Entrega sinfónica

El cántabro Jaime Marín firma un convincente programa al frente de la OSPA, con la participación de la violista Sara Ferrández y obras de Schumann, Stravinsky y Tchaikovsky

Concierto de la OSPA en el Auditorio.     | FERNANDO RODRÍGUEZ

Concierto de la OSPA en el Auditorio. | FERNANDO RODRÍGUEZ

Pablo Siana

Pablo Siana

Oviedo

Con el título «Manfred, música y literatura» llegó ayer el cuarto de abono de la OSPA en un viernes con triple oferta (en el Campoamor y el Filarmónica, que merma la de por sí baja afluencia a la orquesta del Principado), y el regreso al podio del nuevamente director invitado, el cántabro Jaime Martín, junto a la violista madrileña Sara Ferrández, que interpretaría una adaptación del Concierto para violonchelo de Schumann. Interesante opción donde la viola aporta esa sonoridad a caballo entre violín y chelo más «vocal» y cercana en la intensa interpretación de Ferrández (hermana de Pablo el chelista) con una cadencia final perfectamente arropada por la OSPA en excelente concertación del maestro Martín.

Propina bachiana con la «Courante» de la tercera suite para redondear, en el amplio sentido de la palabra, una interpretación llena de musicalidad con la violista más internacional.

La velada se abrió con Stravinsky y las «Sinfonías para instrumentos de viento» de título equívoco, al no serlo formalmente, sino como la entendían los griegos («sonido acorde»), revisada en 1947. Un solo movimiento donde poder disfrutar de los vientos sinfónicos en solitario para este tributo a Debussy con la rítmica siempre fogosa del ruso, entonces por París. Buena interpretación y empaste ideal con la química de Martín en el podio, tal vez rememorando sus años de flautista alcanzando esa sonoridad tan bandística y rotunda muy matizada.

Tchaikovsky es el gran sinfonista de la historia y su «Manfred» (compuesta entre la 4.ª y la 5.ª) es cual poema que relata al torturado personaje de Lord Byron, siendo poco habitual escucharla, por lo que se agradece la elección de Jaime Martín. Plantilla ideal, compacta, solistas perfectos, pasajes delineados donde poder escucharse todo lo escrito por el ruso sin tacha para ninguna sección. Impactante el primer movimiento con los metales brillantes, vertiginoso segundo de maderas virtuosas, enigmático y luminoso el tercero con la cuerda comandada por Aitor Hevia más clara que nunca, y ese grandioso «allegro» con fuego lleno de luces y sombras con las tímbricas limpias (bravo las dos arpas) y variadas, expresando todas las emociones tan características e identificables del genio ruso, cerrando un concierto pleno de entrega por parte de todos gracias a un Jaime Martín siempre convincente y convenciendo a «tutti». n

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