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Con vistas al Naranco

Aida Fuentes

En la bisectriz de los manuales de la Transición hay autocomplaciente adanismo de una Constitución no de los trabajadores, intentada en 1932, ni del antiabsolutismo decimonónico, sino de todos a una, hartos del represor totalitarismo que aislaba. A sensu contrario, los detractores osan descalificar, insensatos y/o provocadores, la España de 1978.

No entiendo, en cualquier caso, la casi unanimidad de atribuir bienestar y democracia a inspiración para unos de Suárez o Torcuato y, para algunos, del providencialismo regio. Tras la espiral sardinas/ascuas, aparece un libro sencillo, "Como la memoria me dicta", título de aparente surrealista escritura automática. No hay escalón sino escalera conceptual en este dictado supraescolar de Aida, personalidad imprescindible, seria y prudente donde las haya.

En España no ha habido propiamente, como varios sabios sostienen, simple vuelta a ideas democráticas interrumpidas, que espectros minoritarios habrían conservado en hibernación, o en exilio y pequeños grupos, sino, en mi modesto criterio, la democratización triunfante provino de la fusión de viejas vivencias societarias con un inesperado visitante, el cristianismo social, ya protagonista en las huelgas del 62, a la vez que el Concilio Vaticano II y el contubernio, ¡menuda palabreja!, muniqués. Recuerdo de entonces, en mi casa paterna, al gobernador Peña Royo temiendo ¡el nacimiento de un ¡Cisma!: la endemoniada influencia de sacerdotes obreristas, sindicalistas cristianos, comunidades de base y mujeres solidarias. Y es que sin la memoria de Aida y otros no se entendería bien nada. Mucho estimo las notas de Paco Corte, compañero de Aida, en el Liber Amicorum a Enrique Barón.

El cristianismo social alcanza cénit cuando su praxis supera a republicanos históricos, socialistas, comunistas y/o anarquistas, que resistieron la fumigación genocida. Aida anunciaba además la emancipación femenina, en la que la izquierda no había estado fina.

(He comprometido con "Vetusta, Pilares, Lancia?" perorar sobre el paso por Oviedo de cuatro iconos feministas internacionales: George Sand, Concepción Arenal, Anaïs Nin y Simone de Beauvoir).

Ese cisma que detectaba el gobernador contrastaba con la ortodoxia de los curas de Laviana, Langreo, La Calzada, Siero, Mieres? y, Aida dixit, ¡los consiliarios jocistas! De la cosecha de confidencias de aquel gobernador de 1962, turolense de origen, "la necesidad de terminar con el Sindicato Vertical, al menos en sus primeros escalones, pues llegado el conflicto no hay con quien negociar ni pactar".

Volveré más luego a Veneranda Manzano, primera diputada por Asturias; Victoria Kent, maltratada aquí; María Zambrano, premio "Príncipe", y aun Ibárruri y Montseny. Ante la imagen de esas grandes luchadoras, Aida es imprescindible, insisto. A no olvidar tampoco Puri Tomás.

La bisectriz metafórica de mi gran amiga va del cristianismo social al feminismo, atravesando regionalismo izquierdoso y ponderado, sin locas toponimias, nunca excluyente, de cristalina sinceridad como Aida misma.

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