Oviedo, a pie de calle (Teatinos VII)

El Milán es Oviedo

La historia de José Pasarín, el gallego más carbayón, que lloró con el ascenso en Cádiz y vio cómo las huertas dejaron paso a los universitarios en el barrio

El Milán es Oviedo

El Milán es Oviedo

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Yo vi a José Pasarín llorar cuando el Oviedo logró el ascenso a Segunda frente al Cádiz. Abrazado a su hija Sonia, los dos a lágrima viva. Porque ellos habían acompañado a los azules en aquella diáspora lamentable que vivieron por el fútbol semi profesional. Los campos de barro. Les vi llorar porque les dolía la alegría, cicatrizaba el orgullo. Y cuidado, que hay que ver al paisano, no es cualquier cosa. Grande como una montaña. Rasgos de hombrón, piel curtida, cuerpo de haber trabajado toda la vida en la construcción, manos como raquetas de tenis. Pero si te fijas bien, no tardas en verle la cara de bueno y la sonrisa de disfrutón. El corazón limpio.

Pasarín (Fonsagrada, Lugo, 1952) nunca ha renunciado a sus raíces gallegas, pero es difícil encontrar en esta ciudad a nadie más asturiano y más carbayón que él. Decidió venir a vivir a Oviedo cuando estaba terminando el servicio militar, a principios de los setenta, porque la vida en su aldea era muy dura. Quedó huérfano muy joven. Allí ni siquiera llegaba el suministro eléctrico. Incluso para algo tan sencillo como ver el partido de los sábados por televisión, tenía que hacer catorce kilómetros andando. Aquí ya estaban viviendo siete hermanos de su madre. "Primero vino uno, ese trajo a otro, luego a otro..." La decisión parecía lógica. No le iba a faltar techo ni ayuda para empezar, aun sin un oficio definido. Sólo iba a necesitar ganas de trabajar. Pues bien: toda esa parentela, sin excepción, se había acomodado en Teatinos. Y ahí se asentó también Jose, claro.

"Allí fue donde primero viví", me dice señalando una esquina muy guapa entre Bermúdez de Castro y la calle México. "Y el edificio de enfrente, la primera obra en la que trabajé". Los recuerdos se le amontonan. Calles sin asfaltar, baches, manzanas enteras por construir, que eran terrenos, descampados, naves, casas bajas que han desaparecido. El matadero, donde se celebraba la Ascensión. Tantos chigres que ya no existen, el Wences, los callos de Casa El Rubio. La casa de Conchita la chatarrera. Luego lo que sí existía, las colonias del ejército, en la fábrica de armas. A Jose le tocó trabajar mucho en toda aquella expansión que hoy es barrio. Tantos tramos de calle, que hoy tenemos asimilados y normalizados, que no se habían abierto todavía. Pasamos por las torres de Cajastur. "La idea era hacer todo rascacielos", digo. "Pero cambió el plan urbanístico", me contesta.

De recién casado fue la única vez que Jose no vivió en Teatinos. Tuvo que pasar un tiempo en casa de sus suegros, en los Pilares. La familia de July era de ferroviarios. Estuvieron allí hasta que los ahorros les permitieron pensar en comprar un piso. Vieron uno que les encantaba, en la Monxina. Pero apareció la oportunidad de Fernández Ladreda. ¿Qué le hizo decidirse? "El Milán es Oviedo, estás en la ciudad. Y eso que en toda su manzana sólo había tres edificios construidos. El resto eran huertas". Le compraban los huevos a uno, las lechugas a otro. Les despertaba el toque de corneta del cuartel, escuchaban la sirena de la fábrica de armas. Le pregunto: ¿No os daba curiosidad lo que pasaba dentro de los muros de la fábrica? "Claro que nos daba curiosidad. Y conocíamos a mucha gente que trabajaba allí, pero contaban poco". El piso lo compró a tocateja, con la ayuda de un hermano que vivía en Suiza, porque los tipos de interés estaban al 19%. Eso ya fue en el 83. Poco después ya marcharon los militares, se levantó el campus universitario y el barrio se fue redondeando tal y como lo conocemos. Ahí es donde mis recuerdos entroncan con los suyos. "Ya no era tanto Teatinos, ahora todos nos conocen como el Milán". Surgió esa nueva hostelería estudiantil. El Trece, el Chaflán, el Kyn. Le cuento cuando yo rondaba a una moza de la zona, le enseño donde vivía. "Mucho piqué yo a ese telefonillo, de aquella no existían los móviles", le digo, y se parte de risa.

Jose sabe que ha cambiado el barrio, pero a él lo que le cambió la vida fue la jubilación y su nieto Mateo "Los hijos dicen que le contemplo más a él que lo que nunca les contemplé a ellos. Pero es que de aquella lo que tocaba era trabajar. Toda la semana fuera de casa, y hasta los fines de semana haciendo chollos. Ahora tengo todo el tiempo del mundo". Ya no tiene que hacer catorce kilómetros caminando para ver el fútbol, ahora sólo tiene que bajar al chigre. O ir al Tartiere, ahí nunca falla. Como le quiero bien, espero verle allí dentro de muy pocos días llorando de nuevo. Con el Oviedo en Primera, abrazado a su hija, cantando el "Volveremos". n

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