Los últimos cachis del bar de pueblo plantado en medio de Oviedo: "Me despido orgulloso, nunca creí que haría tantos amigos"
Joaquín Morán se jubilarse tras 45 años de barra en Casa Cundo, en la calle San Vicente

Joaquín Morán posa detrás de la barra de Casa Cundo. / L. B.
"Esto es como un bar de pueblo, pero en el medio de la capital de Asturias". Así describe Joaquín Morán a Casa Cundo, el bar de la calle San Vicente fundado por su suegro en 1970, del que cogió las riendas una década después junto a su mujer, Ana, y su cuñada María José, iniciando una trayectoria profesional tras la barra que llegará a su fin el próximo jueves o viernes. "Me despido orgulloso, nunca creí que haría tantos amigos", afirma un hostelero que en los años dorados de la Facultad de Filosofía y Letras en el Antiguo antes de su traslado al Milán, llegó a vender cientos de pinchos diarios y en los años fuertes de la movida no daba abasto a despachar calimochos, cachis de cerveza, y las últimas copas de los que subían de los bares de Martínez Vigil.

Una tertulia del bar en 2003. / LNE
Morán es carbayón desde la cuna, aunque sus padres eran originarios de Los Oteros, una localidad leonesa próxima a Valencia de Don Juan. Fue al colegio a La Corredoria, hizo Formación Profesional en el Masaveu, obteniendo la oficialía y maestría industrial, e incluso llegó a matricularse para cursar Ingeniería Industrial, pero su vida dio un vuelco en 1981. Solo unos meses después de volver de la mili en Alicante, donde vivió de cerca el ruido de sables del golpe de Tejero con los soldados y los tanques listos para salir a las calles, el destino le llevó a saltar detrás de la barra.
Fue entonces cuando tuvo que acostumbrarse a que le cambiaran el nombre. "Todavía es el día de hoy que algunos me llaman Cundo y yo respondo sin corregirles", relata el hostelero que al coger las riendas del negocio heredó el diminutivo del padre de su mujer, retirado prematuramente por cuestiones de salud.
En un primer momento se planteó darle un giro al negocio, pero los clientes no estaban por la labor y, como se suele decir, el cliente siempre tiene la razón. "Me ahorré la reforma y el bar funcionó igual. Por suerte, nunca nos fue mal, aunque tampoco nos fue siempre muy bien", resume sobre estos 44 años de barra en un inmueble compartido con la vivienda familiar.

Joaquín (a la derecha), jugando a las cartas con unos clientes y amigos. / LNE
A juicio de su titular, el éxito del bar de la calle San Vicente radica en su esencia. Su mobiliario original, con barra vintage, unido al ambiente familiar y la singular terraza en altura, pegada a la muralla medieval, con vistas a las calles Jovellanos y Azcárraga, son una conjunción perfecta para disfrutar tranquilamente del corazón de la capital.
Esa propuesta fue la que conquistó a generaciones y generaciones de chavales. En una primera etapa el Bar Cundo vivía de los universitarios y mucho académico ilustre. "Alarcos, Caso, Narciso (el de Geografía) o Luis Floriano son algunos de los muchos catedráticos a los que les encantaba venir", señala el hostelero.
Cuando la Facultad se fue al Milán y la calle se peatonalizó, las noches empezaron a mandar. "Llegó la movida, pero la diferencia es que aquí lo hizo con respeto", apunta Morán, asegurando que, a diferencia de otros locales, sus clientes jamás tiraban cosas al suelo, nunca hubo peleas reseñables y, en caso de accidente, respondían. "La gente alucina porque aquí al que le caía algo sabía dónde tenía que ir a por la fregona", indica, subrayando las peculiaridades de su reinado tras la barra. "Cuando daba el bocinazo para cerrar, todos sabían qué hacer, como todos mis clientes saben que jamás sirvo en la terraza. El que me espera en la terraza es que no es cliente del Cundo", indica con humor.

Una imagen antigua del bar. / LNE
Joaquín afirma no tener capacidad para recordar a todos los clientes a los que está agradecido. No olvida a grupos como el de Las Gemelas, fieles desde hace décadas, a "los de Vallina", Mariano el del Campoamor, Simón o Edu. Tampoco sus amigos del póker y el mus. Chus, Pepín, Triqui, Úrculo o a los leoneses Javi e Iñaki, así como a los ya fallecidos: Tito Jorge o Javi Espina. De estas tertulias salió la peña con la que cada año hace un viaje a León para comer lechazo y a la que ahora dedicará más tiempo.
La jubilación le permitirá también volcarse con su madre, Florencia, de 93 años y a la que visita siempre que puede en la avenida del Mar, su mujer, su hijo, Adrián, y sus tres nietos y ojitos derechos: Naia, Thiago y Hada, de 14, 9 y año y medio, respectivamente.
Morán no para estos días de recibir visitas y pequeños homenajes de clientes de ayer, hoy y siempre. Afirma despedirse con cierta morriña, aunque el cuerpo ya le pide parar como hasta ahora hacía los domingos. A falta de relevo, ya escucha ofertas para vender el establecimiento, que en unos días baja la persiana. Llegue o no ese momento, el Cundo perdurará eternamente, al igual que su histórico titular, en la memoria de sus más incondicionales.
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