“Una procesión en la catedral de Oviedo” de Genaro Pérez Villaamil (1837). Museo de Bellas Artes de Asturias

La visión romántica de la Catedral

Genaro Pérez Villaamil, el gran maestro del paisajismo romántico en España, dedicó a la “Sancta Ovetensis” un cuadro monumental, “Una procesión en la Catedral de Oviedo” (1837), en el que los volúmenes del edificio se ven alterados en la búsqueda de un mayor impacto en el espectador. El cuadro fue donado al Museo de Bellas Artes de Asturias por el empresario astur-mexicano Plácido Arango.

“Carnavalada de Oviedo”, de Evaristo Valle (1928). Museo de Bellas Artes de Asturias

El icono urbano filtrado por el pincel de Evaristo Valle

Las carnavaladas son una de las vetas temáticas más fructíferas en la obra del artista gijonés Evaristo Valle. Su “Carnavalada de Oviedo”, fechada en 1928, responde fielmente a los cánones de su obra y muestra a un grupo de personales con vestimenta de “antroxu” a las afueras de una ciudad. Que este núcleo es Oviedo se identifica principalmente por dos elementos: los montes del fondo, que si bien deberían representar el Naranco se muestran distorsionados por la inconfundible silueta de la Sierra del Aramo, y la torre de la Catedral de Oviedo, el icono urbano por excelencia de la ciudad, que descuella entre las viviendas, destilando toda la personalidad y la fuerza de la estructura catedralicia. El cuadro se custodia en el Museo de Bellas Artes de Asturias, uno de los fondos más rico es en lo que es la obra de Evaristo Valle, que lo conserva en depósito del Ayuntamiento de Oviedo.

“Oviedo en ruinas”, de Joaquín Vaquero Palacios (hacia 1942). Museo de Bellas Artes de Asturias

El emblema de la destrucción provocada por la Guerra Civil

La Revolución del 34 y la Guerra Civil causaron importantes destrozos en la Catedral de Oviedo, convertida al final de la contienda en el smbolo del doble sufrimiento que había padecido Oviedo. Joaquín Vaquero Palacios mostró la ruina de su ciudad en un cuadro fechado hacia 1942, en el que de nuevo la torre de la Catedral se muestra como una figura icónica, emblemática, de la urbe, dentro de una vertiginosa composición que no rehúye, sin embargo, una orientación vanguardista.

 Museo de Bellas Artes de Asturias

Museo de Bellas Artes de Asturias “La torre de la Catedral y el Hospital de San Juan” de Charles Clifford (1854)

La torre, en el objetivo de los pioneros de la fotografía

El fotógrafo británico Charles Clifford pasó por Oviedo en 1854, cuando realizó fotografías emblemáticas a los monumentos prerrománicos y también tomó dos hermosas imágenes de la Catedral de Oviedo. Entre ellas, es especialmente relevante la que muestra en primer término el desaparecido hospital de San Juan, un edificio que en aquel momento, y desde que desde 1849, albergaba el Colegio-Casa Pensión de Segunda Enseñanza de San Juan. El Museo de Bellas Artes de Asturias conserva, en sus colecciones, esta y otras fotografías de Charles Clifford.

La letra catedralicia: del Romanticismo a la novela social pasando por “Clarín”

A la torre de la Catedral (fragmento)

Ceferino Suárez Bravo | 1860

Deja ¡oh torre gentil! hervir furiosa a aleve impulso la locura humana. Instable es el error. La luz hermosa del sol, disipa la tiniebla insana. Lo que hoy la moda ensalza clamorosa tal vez arrastra con furor mañana; sólo inmóvil del tiempo a los vaivenes vive eterna la cruz que alta mantienes. En este signo vencerás: no en vano sobre tu aguja excelsa tiene asiento, montañas dominando y fértil llano donde toda opresión halló escarmiento. Quizá bajo su amparo soberana al nuevo azote espera fin cruento en esos campos de eternal memoria dispuestos siempre a fatigar la historia

La Regenta

Leopoldo Alas, “Clarín”, 1884

Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar —2→ zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica. La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.

Soy de Oviedo

A la torre de la Catedral

Gerardo Diego, 1938

Nunca supe lo que es miedo. Soy de Oviedo. Aunque me veis sin diadema y mútil mi flanco enhiesto, no supo arrancarme el gesto esta metralla blasfema. Ya mi estatura es emblema. No quiero morir. No puedo. Soy de Oviedo. Porque el general Aranda me dijo: «quieto», aquí estoy, que si me ordenara: «anda», le respondiera: «allá voy». Y echara a andar por la banda pasos de piedra y denuedo. Soy de Oviedo.

Nosotros los Rivero (dos fragmentos)

Dolores Medio. 1953

Para evitar que el sueño la invadiese, levantó la cabeza y fijó su atención en la imagen de San Salvador, colocada al final de la nave, junto a las gradas del presbiterio. Tia Mag decía que cuando se le cayese de la mano aquella bola que sostenía, se acabaría el mundo. Pero nada tenía la niña que temer: su mano la sostenía con firmeza La Catedral de Oviedo tiene, sobre la frescura honda de los demás templos góticos, la humedad de una catacumba. Una humedad milenaria, agarrada a las columnas y a las bóvedas como una hiedra invisible. Las grandes baldosas blancas y negras que pavimentan su suelo producen, con frecuencia, la sensación de estar recién lavadas.