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Crítica / Teatro

El otro Aquiles

Un clásico de ambientación ecléctica y contemporánea

No hace falta insistir en la importancia que tiene el espacio escénico en el resultado del producto. "Aquiles, el hombre" se estrenó hace un año en el Teatro de Mérida, concebido como un proyecto para ese marco incomparable. Así que lo que vemos ahora tiene que ser otra cosa diferente, ni mejor ni peor, porque la propuesta es otra. Un escenario cubierto de arena blanca simula la playa de Troya, pero podría ser el desierto de la guerra del Golfo o de Afganistán. La guerra de Troya es la madre de todas las guerras. La "Ilíada", el Big Bang de la literatura occidental, que para algunos debe ser elevado a libro sagrado, pues contiene todo lo que queramos buscar, presenta un universo que encierra todos los universos. Roberto Rivera, en su adaptación para la escena, se ha centrado con acierto en el enfrentamiento entre Aquiles y Agamenón, pero el antibelicismo atribuido al protagonista, que aquí aparece como un atormentado existencialista que sólo ansía la muerte y desprecia la guerra, casa mal con el Aquiles homérico, dominado por la cólera ante la afrenta que su honor ha sufrido a manos de Agamenón y el deseo de venganza por la muerte de su amado Patroclo.

La ambientación ecléctica de escenografía y vestuario marca la contemporaneidad de la propuesta, una vorágine de sangre, polvo y arena con ocres de camuflaje, con aqueos pertrechados como marines de la Guerra del Golfo o a lo "Mad Max", o, en un plano ya más arriesgado, a punto de precipitarse en el disfraz de aventurero, como ocurre con la caracterización del adivino Calcas, que es un cruce entre Indiana Jones y Cocodrilo Dundee. Aunque todo ello da un tono uniforme al conjunto, del que sólo se desmarcan el blanco impoluto del despótico Agamenón, un chulesco Miguel Hermoso con gafas de sol, que sobresale en su interpretación del rey de reyes, y el negro total del siniestro barquero Caronte, que se llevará a Aquiles al otro mundo, en un añadido al original homérico que le sirve al autor como cierre de la función. Una cortina de plástico transparente hace de cortafuegos de los combates, que suceden todos fuera de escena, dejando el carácter bélico en un segundo plano para que cobre mayor relieve el combate dialéctico. La música original compuesta por Luis Delgado, marca las transiciones en un ambiente de introspección, que por momentos recuerda a "Apocalypse now" con helicópteros incluidos, salvando las distancias entre la selva y el desierto.

En un reparto coral bien conjuntado, destaca el personaje de Aquiles, al que Toni Cantó imprime gran fuerza y violencia, pero que se nos muestra demasiado atormentado desde el inicio, acaso un tanto hamletiano o nihilista, y en cuyo enfrentamiento con Agamenón, la obra alcanza uno de sus mejores momentos. El resto, Patroclo, Ulises, Áyax, Néstor (demasiado joven) y Diomedes se diluyen en un equipo uniforme. Todas las escenas con buen criterio salen al proscenio para hacerse oír.

Es una pena no haber sacado más partido a la preciosa escena de Príamo suplicando a Aquiles por el cadáver de su hijo Héctor, pues es en ella donde Homero nos presenta al Aquiles más humano, que es capaz de ponerse en la piel del rey de Troya, estando ambos rotos de dolor por la muerte de sus seres más queridos. Otro rasgo de humanidad es que Aquiles cuestiona constantemente la alianza aquea como pacto sagrado y la autoridad de Agamenón sobre los restantes reyes de las ciudades griegas, ya que el atrida la utiliza en provecho propio, algo que nos debería hacer pensar si guarda relación con nuestra actualidad política. Aunque el público no era muy abundante salió satisfecho de la representación del clásico.

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