Romeo y Julieta, amor rendido: noche memorable que conquista al Campoamor
La soprano venezolana Génesis Moreno y el jerezano Ismael Jordi llevan la obra de Gounod a lo más alto, aupados por la dirección de Audrey Saint-Gil con la OFIL

Ismael Jordi y Génesis Moreno, como Romeo y Julieta, en la producción de Oviedo y Bilbao. / Iván Martínez

Cayó la lápida en el sepulcro de Romeo y Julieta y quedó sellada una noche memorable en el Campoamor que dejará ligada en la memoria de los aficionados el debut en Oviedo de la soprano venezolana Génesis Moreno en el papel protagonista de la ópera de Gounod. Su virtuosismo vocal y sus capacidades expresivas la convirtieron en la gran triunfadora de la noche, sin desmerecer a su pareja. El jerezano Ismael Jordi fue un Romeo a la altura de Génesis y los dos pudieron elevar aún más su interpretación sobre el brillante trabajo de la francesa Audrey Saint-Gil con Oviedo Filarmonía.
Ese trío convirtió la producción de "Roméo et Juliette" de las Óperas de Oviedo y Bilbao en tres horas estremecedoras y brillantes. Así lo entendió el público desde casi el inicio de la representación. La aparición de Génesis Moreno ya proyectó desde el principio a todo el Campoamor la luz que llevaba dentro la soprano y que no se apagaría en toda la noche. Lo hizo con el gozoso y adolescente "Je veux vivre", interpretado con sonrisa y maravilla y replicado desde las butacas con una ovación.
Transportados ya a las escenas de balcón, y con la pareja ya inmersa en su romance de arrebatador amor a primera vista, Ismael Jordi recibió también el respaldo de la audiencia cuando entonó un sincero, inspirado y emocionante "Leve toi soleil".

Público, ayer, en el Campoamor, antes del inicio de la función de "Roméo et Juliette". / Irma Collín
La propuesta escénica evitó los riesgos. Trajes de época para situar la acción en la trama shakespeariana que sustenta el libreto original de la ópera francesa y una paleta cromática para el coro Intermezzo que evita los contrastes extremos entre los Montaigu y los Capulet y resuelve con matices, en un tono sombrío que preside el espacio y anticipa la fatalidad desde el comienzo.
La otra solución pasa por una escena despejada en la que un único elemento, un gran cubo funciona como elemento de presión social, balcón, catacumba y sepulcro. De belleza muy plástica y efectiva en el trágico final hubo instantes más inciertos, como cuando elevó unos metros y columpió a los amantes mientras cantaban la deliciosa "Nuit d’Hyménée!".
A esos mimbres se sumaron unas proyecciones que funcionaron como únicas licencias decorativas, más efectivas cuando jugaban con la generación de tonos sólidos apoyando la rivalidad entre familias y el fatal destino de un amor nacido del odio y quizá algo desconcertantes en el juego de elementos arquitectónicos desplazados y extrañados.
Con un elenco que encontró el tono y la presencia sin excepciones, merece la pena destacar a Olga Syniakova como Stéphano, el paje de Romeo, querida e igualmente ovacionada por el público.
En esa segunda parte que lleva al drama a la única dirección posible y precipita de forma frenética y con una música deliciosa el final de Romeo y Julieta, Génesis Moreno volvió a rendir al público con el aria "Dieu! quel frisson", justo antes de la boda fallida con Paris, donde el trabajo coreográfico volvió a funcionar muy bien.
El final de todos conocido, la muerte de los amantes, los lamentos de Romeo y Julieta ante un destino fatal al que no han logrado escapar guió en un trabajo de diálogo, dúo muy bien inspirado, a la soprano venezolana y el tenor jerezano. Hizo efecto el veneno, se clavó ella el puñal, cayó la lápida y bajo los poderosos acordes finales Moreno y Jordi sellaron una noche memorable en el teatro Campoamor. Eso también es la eternidad.
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