Manolo Díaz, el asturiano que lo fue todo (y más) en la industria discográfica mundial: "Karol G llenó cuatro veces el Bernabéu y Pavarotti, no..."
Decir Manolo Díaz (Oviedo, 1941) es decir industria discográfica en español en los últimos sesenta años
Compositor, cantautor, productor y gran ejecutivo mundial, dio éxitos a Rafaella Carrà y a "Los Bravos" e hizo que el mundo conociera a Julio Iglesias, Bosé y Carlos Vives
Su sobrina Belén Carreño le ha escrito ahora el libro de su vida, "Ayer tuve un sueño"

Manolo Díaz con Bosé y Julio Iglesias

La leyenda en la casa familiar de Uría 13, en Oviedo, donde creció la periodista Belén Carreño, decía que su tío Manolo Díaz era cantautor, cantante, amigo de Julio Iglesias, novio de Raffaella Carrà y un hombre importantísimo en la discográfica CBS. Mucho después, en el 2000, pudo conocer y trabajar de cerca con el que entonces era presidente de Universal para América Latina, y desde hace casi trece años se empeñó en que había que escribir "el libro de Manolo", por más que el protagonista se quitara importancia y tratara de sortear estas memorias, que ahora acaba de editar Debate bajo el título "Ayer tuve un sueño. Manolo Díaz, sesenta años de música pop en español".
No era tanto falsa modestia como cierto síndrome del impostor que superó cuando los Grammy Latinos le homenajearon hace dos años y una idea de vida y trabajo alejada de la posición del artista. Se entiende mejor cuando ayer, desde su casa de Miami, explicaba por qué no le costó dejar de grabar sus propios discos para dedicarse de lleno a una industria discográfica en la que fue prácticamente todo. "No me costó porque nunca fui fan de Manolo Díaz el cantante. Me gustaba el compositor, el letrista, pero como cantante no había llegado donde tenía que llegar. Tuve, además, cierta alergia al aplauso, que tiene mucho de falso, como descubrí en la época en que le hice ‘Rufo el pescador’ a Massiel. Llegábamos a actuar a un sitio y decía ‘yo nací aquí’ o ‘mi padre era de Oviedo’. Era muy fácil esa ovación en pie cuando le dices a la gente lo que quiere oír. Pero eso no tiene que ver con la música".
Belén Carreño empezó a grabar las conversaciones con su tío en 2022. Un día le preguntó cómo quería hacerlo y Manolo Díaz le dijo que estaba bien en primera persona pero que también quería que salieran sus amigos. La periodista ovetense encontró en la biografía sobre Rafa Nadal de John Carlin el modelo para alternar primera y tercera persona e incorporar otras voces al relato. "La posibilidad de hablar con Julio Iglesias y que sea el propio Julio quien hable merecía la pena". Y le dio muchas alegrías, "Coger el teléfono y escuchar ‘Hola, soy Julio’, te deja loca. No creo que la IA pueda replicar ese tono de voz", bromea. El productor asturiano y el cantante coincidieron en París a finales de los setenta y principios de los ochenta. "Los dos se acababan de divorciar, conectan muy rápido, salen mucho, trabajan mucho, hay mucha química. Julio dice que eran ‘dos putos por el mundo’".
Manolo Díaz habla con mucho cariño de esa amistad que dura más de cuarenta años: "Cuando me operaron de las lumbares me estuvo llamando durante dos meses todos los días, tanto que yo no tenía ya nada que decirle. Ahora lo hace cada quince días y me cuenta chistes, cosas divertidas, bromas".

Manolo Díaz con sus discos de oro / Cortesía Editorial Debate
Manolo Díaz participó en el éxito de Julio Iglesias y de tantos otros artistas, como Carlos Vives, y merece la pena preguntarle ahora que ya ve los toros desde la barrera cuál es la fórmula del éxito: "Este es un mundo de comunicadores, no de músicos", explica. "Muchísimos de los que tienen éxito no son músicos, pero son enormes comunicadores. Eso es lo primero que descubres. Manu Chao, por ejemplo, con unas letras que en mi opinión no tienen ningún mérito, se convierte de pronto en un autor de culto, como si fuera García Lorca. Karol G. es buena y canta bien, pero además llena cuatro veces el Bernabeu, y Pavarotti, no puede hacer eso. Es un mundo de comunicadores, es gente que se esconde detrás de la música para comunicar".
Hay otra parte que Manolo Díaz también conoce bien y en la que su sobrina ha profundizado en este libro. Es la del Manolo melómano, el que "ama la música intensamente, lo bueno y lo bello". "Es una persona muy virtuosa", analiza Carreño, "que es capaz de hacer los hits más desenfadados y de ponerle música a los poetas andaluces para ‘Aguaviva’, o de componer el disco de ‘A divided family’. Se ve una ebullición y una capacidad para lograr que algo sea bueno. Todo lo suyo, en realidad, tiene una profundidad, porque ‘La Moto’ que les hace a ‘Los Bravos’ es el cuento de la lechera, en realidad, o en ‘Los chicos con las chicas’. Y también es muy comercial. Cuando le escribe a Carrà ‘Hay que venir al Sur’ te encuentras con que siempre, al Sur de algún sitio, hay alguien cantando esa canción".
El productor asturiano reconoce que lo que más le ha gustado, en el fondo, es trabajar para otros. "Lo que disfruto es ayudar a los demás, y en ese sentido mi trabajo como ejecutivo de las multinacionales es mucho más enriquecedor que mi trabajo como autor. Estoy orgulloso de trabajos como ‘Aguaviva’, poner música a la poesía del 27.. Pero también el poder de dar a conocer la música que hacen otros artistas. Carlos Vives, Juanes, Julio Iglesias, Miguel Bosé… Quién haga falta. Eso sí me gusta y procuro hacerlo lo mejor posible". En ese empeño, confiesa que, fue pasando de multinacional a multinacional y siguió subiendo peldaños, siendo cada vez más poderoso en sus posibilidades de dar a conocer al mundo nuevos artistas. Pero no todo en la industria era como a él le gustaba: "Cuando dejé las multinacionales me habían ofrecido un paquete muy generoso para seguir otros cinco años. Pero yo no quería, porque veía lo que estaba sucediendo. No estábamos dedicándonos a desarrollar la distribución digital. Tratábamos de seguir como siempre y yo sabía que había una revolución que iba a hacer que la gente comprara música mientras estaba sentada en el salón de su casa. Le dije a un ejecutivo mundial de la discográfica con la que estaba que no quería seguir porque la compañía no quería abrir tiendas digitales. Y él me contestó: ‘Yo quiero seguir volando en primera clase’. Hoy Spotify es un enorme vehículo para artistas y compositores, aunque se queda con un mordisco importante. Yo lamento que EMI, Warner, Sony, Universal podrían haber hecho una tienda digital. Al final, los departamentos legales tenían miedo y ni siquiera lo investigaron. Como me dijo aquel señor, querían seguir en primera clase".
Manolo Díaz habla con entusiasmo de un mundo que ha sido su vida. Lamenta que la enfermedad del Parkinson haya venido ahora a hacerle mella, pero se le ve contento ante la perspectiva de volar a España la próxima semana para presentar el libro que le ha escrito su sobrina. La presentación en Asturias será el 19 de febrero a las 19.00 horas en la plaza de Trascorrales (entrada libre) y acompañarán a la autora y a su tío el cantante Víctor Manuel y el periodista Javier Blanco.

Poetas andaluces
Extracto del arranque del capítulo 5 de "Ayer tuve un sueño"
Llamé al timbre de una casa con una puerta recia de madera oscura en la via Garibaldi, en el Trastévere romano. María Teresa León, una de las grandes escritoras de la generación del 27, nos dejó pasar. Me acompañaba Tomás Martín Blanco. El suelo del apartamento era de un vistoso azulejo de colores que parecía pintado a mano, un hidráulico de un estilo muy español que irradiaba alegría a la casa. Llegamos a un salón en el que se podían ver cuadros de Picasso, Genovés y Miró colgados de forma un tanto desordenada en las paredes. Allí nos esperaba su marido, Rafael Alberti.
La pareja llevaba instalada en Roma desde su regreso a Europa, en 1963, después de marchar al exilio al que los condenó el resultado de la Guerra Civil. El encuentro lo había auspiciado Alfredo Mañas, con el que en esa época trabajaba mucho, y me había pedido llevarle al poeta del Puerto de Santa María un tricornio de la Guardia Civil, un chiste entre ellos. Nos había citado a las nueve y media de la mañana y teníamos media hora agendada para exponer la razón de la visita.
En realidad, había ido a pedirle permiso para musicar sus poemas, en concreto la "Balada para los poetas andaluces de ahora", e iba armado con una maqueta que le permitiría escuchar mi propuesta y, con un poco de suerte, lo animaría a darme el permiso. Otros compositores, como Paco Ibáñez o Joan Manuel Serrat, estaban usando poemarios, pero Alberti había rechazado cualquier aventura musical con los suyos. Tomás era un fan del proyecto y se había apuntado a la misión de convencer al andaluz. Nada más recibirme, dijo: "Díaz, he sido muy revolucionario, pero los que tienen mérito no son los que se fueron, sino los que se quedaron. Y yo ahora admiro a José María Pemán. No le puedo autorizar a que haga esa canción". Aquella balada de los poetas andaluces había sido una amarga reivindicación de Alberti al silencio de los intelectuales ante el régimen franquista. Más de una década después, el andaluz exiliado había cambiado su visión sobre la actitud de los que habían decidido quedarse.
Con todo, trajo un tocadiscos destartalado, cuya tapa era el propio altavoz, y a mí me entró el terror de que la canción sonaría muy mal. La pusimos —efectivamente, sonó horrible—y mientras la escuchábamos vi como su cara se transformaba con emoción hasta que una lágrima lenta fue surcando su mejilla. Me dijo: "Mire usted, Díaz, cuando se musican mis poemas nunca entiendo dónde está el poema. Pero esto es una mezcla de música actual y de respeto total por el poeta".
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