Oviedo llora a "Rosina", la sonrisa eterna del Fontán que no se quería jubilar: "Deberían de poner algo en la plaza como recuerdo"
La histórica kiosquera de la plaza carbayona fallece a los 89 años, a causa de una grave enfermedad: "Si llovía, ponía un toldo y, si nevaba, ahí estaba"

Rosa García Busto, al frente de su kiosco en el Fontán, en 2020. / IRMA COLLIN
El Fontán llora por una de sus comerciantes más carismáticas. El motivo es el fallecimiento este jueves, a los 89 años, de Rosa García Busto, conocida por todos como «Rosina», la que durante 66 años fue una presencia constante en la emblemática plaza carbayona al frente de su kiosco de prensa y revistas. Se había retirado oficiosamente en 2020 (entonces llevaba unos años ayudando como jubilada a su hijo), tras más de medio siglo de madrugones y conversaciones con vecinos y clientes. «Sin ella, el mercado ya no es el mismo», comentaban ayer varios clientes habituales.
Natural de Cudillero, «pixueta de abajo, de los de verdad», como solía decir con orgullo, Rosa se instaló en Oviedo siendo apenas una muchacha. Con 18 años, compró su primer kiosco por mil pesetas «a un chaval» y lo colocó a las puertas del mercado cubierto. A partir de entonces, su vida quedó ligada para siempre al barrio. Primero con un pequeño puesto desmontable, luego con una furgoneta adaptada al negocio, y finalmente con el kiosco fijo de concesión municipal que ocupó los últimos 25 años junto a la puerta de las antiguas escuelas del Fontán.
«Era muy trabajadora, estaba a las cinco de la mañana todos los días en el Fontán y a las cuatro y media ya me llevaba a mí el desayuno a la cama», recordaba ayer, emocionada, su hija menor, Ana Solís. «No concebía la vida sin su kiosco ni sin la gente de la plaza. El Fontán era su casa».
Su kiosco fue durante décadas punto de encuentro de ovetenses y visitantes. Los domingos, recuerda la familia, «la cola llegaba hasta la calle Fierro» y vendía más de quinientos ejemplares de LA NUEVA ESPAÑA. Entre periódico y revista, Rosa repartía también conversación y sonrisas. «Si llovía, ponía toldos; si nevaba, ahí estaba», rememora Elena Pando, amiga «de toda la vida». «El Fontán ya no es el Fontán desde que no estaba ella. Deberían ponerle algo en su recuerdo».
A lo largo de más de seis décadas de trabajo, Rosa vivió los cambios del barrio, las obras, los nuevos tiempos y también algún disgusto, como los pequeños robos sufridos durante los años más movidos de la zona. Pero nada la apartó de su rutina. «Nunca me cansaba», solía decir. Incluso ya jubilada, acudía cada mañana al Fontán para acompañar a su hijo varón Emilio (fallecido hace un año) en el kiosco o charlar con los vecinos en el bar familiar regentado también por él. «No sabía estarse en casa», cuentan quienes la trataban a diario.
Falleció tras una larga enfermedad que se agravó en el último año, rodeada del cariño de los suyos. Deja tres hijas, María Rosa, Lilianne y Ana Solís, además de sus nietos Iris y Hugo, y a sus queridas mascotas «Rocco», «Xena», «Nana» y «Hetty», por las que sentía una gran devoción. «Se preocupaba mucho por los perrinos», indica su hija Ana.
Su funeral se celebró este sábado, a las seis de la tarde, en la iglesia de San Francisco de Asís, en la antigua plaza de la Gesta (hoy plaza del Fresno) donde familiares, amigos y antiguos parroquianos quisieron rendir homenaje a esta vecina de la calle González Besada que simbolizó como pocas el espíritu trabajador y amable del Fontán. «Era mundial», coinciden quienes la conocieron.
Con ella se marcha una parte de la memoria viva del Fontán. Quienes la conocieron aseguran que, desde que cerró su kiosco, «el mercado ya no volvió a ser el mismo». Hoy, su figura queda unida para siempre a la historia de Oviedo, al recuerdo de esas mañanas frías en las que Rosina abría su puesto cuando aún no había salido el sol. n
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