Opinión

Juan Carlos García Palacio

¿Quién provocó el incendio de la Universidad de Oviedo en la revolución de Octubre del 34? Capítulo 1: La toma del edificio

Una reconstrucción de los hechos realizada por Juan Carlos García, funcionario de la Universidad de Oviedo, tras su propio trabajo de documentación e investigación ofrece conclusiones sobre lo sucedido

Imagen de uno de los incendios próximos a la Universidad en octubre de 1934

Imagen de uno de los incendios próximos a la Universidad en octubre de 1934 / Servicio de Reproducción de Documentos de los Archivos Estatales

Juan Carlos García Palacio, funcionario de la Universidad de Oviedo, cuenta en tres capítulos la historia que, según sus propias investigaciones, explica el incendio que destruyó el histórico edificio de la Universidad de Oviedo durante la revolución de Octubre del 34. Este es el primero de los capítulos.

En octubre de 1934, se produjo la huelga general revolucionaria que, en Asturias, se tradujo en una situación de guerra con sus efectos de muerte y devastación.

Las crónicas relatan aquellos días trágicos con informaciones y datos que, a las certezas, suman exageraciones, imprecisiones, interpretaciones, equívocos y bulos convirtiendo el análisis de las noticias en un desbroce de contenidos laborioso y con invitación a seguir profundizando porque, como podrán comprobar, pese a lo que algunos autores de prestigio afirman, sí queda mucho por investigar.

Estalló la insurrección contra el Gobierno en la noche del 4 al 5 de octubre y con ella la respuesta gubernamental para sofocarla mediante la declaración del Estado de Guerra. En el Principado, Oviedo, por su condición de capital y centralizadora del poder político y económico regional, se convirtió en el objetivo sobre el que iban a converger los ataques revolucionarios.

Este análisis se concentra, específicamente, en el edificio que, por entonces, era la Universidad de Oviedo y todo lo relativo a su ocupación, posterior incendio y autoría; una acción que lo destruyó por completo, con todo su patrimonio bibliotecario, artístico y pedagógico.

La Universidad fue una más de las víctimas inocentes de aquel levantamiento contra el Gobierno de la República. Su destrucción no tenía ningún sentido táctico ni estratégico, y de inmediato se pudo señalar y condenar a (alguno) de los culpables, pero el contexto de un enfrentamiento tan politizado como aquel llevó también a estudios y opiniones que analizaron aspectos susceptibles de interpretación para reducir la culpa e incluso exonerar a los incendiarios señalando con el dedo acusador en otras direcciones.

Algunos investigadores sobre la Revolución que mencionaron la catástrofe universitaria fueron, a la hora de señalar a los culpables, incompletos e injustos desde el momento en que no citaron aspectos determinantes para remarcar lo que se sabía, omitiendo (seguro que por desconocer) informaciones de relevancia. Hubo también personas a las que se dio peso histórico por ser quien eran; que hicieron afirmaciones osadas sin más prueba que su convencimiento sobre lo que alguien les dijo.

Ustedes van a descubrir datos que siempre estuvieron ahí, que no fueron citados, hasta donde sé, en ningún estudio conocido y que son indispensables para establecer conclusiones que pongan las cosas en su sitio.

Como quiera que se puede estimular alguna polémica es preciso indicar que, en este formato periodístico, no hay espacio para las notas a pie de página ni la exhaustiva cita de las fuentes consultadas, aunque las palabras recopiladas se enmarcan entre comillas.

Las referencias bibliográficas completas, incluidos los archivos con noticias, artículos y libros, se han puesto a disposición de LA NUEVA ESPAÑA y el diario está autorizado a facilitar mi contacto a quien tenga interés investigador para profundizar o discrepar sobre el contenido.

En 1934, la Universidad de Oviedo era muy pequeña en número de centros y servicios. Su campus lo formaban el que ahora es su edificio histórico con entrada principal por la calle San Francisco y el contiguo Pabellón de Ciencias en la plaza de Riego. También estaba afecto a ella el Colegio de Niñas huérfanas Recoletas de Santa Catalina y la capilla de San Sebastián.

El 5 de octubre, Oviedo empezaba el día con un despliegue de fuerzas de seguridad y defensa en algunos puntos vulnerables de la ciudad; las noticias que llegaban de poblaciones y municipios circundantes eran trágicas y el desarrollo de la jornada se convertía en antesala de lo peor que estaba por llegar. Los tiroteos al oscurecer de ese día hicieron silbar las balas de los "pacos" (hoy los llamamos francotiradores) en la plaza de la Escandalera y la calle Argüelles.

No es correcto afirmar, como escribió Francisco Lucientes en la prensa de la época, que la Universidad, los primeros días, se libró de toda profanación. Hubo quien advirtió el día 6 sobre lo que sucedería de no incorporarla al cinturón de defensa: las versiones recogen, en diálogos modificados, la conversación de un capitán retirado con el sargento que mandaba el piquete ubicado en el edificio de Telégrafos, diálogo en el que el primero sugería posicionar una ametralladora en la torre de la Universidad, pero el segundo dijo que tenía otras órdenes. ¡A qué punto de concreción llegan algunas fuentes que incluso afirman que la conversación se produjo a las once de la mañana!

El día 6 a las 14.30 horas, según unas fuentes, o a las doce, según otras, los revolucionarios se hicieron con el Ayuntamiento, dato importante a los efectos de este artículo por la proximidad del edificio consistorial al universitario.  Dos relatos publicados por "La Voz de Asturias" y "El Carbayón" apuntan a que "nutridos grupos de rebeldes armados con fusiles, tercerolas, pistolas y provistos de cartuchos y bombas de dinamita", "grupos armados poseídos de verdadero frenesí que descendían arrojando bombas y disparando proyectiles" bajaron por la calle del Peso en dirección a la plaza de Riego y en su progresión (según unos) al ser vistos por tropas gubernamentales parapetadas en las esquinas del bar Severo (Porlier, 7 por entonces) y la de la Universidad (calle José Tartiere, actual San Francisco) sufrieron fuego graneado que los contuvo. Según otros, la contención se realizaba desde el Banco Asturiano y el edificio de Telefónica.

Entonces vieron "abiertas las puertas de la Universidad que estaba en obra e inmediatamente se lanzaron como locos a la ocupación de la torreta". "Pronto aparecieron los fusiles asomados por los huecos de la nueva posición". 

Un diario de un huésped del hotel Covadonga, el señor Fernández Victorio, pormenorizado en detalles, suscitaba una duda respecto a la fecha de la ocupación de la Universidad y es que data el hecho en el 7 de octubre; al efecto reproduce una conversación con el gerente del Banco Asturiano y dueño del hotel, el señor Alas Pumariño, al que atribuye estas palabras: "He visto entrar en la Universidad a varios individuos de aspecto sospechoso, y tres de ellos disimuladamente se han acercado a la puerta que da a la calle José Tartiere. ¿No han sido hostilizados? Le preguntamos. Que yo haya visto, nadie les ha cerrado el paso. Y ello me preocupa pues todavía estemos quizá a tiempo y luego tal vez sea tarde".

También apuntó que diez o doce guardias de asalto preguntaron que si desde el hotel se podía acceder al Banco Asturiano, alegando que los rebeldes se habían hecho fuertes en la Universidad; que pretendían atacar al banco y que necesitaban acceder a él para defenderlo puesto que desde la calle era imposible transitar.

El señor Fernández Victorio se equivocaba con la fecha y lo sabemos, no ya por contraste con la entrevista hecha a otra huésped, la señora Aurora Toba: "El día 6 llegaron al hotel seis guardias de asalto que subieron al último piso y se pusieron a disparar". […]. Nuestro hotel era blanco de los rebeldes. Las balas entraban por los balcones cuyos cristales quedaron destrozados y se incrustaban en las paredes", sino porque el mismo señor Pumariño fue entrevistado y afirmó que: "El día 6 empezamos a advertir que caían proyectiles disparados desde la torreta del edificio de la Universidad". El mismo día el banco "fue ocupado por unos quince guardias de asalto".

Otra fuente (Paco Ignacio Taibo) recoge un testimonio que atribuye la orden de la toma al sargento Vázquez (partidario de los revolucionarios). El grupo revolucionario llegó a través de la calle Pozos, la verja estaba cerrada, "se puso un cartucho y voló la cerradura". "En la Universidad no encontramos a nadie y nos extrañó porque pensábamos que nos habían hecho fuego desde allí. El lugar era de peligro. Por las grandes salas del primer piso caminábamos agazapados porque las balas entraban a centenares y no había cristal sano; llegamos sin novedad a los huecos que dan a la calle San Francisco y tuvimos la precaución de no empezar a disparar hasta vernos en frente del Banco Asturiano […] llevábamos dinamita y podíamos lanzarla".

Los revolucionarios tenían la Universidad en su poder. De su vida cotidiana poco sabemos: "Instalaron en él un cuartelillo. A veces, salían al patio enrejado, vivaqueaban tranquilamente, abrían las latas de conserva que les llevaban los camaradas de turno. Por la noche se sentaban en el suelo, recostados sobre los muros, fusil en mano, y apoyaban la cabeza sobre los brazos tensos. Al filo del amanecer comenzaba el tronar de la fusilería. Y así, un día y otro".

El edificio ofrecía varias alternativas para enfrentarse a las fuerzas gubernamentales; por ejemplo, la torre (observatorio meteorológico) y sus huecos porque desde allí se podía dominar el edificio del hotel Covadonga, donde también estaba el Banco Asturiano, ambos en manos de tropas gubernamentales. Desde ella, "no dejaron de hostilizar ni un solo instante a las fuerzas que defendían" con el resultado conocido. "Triste destino el de la torreta vigilante, que durante tres siglos y medio protegió la paz de la cátedra".

No solo la torreta, puesto que las ventanas de la calle José Tartiere (hoy San Francisco) eran también puestos de tirador cuyas aspilleras estaban hechas a base de bloques de libros de la biblioteca.

La respuesta a muchos impactos de bala en columnas y muros apreciables en el claustro universitario la aporta la diferencia de altura de los edificios y sus ocupantes enfrentados a uno y otro lado de la calle: un lado rebelde, el otro en manos gubernamentales. 

Este artículo continuará con su segundo capítulo: "El incendio".

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents