Opinión
El Campoamor, de gala: XXXII Festival de Teatro Lírico Español
La complicidad, el empaste, la belleza y la seguridad de las voces de Marina Monzó y Marko Mimica brillaron en Oviedo de la mano de la batuta de Valentin Egel con una magnífica OFIL

Marko Mimica y Marina Monzó, el sábado, durante su actuación, con el maestro Valentin Egel, en el centro, dirigiendo a la OFIL. | IRMA COLLÍN
Con las calles vestidas de fiesta por la Ascensión, el Teatro Campoamor acogió el sábado 31 de mayo una gala lírica liderada por tres jóvenes artistas, la soprano valenciana Marina Monzó, el bajo-barítono croata Marko Mimica y el director alemán Valentin Egel, éste a la batuta de la Orquesta Oviedo Filarmonía, situada el sábado en un espacio escénico "invadido" por la escenografía de "Marina" de Arrieta, que está siendo ensayada ya en el coliseo ovetense y que cerrará el ciclo lírico.
El programa, articulado en dos partes, combinó fragmentos del repertorio operístico internacional –Mozart y Bellini–, y nacional –"Marina" de Arrieta–, con números orquestales y vocales de zarzuelas de Barbieri, Chapí, Chueca, Giménez, Vives, Luna y Millán.
La gala se inició de la mano de Mozart, a través de los primeros números de "Le nozze di Figaro" (1786), con una obertura vibrante, a tempo perfecto y exquisita limpieza en las texturas. Los dúos iniciales de la ópera –"Cinque, dieci…" y "Se a caso Madama…"– de la pareja protagonista, Susanna y Figaro, y el minueto de este último, retando al Conte, –"Se vuol ballare…"– nos descubrieron la complicidad y empaste vocal entre los cantantes que, además, añadieron adecuados gestos escénicos para compartir con el público estos tres fragmentos, pues la gala careció de sobretitulación, lo único a lamentar de la noche.
Si Marina Monzó reveló desde su primera frase su seguridad y belleza sonora, su dominio técnico de la línea de canto, con estupenda proyección, y unos armónicos libres que volaban por el teatro, Marko Mimica inició el recital de forma correcta, pero algo frío, con graves débiles en el canto de Figaro, aunque siempre expresivo y con una dúctil línea vocal como Mozart exige.
A continuación, Egel confirmó su brillantez y rigor como director, con una interpretación vibrante, esplendorosa, del Intermedio de "La boda de Luis Alonso" de Gerónimo Giménez, compositor que, como tantos otros de nuestro país, debería estar en lo más alto del canon musical.
Tras Giménez llegó el vals final de "Marina", interpretado con solvencia y elegancia por una Monzó muy segura, luciendo su facilidad para las agilidades y sus sobreagudos, con el papel en voz tras haber protagonizado dicha ópera el pasado mes de octubre en el teatro de la Zarzuela de Madrid, en alternancia con Sabina Puértolas. Será esta soprano navarra quien encarne el papel protagonista de dicha ópera de Arrieta los próximos días 12 y 14 de junio en el Campoamor, como cierre a la XXXII edición del Festival de Teatro Lírico Español, en una exquisita producción dirigida en lo escénico por Bárbara Lluch y en lo musical por la batuta segura y brillante del maestro asturiano Oliver Díaz.
La primera parte de la gala se cerró con dos fragmentos de Bellini: la hermosa aria del feudal conde Rodolfo en "La Sonnambula" "Vi ravisso…", con sus partes –cavatina y cabaletta– que Mimica defendió con belleza, contando siempre con la complicidad de una orquesta que sabe acompañar a la voz, guiada por un espléndido concertador, como demostró serlo el maestro Egel. Y, el dúo de "I Puritani", "O amato zio…", con una Monzó segura y brillante, bien secundada por Mimico, que nos condujo al descanso.
La segunda parte de la gala estaba reservada íntegramente al repertorio español de zarzuela, como corresponde a un espectáculo que forma parte del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo. Dos fragmentos orquestales, los preludios de "La Revoltosa" (1897) y "El Bateo" (1901), confirmaron de nuevo la solidez de Valentin Egel dirigiendo una música, ajena, en este caso, a su memoria afectiva, que interpreta, sin embargo, con pasión, impulso –¡cuánto se echa de menos en tantos directores ese impulso de la pasión que debe guiar cada interpretación musical!– e inteligencia, logrando así versiones brillantes. El director respetó de forma encomiable el texto musical, un rasgo característico del rigor musical germánico, consiguiendo excelentes versiones de los dos preludios, dos obras maestras.
Mimico y Monzó interpretaron, además, dos fragmentos a solo, la "Canción de Manacor" de "El niño judío" (1918) y la romanza de Marietta en "La Dogaresa" (1920), "Ya muerto está mi amor". Las dos piezas, no demasiado frecuentes en los programas actuales, gozaron de interpretaciones de gran belleza. Mimico ganó muchos quilates como bajo-barítono en su versión de la canción de Pablo Luna, con un sonido vocal liberado y noble, y una perfecta dicción del texto castellano propiciado, sin duda, al compartir el croata y el español el sonido de las cinco vocales, las formantes del canto. Monzó, por su parte, defendió con rotundidad una romanza a ritmo de seguidilla-barcarola, pensada, sin duda, para la voz de Luisa Vela, quien la estrenó en el Teatro Tívoli de Barcelona en 1920, con motivos que hoy resultan excesivamente graves para las sopranos.
Dos dúos completaron el programa; "Niégame que es tu amante…", entre Pascual y Marina, del acto primero de la ópera de Arrieta, recuperó el buen empaste de las dos voces, con una Marina Monzó segura, afinada y elegante, en un papel que domina a la perfección. Mimica mostró de nuevo su perfecta adecuación al canto en castellano, interpretando con solvencia el fragmento de Pascual, un papel cuya tesitura resulta perfecta para su voz. El dúo del segundo acto de "Jugar con fuego" (1851), "Por temor a otra imprudencia…" cerró el programa. La partitura de Barbieri, con una clara impronta donizettiana, fue perfectamente interpretada por Monzó y Mimica, que de nuevo acompañaron el canto con cierta gestualidad para transmitir este "dúo de la carta" entre Leonor y el bufo Marqués de Caravaca. El maestro Egel mostró de nuevo lo que un buen director sabe y debe hacer: seguir a los cantantes, darles espacio, tiempo para cada palabra, sostenerlos, no sofocarlos… En resumen, concertar, un verbo que muchos directores no saben conjugar.
Como respuesta a los aplausos de un público que pudo disfrutar de un recital de gan calidad, una hermosa propina, "Todas las mañanitas…", la habanera de "Don Gil de Alcalá" que tantas veces ha sonado en el Campoamor en este Festival de Teatro Lírico Español, con Monzó, Mimica y el público cantando juntos.
¡Bravo por los cantantes, bravo por el director, y bravo por la OFIL, la orquesta que, desde el foso o sobre el escenario, como sucedió en esta gala, sabe hacer música lírica y brilla en el repertorio español que lleva tantos años interpretando! Espero que podamos disfrutar de sus voces y de este magnífico concertador en futuras ocasiones, pues estos jóvenes ya han alcanzado la excelencia. Y, bravo, también, por el Festival de Teatro Lírico Español que disfrutamos en el teatro Campoamor, único en España y en el mundo, que debemos mantener y acrecentar, por su valor en sí y su capacidad de transmitir este legado cultural a las siguientes generaciones. n
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