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PARAÍSO CAPITAL

Un helado al gratén

La dulcería carbayona, fortaleza de la ciudad

En el orgullo de nuestra ciudad, los carbayones caemos inevitablemente en el vicio de la comparación. Lo hacemos además con gran pompa y sin complejos. Nuestro paisaje urbano lo empatamos con París, nuestro comercio lo hermanamos con el de Milán, la vis cortés y cosmopolita la reconocemos en Londres y la decadencia poética la robamos en Lisboa. Grandeza de carácter, se llama.

Si bien nos gusta medirnos con el mundo como si no fuéramos solo una minúscula capital de provincia, hay algo en lo que es muy difícil para los demás competir contra Oviedo. La abrumadora cantidad y calidad de nuestras pastelerías y confiterías. Una referencia gastronómica muy particular.

Debo citar alguno de estos comercios por devoción y por respeto a su historia. Comenzando por Peñalba, cuyo local suele ser confundido por los turistas con una joyería tipo Tiffany's. O el romántico establecimiento de Camilo de Blas, recientemente restaurado. La Mallorquina, Auseva, Asturias, Santa Cristina, Rialto. La lista es infinita, el orden aleatorio, y me falta espacio para perderme entre los barrios. Vetusta es plaza dulce.

Pero es verano y la estación me lleva hasta la Casa Diego Verdú. Palabras mayores. Una oferta de confites que permanece inalterable desde que, a finales del XIX, un niño partió de su Jijona natal para intentar vender dulces navideños en el norte. Donde se instaló y progresó hasta llegar a introducir los helados en la década de los treinta.

El dato concuerda con cierta leyenda que aún se escucha en la ciudad en la intimidad de alguna conversación. Un cuento intrascendente de los que nunca se escriben, que crecen y se enredan en la tradición oral. Sobre la primera vez que se sirvió un helado en Oviedo.

Pongámonos en situación. Cuentan que una pareja de la alta sociedad contrajo matrimonio durante el convulso 1934. El padrino de la novia quiso sorprender a sus invitados ofreciéndoles un postre que nunca se hubiera servido en la ciudad. Para ello se puso en contacto con un célebre confitero alicantino al que preguntó si se atrevería a hacer un helado. El artesano dijo que sí e hizo traer de su tierra una máquina heladora con una cuba de madera. Cumplió con el encargo y, sencillamente, triunfó. El biscuit glacé fue lo más comentado de la velada.

Casada su hija y satisfecho de cómo había transcurrido la celebración, el padrino reunió al servicio del evento al completo para felicitarles calurosamente. En un arranque de campechana cercanía, al despedirse les preguntó: "¿El helado lo han probado también? Es algo extraordinario"

La voz de una cocinera le contestó: "Sí señor. Estaba buenísimo, dulcino, muy rico. Pero tan frío, tan frío, que tuvimos que metelu en el horno pa calentalo?".

Recientemente se han comentado las largas colas que se formaron en Verdú cuando las fases de la cuarentena permitieron su reapertura. En medio de la timidez con la que fuimos saliendo de casa, como quien no quiere la cosa y con falsa improvisación, al pasar por Cimadevilla le preguntamos a nuestros acompañantes: ¿Tomamos uno? La respuesta es fácil. Siempre sí. Porque, para un carbayón, la libertad es regresar a casa paseando por el Campo disfrutando un cucurucho del mejor helado del mundo.

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