La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

EL OTERO

Arte a los pies

El mosaico de los Álamos y el cartel de San Mateo

Me gustó el cartel de San Mateo. Un acierto. Mi enhorabuena a Pablo de Lillo y a los responsables de la elección. Sin duda es una imagen que bien se podría utilizar para cometidos más allá del objeto de su diseño. Aplica, en este caso, el dicho de que vale más una imagen que mil palabras. El autor ha sabido recoger en el cartel una fracción de la esencia de Oviedo. Un resquicio de nuestra personalidad. Una imagen icónica. El mosaico que adorna el Paseo de los Álamos es mucho más de lo que vemos. Es alfombra de paseos cómplices. Testigo de paseos calmos y de pasos apresurados. De interminables y animadas conversaciones. Espectador de andares de infancias ovetenses transformadas, sin darnos cuenta, en futuros llegados sin aviso previo; convertidos en lento deambular a la espera de nuestro destino. Los Álamos: digno heredero del paseo secular que vio cómo Oviedo se transformaba en rededor. Si hablara, lo supongo orgulloso, presumiendo, sin callar un segundo, de Oviedo. A pesar de que no lo han cuidado bien. Más bien, lo han maltratado.

Imagino a Antonio Suárez, tras recibir el encargo de la delegación presidida por el concejal Anselmo López Valdivieso en 1966, tumbado en el suelo del salón de su casa trazando los bocetos sobre papel de estraza durante dos días y dos noches, para entregar los seis cartones de 4 x 9,5 metros, que debían repetirse doce veces cada uno hasta cubrir los setenta y dos rectángulos diseñados por el entonces arquitecto municipal Muñiz Uribe. Lo supongo dibujando con ilusión. Con ganas. Sintiendo ese esquivo y magnífico estremecimiento de la inspiración. La magia de la creación. Sintiendo en sus manos y en su mente la ardiente sacudida de su inquieto ingenio. De aquellos papeles de estraza nació esta gran obra de arte. Quizá, en su construcción, deberían de haber encargado el apadrinamiento de cada tesela a un ovetense con el mandato de cuidar de ella. Tal vez así hubiera llegado sano y salvo hasta hoy. Pero como es de todos y de nadie, lo agujerearon. Lo profanaron con carpas, coches, quioscos, camiones? Y desde hace años, demasiados, espera, paciente, una merecida restauración. Cada día que pasamos por el Paseo de los Álamos andamos sobre una auténtica creación artística. No lo olvidemos. No deberíamos haber permitido su deterioro. Y deberíamos haber exigido, con más firmeza, su cuidado y restauración. Nunca es tarde. Y confío en su pronta rehabilitación para que esa magnífica obra de Antonio Suárez, de la que deberíamos sentirnos orgullosos, continúe siendo esa arteria que irriga tanta vida ovetense. Pisemos sobre esa magnífica creación pero no sigamos pisoteándola.

El cartel de Pablo de Lillo es mucho más que el anuncio de unas fiestas. Puede ser un recordatorio de nuestra obligación de cuidar de nuestro patrimonio, tan maltratado en tantas ocasiones. Empezando por el propio Campo. Un aldabonazo a nuestra conciencia carbayona para que esa ilusión que intuyo en Antonio Suárez entregado en aquellos papeles de estraza, no se difumine como dibujos con tiza bajo la lluvia.

Compartir el artículo

stats