Ciudad secreta

Los recuerdos del Oviedo de los "mil colores grises"

El ovetense Gonzalo Rivaya acaba de publicar su primera novela, "Intrépidos artistas", ambientada en las calles de la ciudad

Gonzalo Rivaya delante del Instituto Alfonso II, donde estudió.

Gonzalo Rivaya delante del Instituto Alfonso II, donde estudió. / JER OSPINA

"Los veranos en La Mafalla (Candamo), los partidos en el viejo Tartiere con ese olor a hierba segada y faria, el galipote de San Juan de Nieva, los partidos del CAU, los días del espectador y los sábados de noche de hockey patines de La Cibeles. El San Ignacio, el Baudilio Arce, los buenos años del Alfonso II, las tantas matrículas del Derecho inacabado, la casa de los padres de Tato y el Oviedo de mil colores grises que ya no busco". Así se presenta Gonzalo Rivaya, en su novela "Intrépidos artistas". Un libro que escribió durante quince meses a lo largo de las madrugadas de los sábados y los domingos. "Despertaba a las cinco de la mañana y me puse a juntar las letras sin saber qué iba a contar. No sabía cuál iba a ser el principio ni el final". Esto pasó hace siete años y a través de las teclas de su tableta fue describiendo las calles de la capital asturiana. Sólo hace falta mirar la portada para ver el clásico cartel de Casa Lito.

Gonzalo Rivaya, con su libro entre las manos y delante del Instituto Alfonso II, donde estudió.  | JER OSPINA

Rivaya de niño con un libro entre manos. / LNE

Nunca imaginó este ovetense, nacido el 2 de mayo de 1966, que escribiría un libro. Se define como un "pésimo estudiante" y dos profesoras, llamadas ambas Marisa, marcaron una parte importante de su vida. "La primera me ayudó a formular para aprobar 2º de BUP con ‘El Blanco’, un profesor de Química del Alfonso II". También fue inspiración en su vida personal. "Con dieciocho años y unas horas me fui de casa; con dieciocho años y dos días, volví".

Los recuerdos del Oviedo de los "mil colores grises"

Rivaya en La Mafalla. / LNE

La otra Marisa fue su guía. Repitió 6º de EGB, una decisión que le cambió la vida. "Hoy, estoy aquí sentado gracias a que volví a hacer este curso; tengo los amigos que tengo porque repetí. Ya en 7º me encontré con ella y fue la primera persona que le dice que la letra ce y la ge son distintas". El empeño de ambas hizo que llegase a matricularse en Derecho. De aquella, las clases se impartían en el Edificio Histórico, un lugar al que vuelve cada poco para respirar; para tomar aire y volver al pasado. A ese Oviedo que añora, pero que es consciente que nunca volverá. "Aquella ciudad de los 40.000 comercios, las mil chimeneas, los coches aparcados al lado de la Catedral y el de casa Lito. Hubo épocas de mejores Oviedo".

Sin embargo, para todo hay un momento. Tras la mili, Rivaya trabajó con su padre. Después, emprendió. Montó una empresa con la que restauraba muebles y hacía otro tipo de chapucillas. Fueron horas, horas y horas de trabajo. Una etapa de la que destaca una anécdota que ocurrió el día de Navidad. Como un día normal se levantó, se duchó y se puso la ropa de trabajo. "En el ascensor di la vuelta; me dije a mí mismo que no iba a trabajar y me puse a ver tres películas. Fue un día maravilloso". Siempre el séptimo arte fue una de sus pasiones y cuenta con orgullo que fue uno de los mecenas para el documental "Mi vida entre las hormigas" de Ilegales.

Los recuerdos del Oviedo de los "mil colores grises"

Rivaya en Teverga. / LNE

Desde hace casi tres décadas trabaja en una "gran y buena empresa ovetense". Su trabajo ocupa su mente por la semana y las historias que surgían en el día a día le servían de inspiración para el libro que escribió los fines de semana. Hacía uno o dos capítulos al día. "Estas páginas son un homenaje a mucha gente que ya no está. Gente que se fue y tienen que entender que los echo de menos". En algunos momentos de este proceso, se emocionaba. Es lo que Rivaya llama "llorar en el sentido bueno"; una sensación que siente cuando su sobrino, ingeniero de Minas, toca el violonchelo. A más de un concierto ha ido y cuando bajaba el telón, las lágrimas recorrían las mejillas de Rivaya.

Que este libro viese la luz es gracias, en parte, a Pablo Roza. Él le puso en contacto con Ana Roza de la editorial Delallama y el 14 de marzo vio la luz. Ya va por la segunda edición. n

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