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Crítica / Música

Liturgia Sokolov

El maestro ruso, un orfebre del piano, volvió a evangelizar en su ya casi obligatoria parada en Oviedo

Cada visita del pianista Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) a España es un espectáculo casi místico con una liturgia conocida: temperatura adecuada, luz casi íntima, Steinway con afinador incluido que al descanso vuelve a escena para retocar un instrumento que en manos del ruso alcanza sonoridades de otro mundo, más un programa donde las propinas son realmente la tercera parte, nunca improvisadas porque no hay nada al azar. Sabido de antemano antes de acudir al templo, merecen mayor penitencia quienes reinciden en el pecado de marchar antes de tiempo pues no hay propósito de enmienda. Es verdadero sacrilegio toser inadecuadamente con ánimo de regocijo y excomunión directa para los móviles demoníacos. El ritual no puede romperse, aunque el ruso parezca ajeno a todo desde su púlpito instrumental, y los acólitos no soportamos las ofensas.

Sokolov es cual evangelista que bebe del antiguo testamento pianístico e interpreta literalmente desde el nuevo, con Oviedo parada obligada de sus giras (2011, 2014, 2017). En esta ocasión, incluyendo dos de las tres B musicales de Von Büllow: Beethoven y Brahms, románticos primero y último, dejando a Bach todopoderoso en el primer paraíso terrenal que entraría en mi particular santoral el 9 de abril de 2011.

Comenzar con la "Sonata nº 3 en do mayor, op. 2" supone redescubrir al Beethoven que parte del clasicismo haydiniano en su allegro inicial, técnicamente siempre perfecto al servicio de la historia musical interpretativa, con fraseos impolutos, virginales, pureza de pedales, intensidades únicas en cada dedo con matices que en el adagio presentan ya el primer romántico de claroscuros, profético en las manos de Sokolov, el Scherzo sustituyendo al minueto mozartiano ya plenamente sinfónico, y el último allegro assai "imperial", ligero de trinos barrocos, orquestales por momentos, con melodías inspiradoras para Schumann, Mendelssohn o Brahms. Un testamento para todos los románticos.

Las "once bagatelas, op. 119" juegan con tonalidades y modos, aires del andante al vivace, estilos y épocas que al reunirse vuelven a tomar sentido de globalidad y premonición, música de un autor del que Sokolov se erige como gran mentor desde el siglo pasado. Emparejadas se complementan cual piedras preciosas en pendientes. Sumando elementos se transforman en pulseras o collares, y todas juntas construyen esta corona real. Bien engarzadas por este orfebre, las once lecturas "futuristas", más de lo que supondríamos al escucharlas por San Sokolov, miniaturas inmensas dotadas de unidad místicamente interiorizada que van creciendo, impactando e iluminando músicas aún por escribir en 1823 cuando se publicaron: juvenil "A l'Allemande" que nos recordó nuestro Antón Pirulero, chopiniano "vivace moderato" de la nueve y carnavalescamente breve el "allegramente" schumaniano por citar solo tres diamantes.

Brahms admiró y bebió de Beethoven, el último pianismo del hamburgués coincide en número opus con el maestro de Bonn. Sokolov unió las 118 y 119 "Klavierstücke", diez piezas (seis y cuatro) dotadas de una madurez tanto escrita como interpretativa, donde los silencios brillan con la levedad deseada, cada nota responde fiel al pentagrama llenando el auditorio, las tonalidades adquieren brillos inenarrables y todo fluye mágico con equívoca apariencia de sencillez, monodia cumbre casi susurrada, verbo hecho arte mayúsculo, "rubato" imperceptible del fraseo y la buscada sonoridad casi enfermiza del ruso, sacando infinitas dinámicas independientes en cada gesto sin perder los legatos de ataques variopintos según la necesidad expresiva, ora ingrávida, ora refulgente y vigorosa. Cada pieza es única. Reunidas las diez, todo un nuevo testamento interpretativo de este evangelista del piano que siempre asombra descubriendo no ya el "Intermezzo" forma sino firma de un reverenciado Brahms.

Tercera parte de propinas. Las seis "previstas" donde lo apuntado en los dos "B" toma forma independiente y profecías cumplidas: el "Impromptu op. 90 nº 4" de Schubert, más la "Melodía húngara D 817", alternando con su esperado Rameau de trinos imposibles, piezas para clavecín de "Los Salvajes" y "La llamada de los pájaros" antes del vals nº 2 de su compatriota A. Griboyédov para darnos la bendición apostólica con el mejor Debussy íntimo, casi místico del preludio "Pasos sobre la nieve", el último legado del que Sokolov volvió a evangelizar caminando sobre la penumbra de un marzo ya primaveral.

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