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Como un juego de niños

Las cambiantes e ilógicas normas en la sociedad actual

La semana pasada, al comenzar las clases con mis alumnos de la Facultad les propuse un sencillo ejercicio: que se imaginaran dentro de un juego de niños, que intentaran recrear de manera los más fidedigna posible todo lo que sucedería si ellos fueran un niño o niña y se pusieran a jugar con sus amigos.

Un buen comienzo, con toda la ilusión, y con muchas dificultades, se pusieron a imaginar. Y volvieron a ser niños: y encontraron aquellos juegos donde parecen desenvolverse como si fuera continuación de su propia vida, de su mundo imaginativo. Ahora se dejan llevar por indicaciones y movimientos alocados, tratan de seguir su ritmo, aunque cueste entenderlo, y mucho más a dónde te quieren llevar. Ser capitán y elegir a tus compis determinará el juego; las reglas son confusas, imprecisas y cambiantes. De hecho, a lo largo del juego cambiarán muchas veces, siempre a su conveniencia. Repeticiones sin fin, cambios estrambóticos, esperas que no comprendes, gritos, excitaciones, alegrías descontroladas, enfados y perretas, riñas y reprimendas, y tú sin enterarte. Con mucho esfuerzo han entrado en su mundo, han dejado a un lado el mundo adulto, de normas y valores, de reglas y criterios, son niños en su plena explosión de locura imaginativa, en una guerra sin cuartel de la que solo saben que siempre saldrás perdedor, y no preguntes, siempre gana el que dirige.

Todos mis alumnos vivieron una experiencia rompedora, que quebró todas sus seguridades y creencias. Los que más se implicaron abandonaron toda continuidad de pensamiento, cualquier lógica de sentido, un tiempo de extravío y vacilación que hacía muy difícil recuperar un punto fijo de sentido.

Pero la experiencia continuó: a recuperar la cordura y pensad nuestra sociedad desde las claves que habéis vivido en el juego de niños. No hicieron falta más explicaciones. Los comportamientos sociales, tanto individuales como colectivos, las pautas de relación, las normas y los valores, el perfil de los políticos y el juego de los que dirigen, son un calco perfecto de esa aventura descerebrada e incomprensible que acababan de vivir.

Y concluyeron: nuestra sociedad española es como un gran juego de niños caprichosos, un patio de colegio donde todos creemos conocer las reglas, pero donde nada se cumple en los comportamientos cotidianos y todo lo salvamos a base de imaginación; nos dejamos llevar, silenciosos, sumisos, porque sabemos de antemano que hemos perdido. Vivimos una situación tan kafkiana, donde no hay ni lógica, ni pensamiento, ni sentido, donde todo es un extravío, todo es miedo y mentiras; donde no hay seguridades ni esperanzas, solo desconfianza. Los que dirigen se van inventando las normas a su conveniencia, retuercen y destuercen sus indicaciones según les interesa, todo es impreciso y cambiante, porque les faltan recursos para entender la gravedad del momento y les sobran estrategias de partido. Se eligen alocadamente, se amigan y se enfadan, cambian la marcha del juego con tal de que su nuevo amigo esté de su parte, y se vuelven a cambiar para seguir siendo los jefes de equipo. Ponen y desponen, aplauden y gritan, se enfadan y te riñen, cuando no saben el paso siguiente echan la culpa a los que juegan, se reinventan y empoderan, saben más que nadie, porque ellos controlan el intríngulis del juego. Tú no preguntes, sigue sus indicaciones y acabarás perdido... perdón, salvado. La verdad, no sé en qué clase de juego estamos metidos, sí sé quién lo dirige y nos pierde, y tengo muy claro que estamos jodidos.

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