Entrevista | Inés Illán Calderón Profesora universitaria de Latín
"Mi padre me vio nacer detenido por un guardia y un falangista que le iban a ‘dar el paseo’"
"Viví en la tensión permanente de ocultar el saber pero sin perder la beca y sufría unas hemorragias nasales muy fuertes que me resultaban humillantes"

La profesora universitaria Inés Illán, en Oviedo. / Irma Collín
Humor, candor y latín
Inés Illán Calderón (Don Benito, 1939) se licenció en Filología Clásica en Madrid y se doctoró en Oviedo en 1981 con la tesis «Aspectos del vocabulario político en los Anales de Tácito».
Llegó a Oviedo en el curso 67-68 y fue profesora en la Universidad hasta su jubilación en 2009. Aquí aprendió y apreció algunas libertades.
Ya jubilada, publicó el libro «Armensallé del tejido y la escritura. Manifiesto fenicio», un texto raro que fue un desbloqueo de la escritura: «tenía muy mala letra porque tengo temblores esenciales y mi madre le decía a mi padre que todo lo que le pasaba era por saber, por leer, por escribir bien. Eso funcionó muchos años como un tabú y una represión».
Crecida en circunstancias muy difíciles -hija de represaliado, entorno caciquil, auxilió en la Sección Femenina- quería estudiar, pero durante muchos años lo hizo en condiciones difíciles: «no tuve un cuaderno hasta los 15 años».
Socializó como pudo y cuenta su vida con sentido del humor explicándose desde un candor que le ha perjudicado y del que obtuvo el beneficio de seguir aprendiendo. Ahora se considera mejor que nunca.
Don Benito (Badajoz), abril de 1939.
Días después del parte de "cautivo y desarmado el Ejército Rojo". Nací en casa y mi padre estaba en la puerta, flanqueado por un guardia civil y un falangista que le iban a dar "el paseo". Le concedieron ver el nacimiento de su primer bebé. Como el tren salía los 8 y yo no acababa de nacer le pusieron una inyección a mi madre para acelerarle el parto. Le dieron un momento para decir "es una niña" y darle un beso de despedida a su mujer. En la estación pasaron lista a los que se iba a pasear y uno de los guardias civiles reconoció el apellido de mi padre -mi abuelo era cabo de la guardia civil- le escondió y le dijo que se fuera. Le salvó la vida, pero no podía volver a casa y se fue a Alcaudete de la Jara, Toledo, su pueblo, a 200 kilómetros. Pasado un tiempo, mi madre supo que no era viuda. Volvió en 1940 para el fallecimiento de mi abuelo materno y para estar con su mujer. Lo metieron en la cárcel de Don Benito donde di los primeros pasos cuando mi madre me llevaba a verle. Tengo tres hermanas: Lola, concebida en un vis a vis en la cárcel; Concha y Esperanza, por el intento de gobierno del exilio de 1946.
¿Cómo se llamaba su padre?
Abraham. Los periódicos hablaban de él como "Abraham, el judío". Llegó a Don Benito como funcionario de telégrafos. Había estudiado en el colegio de la Casa Cuartel de la Guardia Civil, al final de la calle Serrano de Madrid. Era muy aficionado a los libros, traía un acento distinto, era apuesto, guapo, republicano, participó en campañas de alfabetización y, en los momentos decisivos, estuvo con los comunistas. .
¿Qué tal era?
Tímido y de una ingenuidad moral y política, digna de mejor causa. Tenía mucha mala conciencia por la vida que dio a su mujer. En casa no se hablaba de nada. Como inhabilitado dio clases a campesinos y ese fue mi primer contacto con la escuela, en una habitación prestada por unos parientes, con una bombilla de 25 y sin más material que la palabra. Por eso no socialicé de niña. Fue un padre presente pero ausente. Obsesionado por buscar una vida y sin comer lo llamaban Don Quijote, porque era la imagen del Quijote de Doré.
¿Cómo se llamaba su madre?
Concha Calderón, hija de Fernando Calderón y de Consuelo López Mudela, nieta y sobrina de las asesinadas violentamente por el cacique macho del pueblo en lo que se conoce como "El crimen de Don Benito". Fue terrible para mi abuelo, que hacía la mili en Sevilla, cuando mataron a su madre y a su hermana y no pudo llegar al funeral. Soporté la trascendencia política, social, cultural en Don Benito todavía en los años 50. Del crimen, en 1902, surgió la primera casa del pueblo y se aplicó el primer jurado popular. Mi abuelo era un pequeño empresario, viajante de telas, de máquinas de escribir y gramófonos que viajaba a Barcelona, estaba obsesionado con la cultura e hizo de sus hijas las primeras mujeres que trabajaron fuera de casa en Don Benito.
¿Cómo era su madre?
Alegre, enérgica, poderosa, muy generosa y amamantaba niños que no eran parientes. Siempre cantaba, nunca durmió más de 4 horas, fue el sostén de la familia e hizo un vía crucis a Madrid buscando avales para el reingreso de mi padre, que no se logró hasta 1970. En 1948, le regaló a mi padre la suscripción a la revista "El Mundo", de información del exterior y económica, 4 pesetas, y ese día no se comió en casa.
¿Cómo fue su infancia?
Descolocada. Como mi padre no podía trabajar, pasó por toda clase de enfermedades, -paludismo, tifus, males del estómago- campos de concentración y cárcel, no se comía, y las hijas fuimos repartidas, yendo y viniendo, entre tías y abuelos. A mi hermana Concha quiso adoptarla una tía que vivía en Madrid y trabajaba en Banesto. Yo crecí entre Alcaudete de la Jara, Miajadas (Cáceres), Don Benito y Badajoz, cuando llegué al instituto.
¿Donde fue a la escuela?
No fui. Aprendí a leer con el diario "Abc". En Miajadas había una escuela de Don Valentín, un maestro represaliado que daba clases en su casa. Yo le decía a mi madre que quería ir. Mi madre habló con él y me admitió sin pagar. Llegué a mitad de curso con 9 años. Éramos mi amiga Anita, el hijo del veterinario, el del médico... Descubrí que el Quijote era un libro que tenía el maestro y que íbamos pasando. Vi un mapa. Como no tenía faltas de ortografía en el dictado, el maestro le dijo a mi madre que me presentara al ingreso. Ella me llevó a Cáceres -me deslumbró el instituto, renacentista- y aprobé, con gran alegría y sorpresa de mis padres. El jefe de mi padre -un pariente, falangista, insufrible, rico del pueblo, que siempre pretendió a mi madre- le destinó a Badajoz, porque ahí iba a poner una central de la empresa de transporte y una tienda de música, y pude empezar el bachillerato. Llegamos a mitad de curso y me permitieron la matrícula como libre oyente y en segundo tuve beca de matrícula gratuita por carente de recursos. Así fue mi primera disciplina en la vida a los 11 años. El cambio fue positivo, aun en la pobreza de un piso interior, húmedo, con habitaciones y un grifo, pero ni ducha, ni váter.
¿Qué niña era usted?
Muy inquieta, revoltosa, con mucha agilidad y viveza y muy sensible para todo. Solo quería estudiar y mi miedo era que no me dieran la siguiente beca. Los hijos del cacique que empleaba a mi padre eran un desastre -de sacar cero- y continuidad del trabajo de mi padre, dependía en gran parte de que no destacara más que mis primos. Viví en la tensión permanente de ocultar el saber sin perder la beca y sufría unas hemorragias nasales muy fuertes que me resultaban humillantes. Una septicemia en la adolescencia me hizo perder año y medio. La Sección Femenina de Falange, entonces, tenía unos preventorios para niñas con problemas de salud y fui a Ontaneda (Santander), donde coincidimos tres hermanas: Esperanza, Lola y yo. En lugar de gimnasia y de las horas de recreo, me dejaban estudiar. El sitio era maravilloso y fue una forma de socialización muy interesante, se comía, te podías duchar, había verde y algunas excursiones a las Cuevas del Castillo y la Pasiega que fueronun descubrimiento terrífico, pero, al mismo tiempo, fue muy jodido: estar lejos, la primera menstruación -"Inesita ya es mujer"- la ruptura desgarradora con las amigas que tenía, perder un curso... Mi hermana todavía está traumatizada por la primera comunión sin familia. Mi adolescencia no pudo ser más traumática, triste y desasosegante. Estuve allí tres o cuatro meses. Me cogió el toro de la primera revalida, que aprobé con mucha angustia, como la de sexto. El Preu -el primer preuniversitario que hubo- me examiné en Madrid porque allí estaba mi tía, que me llevó a la Ciudad Universitaria. Fue en el aula magna de Medicina, sola, sin conocer a nadie ni saber una línea de autobús.
¿Cuándo supo qué quería estudiar?
Tuve la suerte de que la Diputación de Badajoz convocó ese año dos becas por primera vez, la logré y tuve un colegio mayor maravilloso, La Almudena, en Madrid. Era 1957 y fui a hacer los comunes de letras. Por primera vez tuve una habitación individual con mesa de estudio. Convivía, en la mejor de las formas posibles entonces, con personas de toda España -y una china de Formosa- de todas condiciones y de todos los estudios. Era de la Sección Femenina y la más liberal de Madrid con libertad de entrar y salir por la noche. La directora y la directora de estudios eran una física y otra matemática. La directora era Pilar de Balle, de la alta burguesía catalana. Mis padres se trasladaron a Madrid, él encontró un trabajo en una oficina agrícola, y perdí la beca, pero me concedieron media beca del colegio y pagaba 6.000 pesetas. Pasé toda la carrera dando clases de latín. Llegaba al colegio mayor a las 11 de la noche.
¿Qué tipo de joven fue usted?
Prometedora, que aprovechaba todas las ocasiones. Hice filología clásica -de 25, 22 eran curas y monjas- porque no había que saber nada y para mí la historia era peor que las matemáticas, porque era un conflicto total y mi padre la cuestionaba. Preparé el examen de historia, algo que nunca había hecho, porque estudiaba de continuo. Para mí, preparar un examen era tal fraude que lo confesé y el cura pensó que había copiado. Estuve un año después de acabar la carrera. Aquello estaba siempre lleno de novios pertinentes y en el comedor surgían discusiones de todo tipo, cosa que en la universidad no se hacían. Yo no tenía conciencia política.
Acaba la carreras de Lenguas Clásicas en Madrid, en 1962 y...
Fui becaria del Consejo de Investigaciones Científicas en un diccionario latino y tuve tres ofertas. Éramos pocos. No creo en los méritos sino en el azar. Vine a Oviedo en 1967 adjunta de Carmen Codoñer.
Inés Illán Calderón (Don Benito, 1939) llegó a Oviedo en el curso 67-68 y fue profesora en la Universidad hasta su jubilación en 2009. Creció en circunstancias muy difíciles -hija de represaliado, entorno caciquil, auxilio en la Sección Femenina- quería estudiar, pero durante muchos años lo hizo en condiciones difíciles: "no tuve un cuaderno hasta los 15 años".
¿Qué le pareció Oviedo?
Lluvia y oscuridad, vivía en casas particulares en condiciones poco propicias y por eso estaba todo el tiempo en la facultad. Por otra parte, era estimulante: entré en contacto con Emilio Alarcos y su círculo a través de Carmen Codoñer y con las izquierdas varias por primera vez. Estaba en una posición extraña porque era profesora pero estaba con los estudiantes en "Casa Manolo". Como tenía mucho frío fui a clase con pantalones de paño, elegantes. Era la primera vez que los ponía y no me gustaban y fue un escándalo.
¿Se adaptó bien?
Me moví en ambientes variopintos, desde empresarios hasta Juan Benito Argüelles, Lola Mateos y fue estupendo pero nunca pude ser como ellos porque no reunía condiciones... No estaba acostumbrada a una vida social, sólo sabía trabajar, vivía en una habitación alquilada y eso restringía porque cuando estaban más animados me iba a casa. Eran más desenvueltos, burgueses y pequeños burgueses y les salía de una forma automática hablar, sentir y compartir. Participaba, pero no era. Venía de una marginación no buscada, objetiva y real y mis experiencias podían romper el discurso de aquellas personas. Mantenía ese "no significarse". Me ayudaron a liberarme de esa sensación los viajes a París, Austria, Londres y Dinamarca con Carmen Codoñer y su marido y Miguel Signes, un hombre de teatro. Y el 25 de abril.
En Portugal.
Sí, en 1973 en París compré un diario portugués y se me acercó un paseante en el bulevar Saint Michel, se dirigió a mí como si fuera inglesa -nunca he parecido española ni en el extranjero ni en la playa- era portugués, hablamos a cuenta del periódico y me dio una tarjeta. Cuando fue el 25 de abril mi hermana y yo queríamos ir a Lisboa, le llamé, se acordaba y dijo que nos recibía. En Lisboa nos dijo que fuéramos corriendo a la sede del Partido Comunista y como era alcalde provisional nos hizo acompañarle al ayuntamiento de Alcácer do Sal. Una de las primeras personas que me presentaron fue Mario Soares [secretario general del Partido Socialista Portugués entonces y luego dos veces primer ministro y presidente de la República].
¡Qué aventurera!
Lo fui. Al acabar la carrera fui de au-pair a París de unos señores que me llevaron a Rimini de vacaciones. Como era torpe total con los niños no quise estar todo el tiempo y me fui sola a Ravena, a Florencia y en autoestop a Roma, haciendo amigos. Con 2.000 pesetas e inconsciencia recorrí parte de Italia en 10 días.
¿Le gustó ser profesora?
Sí, siempre con mucha inseguridad porque me parecía que no sabía, pero me defendía. Nunca me sentí segura de nada, incluso ahora. Es una pelea continua que se ha ido saldando muy bien, sin resentimiento ni acoquinamiento.
Momentos importantes.
El encierro en la universidad de 1969. Gustavo Bueno, Carmen Codoñer y Miguel, Lola Mateos, Álvaro Galmés... Fue un momento de mucha euforia y ruptura y cometí la ingenuidad de darle la llave del despacho donde trabajábamos Carmen y yo a un estudiante que me la pidió para refugiarse de la policía. Se recluyeron ocho estudiantes del PC y otras hierbas. Cuando se lo dije a Carmen al día siguiente se llevó las manos a la cabeza porque la responsable era ella. También fue importante mi participación en el Club Cultural de Oviedo y en todas las juergas, sin militar en el PC. Fui representante en el momento de penenes (profesores no numerarios). Cuando Carmen Codoñer se trasladó a Salamanca tuve el nombramiento oficial de adjunta y reserva en el colegio Mayor de Fonseca, pero decidí no ir.
¿Por qué?
Lo decidí irresponsablemente, pero en Oviedo estaba empezando a descubrir una independencia, unas libertades que nunca había tenido, posibilidades -a través de Juan Benito- de ir a Estados Unidos, una fantasía... Ir a Salamanca suponía un compromiso universitario en el Sancta Sanctorum de la Filología Clásica con Carmen, muy rigurosa en el plano académico. Me sentía incapaz de eso y, a la vez, atraída por un ambiente de trabajadores, de hablar, de movidas. Fui frívola y seria a la vez. Repercutió mucho. El grupo de Alarcos casi ni me hablaba y Carmen y Miguel se sintieron traicionados aunque seguimos siendo amiguísimas. Siempre defendí cierto analfabetismo para poder hacer cosas porque si llego a saber que el catedrático puede dejar al adjunto, pero el adjunto no puedo dejar al catedrático...
¿Y después?
Fueron tiempos de mucha agitación política, académica y social y estaba volcada. Claudio Ramos, jefe de la policía secreta, me decía que acabara la tesis. La presenté en 1981, en hilván, con la mala fortuna de que no pudo estar el presidente, Antonio Fontán, el del UCD y del Opus, muy majo y riguroso, por una nevada horrible el 18 de diciembre. En mi ingenuidad, en lugar de dirigirme al tribunal me dirigí al público como en una asamblea.
Se jubiló en 2009.
Quise retomar todo lo que no había podido hacer en su momento. Sobre todo, la pintura. Como nunca tuve lápices de colores, quise saber lo que eran los materiales y me presenté en el estudio de José Luis Pantaleón. Me pidió que le enseñara algo que había hecho y tenía un dibujo de los 14 o 15 años de un tapiz. Hubo un detalle que le pareció bien. Empecé a ir, lo pasé pipa, hice avances increíbles y, aunque lo dejé el año pasado por razones varias, lo retomaré en cuanto pueda. Es un ambiente con pintores que me adoran y yo los adoro.
¿Que tal cree que la trató la vida?
En general, muy bien. Las circunstancias horribles me han favorecido porque he adquirido profundidad en un proceso lento y largo de saber, de tener una conciencia de clase y cultural fundamental. He tenido muchos problemas familiares y de salud, pero he salido en volandas, muy apreciada y ahora muy autovalorada. He tenido mis medio novios y no he echado de menos casarme y conservó amistades desde Badajoz. En el plano académico he sido una "sin papeles" porque mi currículum es muy pobre aparentemente -no tengo publicaciones de tal y cual- pero he tenido un enriquecimiento personal y he sido útil a muchos por mi forma de hacer distinta.
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