Opinión
Juan Carlos García Palacio
¿Quién provocó el incendio de la Universidad de Oviedo en la revolución de Octubre del 34? Capítulo 3: Los autores
Una reconstrucción de los hechos realizada por Juan Carlos García, funcionario de la Universidad de Oviedo, tras su propio trabajo de documentación e investigación ofrece conclusiones sobre lo sucedido

Imagen del edificio histórico de la Universidad de Oviedo, destruido tras los sucesos de octubre de 1934. / Servicio de Reproducción de Documentos de los Archivos Estatales
Juan Carlos García Palacio, funcionario de la Universidad de Oviedo, cuenta en tres capítulos la historia que, según sus propias investigaciones, explica el incendio que destruyó el histórico edificio de la Universidad de Oviedo durante la revolución de Octubre del 34. Este es el tercer y último capítulo.
La prensa de la época y estudios posteriores divulgaron o sostuvieron información sobre culpables y sospechosos que, a grandes rasgos, se pueden englobar en dos categorías: la mayoritaria apuntando como autores a los revolucionarios; la otra, minoritaria, señalando a la intervención de la aviación gubernamental, acusándola de lanzar directa o indirectamente (por desvío) una bomba o ráfagas de ametralladora. E incluso algún periódico de la época abrazó editorialmente una tercera vía con el titular "Los soviets confiesan que las atrocidades españolas son obra suya".
He aquí un resumen de lo recopilado (mucho de ello ausente en investigaciones sobre sobre el asunto) y las conclusiones que este artículo ofrece.
Relató Francisco Lucientes, al menos en dos periódicos, que: "Los revolucionarios de la Universidad eran gente joven, algunos estudiantes - yo los vi- me cuenta un bedel y eso me tranquilizó. ¿Cómo iban ellos mismos, pensé, por muy revolucionarios que sean, a destruir su casa?"
Continúa Lucientes citando a su interlocutor: "En la Universidad mandaba un tiazo imponente, brusco y bruto, que en alguna ocasión dijo ser de Cabañaquinta. Tenía a sus huestes en un puño -añade el bedel-. Se le veía farfullar con frecuencia 'A quien no cumpla mis órdenes lo asesino. Después de todo, desde el día 6 me he cargado a 14 y nada me importa que aumente la lista ¡Ya tengo el dedo acostumbrado!'"
"El bruto del mandarín se hizo franquear todas las habitaciones, eligiendo para su residencia y cuartel la secretaría. Estuvo en la biblioteca y mostró su admiración ante las pirámides de libros. -¿Cuántos hay?- preguntó al bedel. -Se acercan a los quinientos mil -¡Qué disparate!...Si la revolución triunfa, me llevaré unos pocos a casa. A mí me gusta leer, pero no sé leer. ¿Tienen librotes con fotografías?".
El bruto del mandarín comunicó su victoria al Comité en un parte que ha quedado: "La universidad nos pertenece. Es una posición inexpugnable. Ordené que se haga inventario de sus riquezas para que no se extravíe nada. Necesito dinamita porque ya casi no me queda nada. Salud".
"El inventario que quería resultó difícil de conseguir, porque los documentos oficiales no se encontraban. Su ira se desbordó: -Yo soy muy revolucionario, pero muy decente, ¡qué conste! Y, o se escribe el inventario que he pedido o vuela todo con dinamita."
No se reproduce aquí el inventario publicado. El artículo de Lucientes, en lo relativo a la institución, termina con palabras atribuidas al mandarín: "-Así se hacen las revoluciones honradas- dijo luego de firmar el inventario. A los dos días, el de Cabañaquinta, abatido por el cariz de la lucha callejera, decretó que desapareciese la Universidad. […]".
Otro de los señalados como culpable fue un hijo de Manuel Llaneza. El catedrático Alfredo Mendizábal se encontraba los días de la revolución en el hotel Inglés y fue prisionero de los revolucionarios: "La Universidad no solo ha sido incendiada sino volada". "Ha indicado el señor Mendizábal que el conserje de la Universidad le manifestó que el hijo del fallecido líder socialista Llaneza, antiguo alumno de aquel centro docente, fue el primero que la ocupó con una patrulla".
Un juez militar tomó declaración a Arístides y Antonio Llaneza. Este último dijo que él no participó en el incendio de la Universidad. "Tomamos parte, desde luego, en la revolución, pero fuimos siempre enemigos de lo truculento y evitamos muchos crímenes". A preguntas de los periodistas relativas a la acusación dijo: ·[…] la noticia me causó gran indignación porque ese día estaba en Grado, censurando, al enterarme, semejante proceder. -Lo que pasó- agrega -es que un hijo de un bedel, que me tiene ojeriza, me vio con un fusil y, sin duda, fue quien me achaca el incendio de la Universidad".
Hubo más detenciones: en Teverga, V. Escobar y El Casardón como participantes en el incendio. Como vemos, varios sospechosos, pero de corto recorrido porque más allá de las declaraciones, al menos por ese hecho, no fueron juzgados, pero, esto no termina aquí puesto que sí hubo un sentenciado y condenado.
Consejo de guerra celebrado el 7 de febrero de 1935 contra un alguacil de la Audiencia, Luis García (su delito no quedó en el marco de la ley de amnistía de 1934) acusado de los delitos de rebelión militar e incendio "jefe de grupo en las calles Tartiere, Mendizábal y Argüelles", "aunque él no haya sido el autor directo de los incendios [entre ellos la Universidad], le cabe toda la responsabilidad como jefe". Su defensor pedía que se le condenase por auxilio a la rebelión, pero el tribunal le condenó a pena de muerte; sin embargo, en Consejo de Ministros tuvo un indulto parcial y le fue conmutada por la de treinta años de reclusión mayor. Y aquí debería cerrarse el caso, pero, no.
Para evitar o mitigar la culpabilidad de los revolucionarios se apuntó, por parte de algunas personas, que el incendio de la Universidad fue obra directa o indirecta de la aviación gubernamental por lanzamiento de bombas o incluso ráfagas de ametralladora.
En el "Heraldo de Madrid", Criado y Romero redactó que "conoció a un estudiante de Derecho en la Residencia de los Altos del Hipódromo de Madrid: por él sabemos que el magnífico edificio ha sido destrozado por el incendio que produjo una bomba lanzada desde un avión militar". El artículo incluía también otras afirmaciones que dibujaban un escenario ajeno a la realidad y causó tal indignación en Oviedo que motivó varios telegramas de protesta dirigidos al diario. De uno de los citados telegramas, "La Voz de Asturias" publicaba su texto suscrito por 46 firmantes de diversas profesiones y rogaba al estudiante de Derecho a que pasase por la redacción "donde una persona de este periódico que vio perfectamente cómo fue incendiado el edificio de dicho centro docente, le sacará fácilmente de su error y le leerá la exacta referencia del suceso".
Sabemos que el día del incendio (Aurelio de Llano se equivoca al decir que los aviones solo hicieron fotografías), a media mañana y por orden del general Ochoa, se produjo un bombardeo, pero no sobre la plaza del Ayuntamiento (como algunos afirman) sino sobre la plaza de la República (actual Escandalera). "Las condiciones atmosféricas impidieron a la aviación continuar este servicio, obligando a la escuadrilla a retirarse antes de la caída de la tarde". Y también sabemos, por los partes de operaciones que aquellos días, que, sobre todo en el casco urbano, solo se empleaban bombas de fragmentación, no incendiarias. No hace falta entrar en las características de la secuencia explosiva de un bomba rompedora con entrada desde el exterior y detonación interior, y no hace falta porque, sencillamente, ninguna bomba cayó en la Universidad porque no hubo avión que volase sobre ella a la hora del incendio.
Los vecinos no vieron caer ninguna bomba, pero sí escucharon una o más explosiones porque, como fue expuesto en la descripción de Onieva, fue un estallido desde dentro hacia afuera. Es muy superficial sugerir una intervención aérea apuntando, como hizo algún historiador, a que "el impacto y estallido de la bomba pudo ser la explosión que oyeron los vecinos de la plazuela de Riego, que estaban refugiados en sus casas y no mirando al cielo a ver qué pasaba".
Entre quienes abrazan la posibilidad, hay voces honestas que manifestaron escuchar explosiones y ver los efectos del fuego, pero dejando claro que pensaban que podía ser un avión puesto que no vieron ninguno. Así las cosas, debe valorarse la honestidad de testimonios como el de Emilio Ojanguren quien afirmó que: "Antes de incendiarse la Universidad se oyó un ruido enorme"; estuvo presente en su atalaya particular desde la que veía el edificio universitario y, respecto a la fecha del incendio, dijo que "primero sentí un ruido enorme y luego vi cómo empezaban a extenderse las llamas por todo el edificio. A mí me dio la impresión de que un avión había tirado una bomba, pero no pude verlo".
Sería oportuno conocer la identidad de los que se dijeron testigos directos y sus relatos, sobre todo para que prevalezca la honestidad intelectual porque es, digámoslo claro, totalmente falso afirmar que la primera explosión en la Universidad coincidió con el momento en el que los aviones atravesaron la ciudad de Norte a Sur ametrallando. Las palabras de la escritora María Teresa León, esposa de Rafael Alberti ,apuntando que los aviones habían destruido calles enteras y que el incendio de la Universidad era por su culpa, tienen un valor próximo al cero. Como también tienen la misma proximidad al cero quienes afirmaron que todos los revolucionarios eran unos criminales sanguinarios, tan exagerado y falso lo de unos como lo de otros.
José María García de Tuñón Aza publicó en su web el acta del claustro ordinario de la Universidad de 17 de octubre de 1934. Entre otras afirmaciones, se realizaron las siguientes suscritas por el rector: "En la investigación que se hizo al día siguiente de restablecerse la paz, se encontraron cierres de bidones de gasolina y otros objetos que prueban cómo el incendio fue provocado. También hubo diversas explosiones que contribuyeron a la destrucción y aniquilamiento de los arcos y paredes del claustro".
Entre los escombros del edificio aparecieron dos cadáveres de revolucionarios y esto nos lleva a recordar al mandarín de Cabañaquinta que decía que no tenía problemas en matar a quien desobedeciera, ¿pudieron ser personas que se negasen a quemar la Universidad?
Quienes afirman que el incendio vino desde el cielo encuentran argumento bastante para justificar con ello la existencia de los cadáveres y en ningún momento se plantean opciones como la expuesta o la más verosímil: fueron víctimas del tiroteo que se produjo contra los guardias de asalto mientras estuvieron en el edificio del Banco Asturiano, sus cuerpos allí pudieron quedar y a resultas del incendio sufrir los efectos.
¿Quién y por qué ordenó quemar la Universidad? El incendio no formaba parte del ideario revolucionario. Hay razones que apoyan la afirmación más allá de palabras testimoniales, como las del escritor republicano José Rodríguez en un libro publicado con el seudónimo de José Canel, "Octubre rojo en Asturias, 1934", en el que reseña el respeto al histórico edificio que solicitaba a los revolucionarios. Y es que tuvo que causar espanto, indignación y tristeza a tantos y tantos obreros y mineros que abrazaron con agradecimiento y enorme interés la labor de la Extensión Universitaria que llevó la Universidad a la fábrica y la fábrica a la Universidad.
En el edificio había dinamita, mucha o poca, distribuida por más de una dependencia. Y alguien encendió la mecha, pero tuvo cooperadores necesarios y no necesariamente voluntarios; es posible que forzados por el miedo a sus líderes.
Con todo lo expuesto habrá quien mantenga que la Universidad ardió por culpa de una bomba de aviación, pese a que la persona juzgada y sentenciada a treinta años no cayó del cielo. Y también, con todo, habrá quien sostenga, como se relató en el "Diario de Madrid", que, en aquellos días, los monos del zoológico instalado en el parque de San Francisco se paseaban tranquilamente por el arbolado.
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