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Con vistas al Naranco

Carolina del Norte en los pliegues de la memoria

Las relación de algunos escritores estadounidenses con el alcohol

"Churchill: Estoy perdiendo la chaveta, (he puesto) whisky en las sardinas"

Holmes, M. y Roberts, A.

Maravilla la entretenida erudición de Luis M. Alonso, al que no conozco.

Soy de la generación que Juan Cueto consideraba pelmaza de tan leída.

Alonso enmarca a Scott Fitgerald en Carolina del Norte. Estuve unos días de estudiante en la Universidad de Chapel Hill en ese Estado y no lo olvido, pues, aunque viajé una treintena de veces a USA, las conversaciones con colegas universitarios sobre sindicalismo estudiantil, Vietnam, Derecho Penal, racismo, pena de muerte, licencias de armas, imperialismo yanqui? mantienen sus argumentos, pasado medio siglo largo. No se peroraba de sanidad universal, feminismo, sida, capa climática u homofobia, aunque algo, no mucho todavía, de discriminación enseñante. Vivían los carismáticos Robert Kennedy y Martin Luther, pronto selectivamente asesinados.

Alonso sitúa al autor del Gran Gatsby en un hotelucho mientras que yo estuve en el lujoso INN, que levantaron antiguos alumnos para volver alguna vez al campus. William Faulkner había pasado una semana de 1931.

Yo ya había apreciado alcoholismo en los grandes Hemingway, Sinclair Lewis, ese fabuloso Faulkner, ¡vivan Paco García y Nacho Gracia!, Tennesse Williams, Capote y, hasta consumirle, Fitzgerald. Los escritores madrileños, salvo el trasplantado exquisito ovetense Pérez de Ayala, que daba en casa pausados sorbos al Johnny Walker, solo chateaban vino tinto. Cuando mi entrañable suegro muy de mañana acarreaba madera en la montaña canguesa, un veterano colaborador, Chapinas, adelantándose al reproche, saludaba el día con laconismo digno de esos plumíferos americanos, vinazo del terruño, o solysombra, por whisky convencional: "?Molín, a la sede hay que da-y antes de que te dé".

En los desayunos del INN tuve de camarero al líder del debate vespertino anterior, mientras a otro interviniente lo había entrevisto de taxista del aeródromo. ¡El ascensorista de color trabajaba dieciséis horas diarias! Esos detallitos laborales, alguno especialmente lacerante, tenían poco que ver con mi Colegio Mayor y Universidad de Deusto.

Eso sí, insisto, mi alojamiento, el mismo de Faulkner ya consagrado y, por lo que cuenta Alonso, bastante mejor que el de Fitzgerald; bien siento que mi escritura no sea comparable; en cualquier caso, confieso que de mi barroquismo léxico recibo bastantes quejas. Intento, no obstante, salvando distancias, defenderme a la manera de Borges: "No escribo cómodo. La meta es el glaciar del olvido", aun en este depredador tiempo en que se derriten invernalmente los tradicionales neveros ¡y solo trato de llegar antes, aunque sea unos minutos!

¡Vivan los novelistas americanos, con o sin whisky! ¡Viva también la Cumbre Climática, conciencia universal!

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