Rescate de un tesoro del patrimonio cultural regional

El hórreo que resurgió de sus cenizas: la restauración de las joyas etnográficas del parque de La Cabornia

El maestro horrero Miguel Ángel Arenales ha recuperado, conservando en gran medida las piezas originales, la más señera de ellas, calcinada en el año 2019

Los vecinos admiran el resultado de un trabajo que han seguido durante semanas

Miguel Ángel Arenales, en La Cabornia, junto al hórreo que ha rehabilitado y, al fondo, los otros dos. | FERNANDO RODRÍGUEZ

Miguel Ángel Arenales, en La Cabornia, junto al hórreo que ha rehabilitado y, al fondo, los otros dos. | FERNANDO RODRÍGUEZ

Cuando el artesano de la madera Miguel Ángel Arenales llegó el año pasado al parque de La Cabornia, en La Corredoria, para evaluar el estado del hórreo que el Ayuntamiento de Oviedo le había encargado restaurar, el primer pensamiento que le vino a la cabeza es que estaba hecho una "ruina". El devenir del tiempo, arreglos deficientes y actos vandálicos habían pasado una abultada factura a la construcción. A final de 2024, la edificación resurgió, gracias a la fina mano del carpintero y de su equipo, como el ave fénix de sus cenizas; porque también sufrió un incendio en 2019. El parque cuenta con otros dos hórreos, pero el rehabilitado por el carpintero es la joya de la corona del espacio. Vecinos y visitantes ya lo disfrutan y se hacen fotos junto a él. "Ha sido un proceso muy laborioso, pero el resultado es muy satisfactorio", declara el maestro horrero y miembro de la Asociación del Hórreo Asturiano, que posa, con orgullo, pero con humildad, junto al resultado de su trabajo. Uno que, si no hay sorpresas, "aguantará 70 años" hasta que la construcción precise de otra puesta a punto.

El factor que decidió el hórreo fue, principalmente, el incendio que sufrió hace cinco años. El diagnóstico inicial del estado de salud de la construcción era claro: había que desmontarlo entero. El artesano y sus dos trabajadores acostumbran a encontrarse ante hórreos muy deteriorados y no hubo "susto", así que se echaron al toro. "Son como un puzle, que se desmonta y se monta", dice el trabajador al frente de la reparación que, en el caso de los dos hórreos restantes del parque, recayó en la contrata municipal de mantenimiento.

La construcción, trasladada a su ubicación actual hace unos años, en "pack" con las otras dos, desde la plaza del Conceyín, resultó gravemente damnificada en su cara sur. Las llamas calcinaron las colondras –tablones que forman las paredes– y la balaustrada. "Había una gran costra de hollín incrustada que tuvimos que retirar", explica el artesano, cuya empresa, Carpintería Miguel Ángel, radica en Siero. El residuo se hallaba tanto por fuera como por dentro del habitáculo.

Colapso

El fuego también afectó a la estructura de la construcción, concretamente a una de los trabes o travesaños que soportan el granero entre pegoyo y pegoyo. El peso excesivo que tenía que soportar el alero por el cemento usado en anteriores obras hizo que colapsase y estaba apuntalado por dos sitios diferentes. Los hórreos tienen cuatro de estas piezas, colocadas en cuadrilátero: dos en contacto directo con las tazas, pieza sobre las muelas y los pegoyos, y dos por encima, que reposan sobre los primeros. Era inferior, así que hubo de extraer los superiores y el sobigañu, la viga que atraviesa el suelo en su diámetro, para acceder a él. O lo que es lo mismo, desmontar todo el hórreo.

No todo fueron adversidades. Gran parte de los materiales originales de la joya etnográfica se pudieron rescatar. Por ejemplo, solo hubo que cambiar diecisiete de las 108 columnillas de la balaustrada. "Las que tienen la base más oscura son originales", señala, in situ, el artesano, que atribuye la distinta pigmentación de las barras a la edad de la madera, "curada" con los años y que absorbe de manera diferente la capa de lasur color nogal que se le dio como protección. También la mitad de los tablones que forman el suelo de la cámara sobrevivieron. El 50% de la cubierta se pudo aprovechar, pero obligó a Arenales a buscar "teja vieja" para que el conjunto no desentonase. "Mientras no entre agua por la cubierta, un hórreo es eterno", sentencia el artífice de la obra. Aquello que no pudo salvarse se sustituyó con madera de castaño, como es el caso del techo, todo nuevo; y la puerta, quemada en el incendio, que Arenales ha rematado con dieciocho clavos elaborados en su fragua.

Felicitación

El culmen de los trabajos, según comenta, ha recibido la enhorabuena del consistorio, que ha invertido 20.000 euros en el arreglo. No ha sido la única felicitación, ya que también tiene el beneplácito popular, el de los habitantes de La Corredoria. Arenales declara haberse sentido un poco "expuesto", puesto que no suele efectuar trabajos dentro de una urbe con el trasiego de personas que tiene Oviedo, pero los vecinos, que se declaran "fans" y han seguido, día a día, su actividad. Le lanzan grandes piropos. "Vaya ‘curro’ han metido aquí", afirma, de primera mano, Celestino Cifuentes, vecino de la zona, que fue espectador "durante semanas" y manifiesta que la cuadrilla "trabajó de cine". Con él, Justa Sánchez, aficionada a pasear por La Cabornia con sus amigas: "Daba gusto verlos, estamos todos muy contentos en el barrio y la gente echándose fotos como locos con el hórreo".

"Si es que, después de la Santina, el hórreo es el mayor símbolo que representa la vida de los asturianos desde hace mucho tiempo", concluye Arenales, que lleva decenas de intervenciones etnográficas en casi veinte años de experiencia y declara tener como maestros horreros a Julio Zapico y Pepe de Limanes. Para el carpintero es "fantástico" que algo con "tanta relevancia" etnográfica y cultural "vuelva" a estar en pie. Lo hace gracias a su maestría, que perdurará en La Corredoria, al menos, hasta el siglo que viene.

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