El prestigioso neurólogo en Estados Unidos que quiso "ser quinqui del Vallobín" y el eurodiputado que convivió "con la heroína"
El científico y escritor Juan Fueyo y el economista Jonás Fernández se criaron con dos décadas de diferencia en el barrio del oeste ovetense

«Las Prefa», los aularios instalados junto a la iglesia de San Pedro de los Arcos que iban a ser provisionales pero funcionaron más de una década, para atender a la abundante población infantil de Vallobín y Ciudad Naranco / LNE
Hubo un tiempo cuando las escuelas de Vallobín estaban en los bajos de portales de las calles Maximiliano Arboleya, Francisco Cambó y Escultor Laviada o en «las Prefa» del parque de San Pedro de los Arcos. Era tanta la chiquillería del «baby boom» que el colegio levantado junto al cementerio parroquial, o todavía no estaba ni en planos o, no daba abasto y las familias tenían que recurrir a escuelas con precios de barrio. Uno de los críos de aquel primer Vallobín fue Juan Fueyo Margareto (Oviedo, 1957), el neurólogo y científico del Centro Oncológico MD Anderson de la Universidad de Houston (Texas) y escritor, que recuerda con todo lujo de detalles las peripecias en aquellas improvisadas aulas. Con dos décadas de por medio, el «bautismo» escolar del eurodiputado Jonás Fernández, también de Vallobín, ya resultó muy distinto: «cruzaba Oviedo para estudiar en los Dominicos».
«El Vallobín es lo que queda cuando todos los intentos de escapar de allí fracasan. No es verdad que la infancia sea la verdadera patria, como pensaba Rilke. El Vallobín nunca fue una patria para mí, siempre fue una zona de guerra; de hecho, en casa, mi madre llamaba a los bloques de la Renfe, Corea, por el conflicto bélico que terminó pocos años antes de que yo naciese en una de esas casas, en la calle Víctor Hevia», relata Juan Fueyo a LA NUEVA ESPAÑA. «Comencé a ir al Colegio García con la edad mínima legal, que debían ser los cuatro ó cinco años», comenta Fueyo de un tiempo donde las lecciones en aquellas escuelas se impartían «a niños y muchachos de diferentes edades, todos juntos». Eran otros tiempos y abundaban los castigos que los padres «solían no ya apoyar sino aplaudir con comentarios tales como ‘si se porta mal, dele, y luego me lo dice para que yo le dé más en casa’. Así que a los niños se les pegaba mucho y bien, y siempre con las mejores intenciones. En cualquier caso a mí me gustaban las lecciones y allí comencé mi vida de intelectual», confiesa el investigador y escritor.
En otra de aquellas escuelas de barrio, alumnos de cursos distintos aprendieron juntos el abecedario, el manejo del diccionario y el significado de las palabras, divididos en dos equipos, que se disputaban ser los primeros en localizar el vocablo y leer en alto, para todos, su definición. Uno de los momentos «notable» del curso era mayo. Las lecciones y los castigos por no saberlas lecciones cedían cuota de la jornada escolar a «recomendaciones para que nos quisiéramos más, quisiéramos más a nuestras madres y cantásemos `con flores a María, que madre nuestra es», cuenta Fueyo Margareto, que jugó en más de una obra «saltando sobre montones de arena», mientras oía a otros compañeros de juegos «hablar de asaltos a chalés». Tantas historias de aquellas escuchó que «yo ya había aceptado de buen grado que sería un ilegal», revela. «Yo quería ser como ellos, pero a mi padre lo trasladaron a Castilla y viví dos años fuera del barrio, sin echarlo demasiado de menos. Luego regresamos a Oviedo, pero no al Vallobín. Nunca he vuelto a pisarlo», describe Fueyo Margareto que, no obstante, reconoce una cierta influencia: «De todos modos, el Vallobín me acompaña, la gente se daba cuenta de eso, tenía expresiones barriobajeras sino puchaba directamente caliente y caminaba balanceando el cuerpo como un macarrilla. A mí cuando me preguntan qué quería ser de niño, contesto que en el Vallobín quería ser quinqui, pero que tuve mala suerte».
De Padre Aller a Bruselas
Con 22 años de diferencia, Jonás Fernández (Oviedo, 1979) correteó por las calles de un «Vallobas» ya netamente urbano. «Me crié entre el edificio de la Sindical, donde vivía mi abuela paterna y mi casa en Padre Aller. En la Sindical convivíamos con la heroína y los toxicómanos, hasta que mi abuela y sus vecinas iniciaron las rondas de control en el vecindario para echar de allí a los que traficaban con sus perros dóberman», describe el economista y eurodiputado, al que no es nada raro ver por las calles de Vallobín en la actualidad cuando encuentra un hueco en su intensa agenda entre Bruselas y Estrasburgo. «El actual centro de salud no existía y en aquellos praos jugábamos al fútbol, como en la trinchera que cubrió las vías del tren, al inicio de La Argañosa. Las viviendas de los ferroviarios marcaban el centro del barrio y años más tarde me di cuenta cuenta de que las librerías-zapaterías eran una particularidad de Vallobín». En aquellos comercios tan sui generis Jonás Fernández compraba el material escolar con el que atravesaba la ciudad a diario para ir de su casa al colegio de los Dominicos. Era cuando «La Florida ni se imaginaba entonces y por aquellas carreteras, hoy calles y avenidas, íbamos en bici los fines de semana».
Diez años antes, Celso Rodríguez Friera también salía de Vallobín para ir a clase, pero iba bastante más cerca, a «las Prefa» del Parque Infantil, los barracones escolares instalados en un San Pedro de los Arcos que tenía más charcos y barro que parque: «Empecé en ‘las Prefa’ en primero de EGB y acabé en octavo. Lo que iba a ser provisional, resultó definitivo», explica. Todavía pasaron unos cuantos años hasta la construcción del colegio público Parque Infantil, bastante más arriba, en la carretera del Naranco.
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