El retorno del director ovetense Pablo González, titular de la Orquesta Sinfónica de Radio y Televisión Española, había generado durante toda la semana una gran expectación que se vio traducida en una entrada mayor de lo habitual en el Auditorio y en unos magníficos resultados artísticos. Se trataba de un programa que otorgaba una vital importancia a parámetros como la tímbrica de los instrumentos y el color pues, no en vano, los maestros franceses y rusos, junto con algunos compositores españoles de la talla de Falla o Turina, son algunos de los máximos exponentes en esta estética.

La "Obertura del Carnaval romano" de Berlioz, sirvió para abrir boca y mostrar a los asistentes cuál sería la tónica general de la velada musical: un sonido compacto y brillante, con todas las secciones muy concentradas y una conexión especial que se percibía entre los músicos y el director.

Cerraba la primera parte el "Concierto para clarinete y orquesta" del danés Carl A. Nielsen. La obra, concebida a la manera de un todo orgánico, no posee divisiones por movimientos, aunque sí se estructura en tempos contrastantes, y supuso un reto para Martín que, al margen de hacer frente a las virtuosas escalas y endiablados arpegios, desplegó un sonido muy dulce y meloso, con una emisión pulcra y pasajes muy expresivos que oscilaron desde casi imperceptibles pianísimos hasta contundentes fortes. A modo de propina ofreció "From Galloway", de James MacMillan, una pieza descriptivista y delicada que nos transportó a parajes naturales de singular belleza. Su ejecución, trazada como un gran arco sonoro de principio a fin, encerraba la premisa (como el propio Martín explicó) de fomentar lo autóctono dentro de lo global, algo que podemos hacer extensible a innumerables situaciones de nuestra sociedad y de nuestro panorama musical, asturiano y español.

La segunda parte estaba destinada a "Cuadros de una exposición" de Mussorgsky (con orquestación de Ravel), una compleja página sinfónica por sus constantes cambios de ritmo y de carácter a los que la OSPA pareció adaptarse sin mayor dificultad. La amplia plantilla orquestal desplegó una sonoridad atractiva, desde una cuerda muy homogénea, hasta unos metales y percusión muy lustrosos, en una composición en la que, el sonido de cada sección suponía una pincelada de color sobre las tablas del Auditorio. González supo dar con la tecla de superponer la tímbrica como elemento fundamental para articular el sonido y, con una gestualidad sobria pero cristalina y muy efectiva, condujo a la Sinfónica del Principado con aplomo, resultando una interpretación equilibrada, fresca y llena de matices.