Los monasterios benedictinos, en nuestro camino de búsqueda de Dios, compartimos la fraternidad y la oración, que son siempre signos de comunión.

Los monjes y las monjas que hemos seguido la llamada de Dios, somos hombres y mujeres dedicados a la oración, al trabajo y a la acogida de los huéspedes y de los peregrinos. Son estos tres elementos los que hacen que cada monasterio se convierta en un espacio abierto a todos aquellos que quieren hacer una experiencia de silencio para, de esta manera, encontrarse con Dios, con el prójimo y con uno mismo.

Los monasterios de Montserrat y de San Pelayo de Oviedo siempre han tenido una relación fraterna muy estrecha, debido a que, hace ya muchos años, los monjes montserratinos ayudaron a las monjas en el proceso de "aggiornamento", fruto del Concilio. Y más recientemente, los PP. Odiló y Salvador, acompañaron con solicitud a las benedictinas de Oviedo.

Los encuentros fraternos de monjes y de monjas siempre han creado lazos de comunión y de oración entre nosotros. Pero en esta Cuaresma, los vínculos entre Montserrat y San Pelayo se han hecho más visibles todavía, ya que la abadesa benedictina de Oviedo nos ha acompañado, del miércoles de Ceniza al sábado siguiente, en los ejercicios espirituales.

Era la primera vez que en Montserrat una mujer dirigía las reflexiones de los ejercicios. Y tengo que decir que la presencia y la palabra de la abadesa de San Pelayo, han sido una gracia, un don de de Dios para todos nosotros. Los temas tratados por madre Rosario del Camino, siempre de una manera serena, dulce y profunda, sencilla y muy humana, nos han mostrado aquella sabiduría que nos viene del Espíritu. Y por eso nos ha ayudado a avanzar en el camino que nos conducirá a la Pascua. La abadesa de San Pelayo ha renovado en nosotros "el deseo de volver a la fuente que es Cristo, que cambia y transforma el corazón de las personas". Las palabras de madre Rosario han iluminado nuestro camino de búsqueda de Dios, un camino de purificación en el cual "descubrimos el amor y la ternura del Padre, que transforma nuestro interior". Como nos decía la abadesa Rosario, "En una sociedad líquida", como la que vivimos, la fe que "convive con nuestros miedos, dudas e inseguridades", nos anima a "aceptar los riesgos", ya que solo la fe "es la confianza en Dios". Las palabras de madre Rosario sobre la esperanza "en los otros y con los otros", nos han ayudado a hacer realidad "una experiencia de comunión". Por lo que respecta al amor, madre Rosario nos ha abierto un nuevo horizonte, ya que, en un mundo que ignora a los demás, "amar es tener un especial cuidado del otro, del que tiene necesidad de ser cuidado". Como ha recalcado la abadesa de San Pelayo, "cuidar al otro es una manera de vivir el amor". Por eso el amor nos invita a "estar atentos a la vida de los hermanos". De aquí que si las comunidades monásticas somos capaces de vivir el mandamiento del amor, "generaremos nueva vida", como nos ha recordado madre Rosario.

Cuentan de un peregrino que preguntó a un monje que estaba sacando agua del pozo: "¿Qué aprendes en tu vida de silencio?" El monje le respondió: "Mira al fondo del pozo. ¿Qué ves?" El caminante miró dentro del pozo y contestó: "Solo veo un poco de agua". El monje le dijo al peregrino: "Contempla el silencio del cielo y de las montañas que hay alrededor del monasterio". Después de eso el monje le dijo: "Ahora vuelve a mirar dentro del pozo y dime qué ves". "Ahora veo mi rostro reflejado en la superficie del agua", respondió el hombre. Y el monje le dijo: "Eso es, hermano mío, lo que yo aprendo en mi vida de silencio. Comencé reconociendo mi rostro reflejado en el fondo del pozo siempre que venía a sacar agua. Después, poco a poco, fui descubriendo aquello que hay más abajo de la superficie del agua, hasta ver las algas que crecen en el fondo del pozo. Y en los días en que la luz del sol lo permite y el agua es especialmente cristalina, llego a ver también las piedrecitas del fondo y hasta los restos de un cántaro roto y olvidado, que cayó hace muchos años. ¿Me preguntabas qué aprendo del silencio? Esta es mi respuesta: Quiero descubrir la profundidad de mi alma, el rincón más hondo de mi corazón y de mi propia vida. Vine al monasterio buscando a Dios, porque sabía que él me envolvía con su presencia. Y cada día veo con más claridad, que Dios también esté en lo más profundo del pozo, como alguien que da sentido, luz y vida a todos los que miran el interior del propio pozo, con el deseo de buscarlo".

Con sus reflexiones llenas de la sencillez del Evangelio, la abadesa de San Pelayo nos ha hecho redescubrir el fondo de nuestro propio pozo, para que de esta manera renazca, se fortalezca y se renueve nuestra búsqueda de Dios.