 1961) tiene familia materna en Infiesto y paterna en Balbona, Bobes. Su gusto por la lectura le llevó a la Escuela Normal, pero al salir de Magisterio no pudo preparar oposiciones. El 14 de enero de 1983 le tocó llegar al cuartel de Araca, Vitoria, 17 grados bajo cero, para hacer el servicio militar. El PSOE acababa de ganar las elecciones y el País Vasco era un lugar sacudido por el terrorismo, catorce meses de los que salió sin llegar a tiempo de optar a las plazas de maestro de 1984. En su lugar, alguien le habló de un puesto en un kiosco. Lo dejaba el de la plaza de América por jubilación. Eran asalariados que todavía dependían, en aquel momento, de "La Voz de Asturias". José Manuel aceptó las condiciones y le sugirieron que se pasara por otros puestos para aprender la mecánica del oficio. Marcelino, en el kiosco de la Escuela de Minas, y la señora que regentaba el de Longoria Carbajal le acogieron durante algunas horas al día para que conociera los rudimentos de albaranes, distribuidores y estocaje. El calendario le vino muy bien, porque abrir en julio en Oviedo era un despegue lento, más en el barrio de la avenida de Galicia, donde el vecindario desaparecía durante dos meses largos en sus residencias estivales de Luanco, Ribadesella o Llanes.

Así que el 4 de octubre de aquel año, cuando la explotación privada de aquellos puestos pasó a manos municipales y todos los que estaban en los kioscos tuvieron que convertirse en autónomos, José Manuel ya conocía toda la dinámica. Los señores y su prensa diaria. Las revistas del corazón para las señoras. Los intelectuales que se habían quedado en el 83 sin "El Viejo Topo". La venta de tabaco. Las chucherías de todo tipo, también bolsas de frutos secos, para el autobús del Meres, del San Ignacio, de Los Robles. Todos aún con parada detrás de su negocio.

–Perdona –llega otra clienta–, dame LA NUEVA. Y otra cosa. ¿Tienes los coleccionables de Barbie?

–¿Los de los trajes? Agotados, pero los tengo pedidos.

–Pues avísame cuando te lleguen.

"Estaba todo por hacer", relata más parco que tímido y con una seguridad afianzada en el trato diario detrás del mostrador. "La gente devoraba libros, la población estaba ávida de información, fueron los mejores años". Después el negocio empezó a ampliarse. Llegó el boom de los coleccionables y se trataba de aumentar el espacio para almacenar. El kiosco fue, resume, "termómetro social". Cuando esas cintas llegaban mal o no llegaban nunca a Oviedo, el kiosco era el lugar donde se podía acceder al porno con estilo de "Penthouse" o "Playboy" y a las primeras cintas VHS o beta. Alguno le preguntó alguna vez si podía ponerle también una caja de condones. Hoy, tantos años después de la prohibición, hay algún chaval que se acerca y le sigue preguntando si le puede vender un cigarro suelto.

En estos más de cuarenta años ha visto cambiar paisaje y paisanaje. Sufrió todas las obras de la plaza. Pasó de tener delante el banco de Argentaria, donde ocasionalmente y en tiempos sin móvil le dejaban hacer llamadas de urgencia, a ver sucederse varios supermercados. En los tiempos en que el Tartiere todavía estaba en Buenavista, aquí paraban Javier Irureta y Radomir Antić los domingos de partido, camino del campo, para coger los periódicos. Cuando los políticos comían en Del Arco, mandaban a los chóferes a comprar la prensa.

–¿Seguimos con el viento, eh? Solo que caliente –aparece otro.

–Sí, no está frío.

–Dame el Dossier de "La Vanguardia" y LA NUEVA, anda. Y ponme una bolsa.

José Manuel Sánchez del Valle ha estado todos estos años al pie del cañón sin más cierres que los tres días al año que no hay prensa, los 20 días de vacaciones en agosto y durante las huelgas generales. El horario se ha ido estrechando un poco, pero sigue extendiéndose cerca de las doce horas diarias de lunes a viernes. A la hora de comer ahora le da el relevo su mujer, Yolanda López, como lo hizo, durante los primeros años, su madre, Pilar Toraño. Esos pocos días que libra sale al monte. "Aprovecho para cambiar el chip, voy por Lloriana, Llampaxuga… Después de 41 años aquí de pie, esta época tan tecnológica me descoloca bastante. Como dice Millás, la gente en el móvil solo lee los titulares. El papel es la única forma de informarte en condiciones. Son otros tiempos, te lo digo yo, que empecé a la vez que Alfredo Álvarez, el de Ursial, se puso a repartir con la furgoneta. Soy el último mohicano".

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